José Luis Gómez, pronunciando su discurso durante el acto de investidura. Foto: Kote Rodrigo.

Hoy la Universidad Complutense de Madrid (UCM) invistió doctor honoris causa a José Luis Gómez. Un acto que cobra interés en la historia del teatro español por ser el primer cómico que recibe tales honores de esta institución académica. Fue un espectáculo bonito con dos actores excepcionales, el catedrático Javier Huerta, promotor de la investidura, y un emocionado José Luis Gómez. La pena fue el pobre discurso, más bien unas improvisadas palabras que apenas mencionaron al protagonista, con las que Carlos Berzosa, rector de la UCM, remató la ceremonia.



Gómez estuvo arropado por un número importante de colegas de profesión: directores como Albert Boadella, Gerardo Vera, Ernesto Caballero, Mario Gas; las actrices Charo López, Maite Blasco, Pilar Bardem, Mercedes Lezcanos, autores como José Sanchis Sinisterra, José Ramón Fernández, Jerónimo López-Mozo o Ignacio García May. La troupe mas o menos vinculada al teatro La Abadía estaba allí (Ernesto Arias, Carlos Aladro, Rosario Ruíz Rodger...) y otras figuras del mundo de la cultura como el escritor José Luis Sampedro, el exministro Cesar Antonio Molina, el abogado Antonio Garrigues Walker, el diseñador Alberto Corazón, el dibujante Máximo o José García Velasco, de la Residencia de Estudiantes.



El Paraninfo de la UCM fue el escenario del acto, que siguió la simbólica y protocalaria dramaturgia de las investiduras: entrada de la comitiva académica, con la ministra de Cultura, el vicepresidente de la Comunidad de Madrid y el rector; la lectura del decreto de nombramiento y la entrada del actor acompañado por la comisión y vestido con la toga azul celeste (de Filología).



Acto seguido, Javier Huerta, director del Instituto del Teatro de Madrid (ITM), glosó la figura de Gómez con un discurso erudito pero ameno, en el que lamentó la falta de espacio en la universidad para los estudios teatrales. Huerta habló de Gómez como "uno de los actores que más cabalmente ha ejercido su oficio" y señaló que para él el teatro es el último espacio que le queda al castellano: "es el reducto de la palabra".



Una vez que a José Luis Gómez le fue impuesto el birrete azul celeste y se le otorgó el libro de la sabiduría (que le obliga a enseñar y difundir su magisterio acatando la doctrina de los maestros), el anillo ( privilegio que le permite firmar consultas que se le hagan sobre su ciencia) y los guantes blancos (signo de la pureza que deben conservar sus manos), éste pasó a narrar su peripecia vital con humor y anécdotas interesantes, aunque, según dijo "este papel lo he ensayado poquísimo y sólo me he hecho una prueba de vestuario, cuando lo habitual son tres en el teatro, como saben los reunidos".



Comenzó recitando La canción del pirata (Espronceda) porque, dijo, "ahí comenzó todo": Tenía entonces 9 años y la recitó ante sus padres, en el hostal que tenían en Huelva. Entonces supo "del desconocido poder que me habitaba". Habló de la carrera que su padre le tenía reservada en el ámbito de la Hostelería, y que le llevó a Madrid (donde trabajaba en un hotel), a París y, luego, a Alemania, donde definitivamente abandonó la Hostelería para dedicarse al teatro después de ver dos puestas en escena de Piscator de Woyzeck y El balcón . Allí se formó, también con Jacques Lecoq en París, y once años después pensó que ya era hora de volver y enfrentarse al repertorio español.



Gómez se preguntó por qué uno se hace actor, en su caso quizá por repetir una experiencia insólita, y también abordó el valor de la técnica que exige el oficio de la interpretación. Citando a Conrad, dijo: "La pericia de la técnica es más que honradez; es un sentimiento, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional y, como a las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente". Y añadió: "Hay un tipo de eficiencia, sin fisuras prácticamente, que puede alcanzarse de modo natural en la lucha por el sustento. Pero hay algo más allá, un punto más alto, un sutil e inconfundible toque de amor y de orgullo que va más allá de la mera pericia; casi una inspiración que confiere a toda obra ese acabado que es casi arte, que es el arte."