Escenarios

Angélica Liddell: "Funciono por oposición, es mi motorcito"

13 mayo, 2011 02:00

Hace tiempo que cambió las salas alternativas por la protección de las instituciones culturales, confirmando así que hasta el verbo más radical puede ser digerido por las fauces del teatro oficial. Angélica Liddell ha necesitado ahora 46 personas, - entre ellas, cinco acróbatas chinos, ocho niñas y cinco actores-, para hablar de su inocencia robada en Maldito sea el hombre que confía en el hombre: un projet d'alphabetisation. Estrena el espectáculo el día 19 en las Naves del Español de Madrid, dentro del Festival de Otoño. El Cultural habló con ella.

Lleva un vestido azul de lunarcitos, peinado victoriano, zapatos rojos a juego con sus labios. Se ve que Angélica Liddell (Figueras, 1966) ha preparado concienzudamente su imagen para la entrevista. Parece una niña en su madriguera, la sala de ensayos del Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, amueblada con los elementos de atrezzo y la escenografía del nuevo espectáculo y donde lleva encerrada desde hace dos meses con su compañía. Liddell habla sin reparo de su atormentada existencia y de cómo el teatro la ha rescatado. Y mientras lo cuenta, ríe, ríe bastante desmintiendo esa aureola de mujer atrincherada en el lado maldito de la vida. Por la conversación desfilan Fassbinder, la poeta Anne Sexton, Genet, Houellebecq... y Mourinho, siempre personajes extremos, radicales, en los que encuentra un espejo donde mirarse. Al despedirnos, una ya no sabe quién está detrás de Liddell (alias de González): una frágil mujer que a diario intenta renacer de sus cenizas, o una mujer de firme voluntad que, seducida por el juego intelectual que le proporcionan las ideas y las palabras, se aplica a seguir el patrón de un personaje fabricado por su imaginación. Lógico que el teatro sea su espacio natural.

-¿Cuál es la idea de este nuevo espectáculo? El título hispano-galo es porque lo produce los Festivales de Aviñón y de Otoño?
-El título está también en francés porque he escrito un alfabeto francés, no porque lo produzca Aviñón pues nació antes de que entrara el Festival. La tesis de la que parte es ... todavía no puedo resumirlo en una tesis..., pero tal vez sean las consecuencias de un sentimiento muy profundo de humillación. He intentado encauzar esas consecuencias en la construcción de un alfabeto basado en la desconfianza, a raíz de una acumulación de experiencias desastrosas que en muy poco espacio de tiempo me han conducido a un aislamiento voluntario. Al principio, fue una soledad impuesta, luego ha sido elegida.

Renombrar el mundo
- Pero ¿quién, qué le ha humillado?
-Es el mismo sentimiento de humillación con el que trabajo en La casa de la fuerza. Es un sentimiento de humillación como mujer, tu vida salta por los aires y de la peor manera. Y comienzas a renombrar el mundo a través del odio, de la rabia, del dolor. Todo eso he conseguido canalizarlo a través de la palabra y de un espacio poético. Hasta ahora mi trabajo había dependido de las ideas, de una implicación política o social, más bien antisocial, de resistencia a la injusticia y al sufrimiento humano. Ahora he pasado a hablar más de mis sentimientos.

-Y la forma, el aspecto estético ¿le preocupa más ahora que antes?
-El esteticismo en sí no me interesa en absoluto. Creo que debe estar asociado a la expresión de los sentimientos y las ideas. La estética y la ética van juntas. La forma me preocupa mucho, pero debe estar a la altura del sufrimiento si nos referimos a La casa de la fuerza, y de la renuncia a lo humano en el caso de Maldito sea el hombre que confía... Para mi la forma es una manera también de emocionar y la emoción es el mejor vehículo para tocar la inteligencia. La gente más estúpida que he conocido suelen ser psicópatas incapaces de ponerse en el lugar del otro, de emocionarse.

-Hablaba de renombrar el mundo con un alfabeto propio.
-Surgió porque tuve que ponerme a estudiar francés, me iba a Francia a trabajar y coincidió con un profundo sentimiento de desgarro que me llevaba a hacer saltar el mundo por los aires. Quería hacer explosionar el mundo a la vez que estoy sentada en un pupitre, como una niña, aprendiendo el alfabeto francés, diciendo cosas tan absurdas como ‘mi pantalón es rojo' o ‘la mesa está al lado de la ventana'. Pero lo que quiero yo es aprender a decir rabia, odio...

Zidane y Mourinho
-¿Cuál es la primera y la última palabra de su alfabeto?
-Argent (dinero) y Zidane.

-No me hable del Madrid...
-¡Madre mía! qué mesecito hemos pasado. Ahora yo debo ser la única que defiende a Mourinho. Después de la primera rueda de prensa que dio, buscaba como loca la transcripción de lo que dijo.

-Es un personaje que va muy bien con el madridismo, pero a veces ¿no parece un chulo de billar?
-Ah, ja, ja... Yo pienso que Mou es un apasionado y no estamos acostumbrados a eso. Guardiola es un curita, el lama del Himalaya le llamaban el otro día... Pero cuando perdió los papeles se le vio el plumero. A Mou lo veo espontáneo, apasionado por lo que hace, es un radical y eso me gusta, que sea excesivo, que estrelle botellas.

-Con este espectáculo ha sido más complaciente con el público, solo dura dos horas.
-Ah sí, (risas). La duración no es una cosa premeditada. Mi previsión para La casa de la fuerza era de hora y media y luego duró cinco.

Sociópata bajo control
-Usted se ha atrincherado en el malditismo, en el frente de lo sórdido y, sin embargo, su apariencia de niña amable lo desmiente.
-Yo no voy dando puñetazos por la vida ni cortándome las venas, pero intento trabajar con la persona que se queda en casa sola cuando cierra la puerta de su habitación, que es con lo que yo creo que hay que trabajar. Y esa persona es muy distinta a la que está dentro de un pacto social... Soy una sociópata bajo control. No siempre corresponde la apariencia con lo que uno lleva por dentro. Yo intento trabajar con mi peor parte, con la que se queda sola en casa, pasa malas noches, piensa cosas oscuras.

-¿Y nunca se ha planteado trabajar con su parte optimista, buscar la belleza de las cosas?
-No me sale y no sé hacerlo de otra manera. Creo que no puedo elegir, evidentemente en la vida uno hace compatible las alegrías y las tristezas, somos complejos, pero mi trabajo depende de toda esa parte oscura, con la que he nacido. Creo que es una mezcla de cuadro clínico, genética y una tendencia a ver lo mezquino.

-También alimenta esa parte ¿no? ¿Cuáles son sus lecturas?
-Pues a mi las comedias me suelen aburrir, lo que me suele dar ganas de vivir es ver a Fassbinder (risas). También disfruto mucho con Genet y con todos aquellos con los que uno se identifica. En el fondo, lo que yo busco del público es que también se identifique porque por muy personal que sea lo que estoy contando, también estoy representando a una parte de la humanidad. No somos tan distintos.

-¿Le importa cómo recibe el público su obra?
-Me resultó muy gozoso cómo recibieron La casa de la fuerza en Madrid y Barcelona o en Gijón. Estoy inmensamente agradecida, porque yo no trabajo para el público de la sala.
-Ya, a a veces lo insulta.
-Bueno, bueno... eso es una construcción intelectual a partir de El sobrino de Rameau que estaba muy meditada. Además, a la fuerza uno acaba teniendo relaciones conflictivas con toda la gente que se pone delante. A mí me gustaría que el público me amara muchísimo. Mire... he aprendido a vivir en el escenario y cuanto más trabajo, más aislada estoy del mundo real. Soy una inválida para la vida. Y cuanto más trabajo en los escenarios, más inválida me siento. Yo no tengo vida social, no salgo, toda mi relación con el mundo pasa a través de la sala de ensayo y de los escenarios. Sí, mi relación con el público está hecha a base de conflictos, pero es la única manera que he encontrado para entender el mundo.

Cómo manejar el éxito
-¿Y de qué manera le influyen el éxito en su trabajo?
- Si las condiciones económicas son mejores, me permito traer a cinco acróbatas de Pekín, que es lo que he hecho ahora. Pero lo que de verdad me va a seguir preocupando es lo que quiero contar en un escenario. En Aviñón, La casa de la fuerza tenía una media de diez a quince minutos de aplausos, lo que fue emocionante para las 25 personas del equipo. Pero cuando vuelves a casa y cierras la puerta, y tu vida la sientes como una mierda, los quince minutos no te sirven. Esa situación me estalló en las manos, no sabía cómo manejar aquella acogida. A la vuelta de Aviñón me encerré en casa, era agosto y estuve sin salir, con las persianas cerradas y no entendía cómo aquel desgarro con el que yo había construido La casa de la fuerza estaba produciendo aquella movida. Ahora empiezo a manejar ese fracaso de la vida personal y el éxito profesional. Vivo en una especie de burbuja pero cuando no trabajo, no sé cómo manejar mis sentimientos, mis relaciones.

-Pero cuando busca financiación para su espectáculo, ¿se reúne con los directores...
-Se reúne Sindo (su socio de Iaquinandi, la productora de sus espectáculos). Sin él, no podría hacer nada. Es una mezcla de pánico, de fobia social. En Madrid hay gente con la que no quiero cruzarme, porque está asociada con lo peor. Yo me he desenvuelto en este mundo desde hace más de quince años, pero he querido aislarme. He puesto un muro que algún día romperé. Lamento muchas veces perderme espectáculos, pero no voy al teatro. Cristiano Ronaldo dice que él hace fútbol pero que no ve. Yo más o menos.

-¿No tiene entonces una opinión sobre el teatro que hacen sus colegas?
-No lo conozco. Estoy agradecida a Aviñón y al Festival de Otoño por haber confiado en mi trabajo, pero no sé por donde van los tiros.

-¿O sea, que no nota la crisis?
-No. Bueno... me entero porque hay que hacer números, no podemos contar con esto o aquello.

-¿Entonces ha encontrado en el teatro una terapia?
-Más que una terapia, porque éstas las hacen los psiquiatras, es lo que me permite vivir. Es algo que comprendí desde muy chiquitita, a los 15 años yo escribía poesía, teatro...

El motorcito de la rebeldía
-¿Por qué empezó por el teatro?
-No recuerdo de qué manera. Empecé a escribir en diálogos desde chiquitita. Y pronto me di cuenta que aquella era la manera de vengarme de la vida.

-¿Tiene una explicación a que desde niña sintiera esa atracción por lo sórdido?
-¡Qué sé yo! ¡Cómo voy a saberlo, si a los siete años ya me llevaron a un psiquiatra! Hay gente que no podemos ir a los sitios, somos inválidos. Es un sentimiento que he aprendido a manejar a través de la palabra y, luego, con esto del teatro, tan raaaro. Por eso, el teatro es...

-¿Su tabla de salvación?
-Sí, más que terapia, es lo que me salva de mi propia naturaleza, que muchas veces detesto.

-Luego, pasó por la Escuela de Arte Dramático de Madrid (Resad), de la que no tiene muy buena opinión, cosa que molesta a algunos profesores. Supongo que algo aprendió ¿no?
-(risas) Sí, supongo que sí, pero yo siempre funciono desde la rebeldía. Rebeldía a la familia, a todo, funciono por oposición, es mi motorcito. Y la Resad fue, seguramente, el primer lugar donde aprendí a rebelarme. Pero yo he aprendido más de mi abuela y de su relación con las palabras. Ella era una campesina de Extremadura.

-¿Su abuela escribía?
-No, qué va, pero era capaz de memorizar durante la siega unos versos que se cantaban en las rogativas. Ella los almacenaba en su memoria porque no sabía escribir, era algo prehomérico. Recuerdo que cuando tuve mi primera máquina de escribir, los pasé a papel.

La piedad, aspiración humana
-¿Le cuesta mucho dar por terminado lo que escribe?
-Mucho, mucho...Para escribir este alfabeto he tardado un año y todavía sigo corrigiendo. Lo primero, siempre es la palabra. Luego me cuesta mucho ubicarla. Aquí he querido que fuera un espacio infantil.

-¿Y qué hacen los chinos?
-Son acróbatas de Pekín y, es curioso, estaba trabajando con la idea de la falta de piedad y cuando ellos han llegado, lo han transformado todo. Es como si me hubiera llegado un torrente de vida y de inocencia, que es de lo que hablo, de la falta de la inocencia. Porque yo he perdido la inocencia tardísimo, a los 43 años.

-Quizá eso explique que siga llamándose Liddell.
-He sido muy boba, muy tonta. Cuando a los 40 años te machacan la inocencia, hay que empezar a vivir otra vez. En estos últimos cuatro años me he hecho muy vieja y por eso en esta obra me he rodeado de inocencia. Porque para negar el amor y la piedad, hay que haber amado mucho. Y para llegar a la desconfianza a la que he llegado, es que he confiado mucho. Y cuando llegas a la negación de la vida, es que has amado muchísimo la vida. De ahí mi chip suicida, que amas tanto la vida que no la soportas como es. Soy una suicida sin suicidio, como decía Anne Sexton, tengo un amor desproporcionado por la vida.

-¿Y la religión nunca fue un consuelo?
-Estudié en un colegio de monjas y hablaba mucho con Dios, pero hasta la adolescencia. Y quieras que no, la educación religiosa a veces te convence (risas).

-En sus obras desliza valores cristianos, la piedad, por ejemplo.
-La piedad debería ser la aspiración humana, ponerse en el lugar del otro. Pero en absoluto está asociado al catolicismo, que es algo que detesto profundamente, con toda mi alma. Sí, es posible que trabaje con términos cristianos porque leí mucho la Biblia, que es un libro muy hermoso. Como la Ilíada. Dos libros maravillosos que intento imitar continuamente.