Al sentarse frente a Luis Alberto de Cuenca y Loquillo uno tiene la sensación de estar ante dos tipos en vías de extinción en este mundo líquido (que diría Bauman). Es como si estuvieras ante dos linces ibéricos o dos osos pardos o dos águilas imperiales. Su palabra pesa, su presencia impone y su actitud remite a viejos códigos viriles casi olvidados. El primero destila maneras aristocráticas, pero sin ínfulas. El segundo gasta chulería de barrio, pero con principios. Después de muchos años dándole vueltas, lidiando con una Industria poco sensible a experimentos poéticos, han conseguido alumbrar un disco juntos. Un disco que lleva por título Su nombre era el de todas las mujeres, que tiene su inspiración y sustrato en varios poemas de Luis Alberto de Cuenca (La malcasada, Cuando vivías en la Castellana, Nuestra vecina...) y que sale el próximo 4 de octubre. Los dos se encuentran orgullosos y felices de haberlo hecho, porque no ha sido fácil. Elcultural.es los reúne en la terraza del Hotel Fénix de Madrid ("donde se alojaron los Beatles", advierte Loquillo), a cuatro pasos del mítico Balmoral, espacio nocturno donde se fue fraguando su amistad, que en un principio, cuando no se conocían, era enemistad, incluso odio, porque el rockero detestaba al poeta:
- Loquillo: En la mili me despertaban con la canción Hola mi amor, yo soy tu lobo, que compuso él. Entonces juré y perjuré que si cogía a ese tipo de los cojones, me iba a oír. ¿Quién me iba a decir entonces que terminaría siendo mi amigo y sacaría un disco con él?
Pero, gajes del destino, así ha sido. Loquillo se acercó a la obra de Luis Alberto de Cuenca cerca ya de la cuarentena, y descubrió que en ella había muchas verdades que le resultaban muy familiares y muy cercanas a partir de esa edad. Entonces empezó a rumiar la idea del disco. "Y cuando leí Sin miedo ni esperanza, lo tuve claro", confiesa. Con su vehemencia característica se presentó un día del año 2000 en el despacho oficial de Luis Alberto de Cuenca, donde éste ejercía como secretario de Estado de Cultura:
- Luis Alberto de Cuenca: Cuando me dijeron que estaba Loquillo esperando me quedé patidifuso. Yo le admiraba mucho ya desde los tiempos de la movida. Hablamos de música y de poesía, pero decidimos que habría que esperar a que yo saliera de ese despacho para poder colaborar. Y como mi vocación de estar en despachos se reduce a ratitos...
Cuando pasó el ratito en cuestión, los dos empezaron a verse más a menudo y el proyecto poco a poco fue tomando forma. Recurrieron a Gabriel Sopeña, veterano en el oficio de musicar poemas, y Jaime Stinus, que se ocupó de los arreglos. El trabajo en equipo ha servido para producir, según Loquillo, "una máquina perfecta, un artefacto milimetrado". El autor de himnos generacionales como Cadillac solitario y El ritmo del garaje no era la primera vez que sacaba de la poesía las letras para sus canciones. Lo había hecho dos veces más antes. Primero, en 1994, publicó La vida por delante, a partir de poesías de Octavio Paz, Cesare Pavese, Pablo Neruda, Pedro Salinas...; y, en 1998, lanzó Con elegancia.
- L.: Por este último, el consejero de Cultura catalán del momento me agradeció que rescatara a poetas como Pere Quart y Salvat-Papasseit. Yo le contesté que por qué no me felicitaba por Vázquez Montalbán y por Gil de Biedma, que también eran catalanes y también estaban en el disco.
Pero no sólo recibió felicitaciones (parciales) por esta apuesta por la poesía. Loquillo vivió una especie de excomulgación, dictada por la vieja guardia rockera. Muy parecida a la que vivió Dylan cuando se electrificó en su concierto de Newport del 65.
- L.: Me llamaban maricón por cantar poemas. Los rockeros ortodoxos se sentían traicionados, ellos lo que querían era verme berrear encuerado.
- L.A.: Es difícil entender esa cerrazón, sobre todo porque Loquillo no ha cantado la poesía con cuatro acordes, como tradicionalmente lo han hecho los cantautores. Ni ha cantado a las flores del campo ni cosas así. En este disco, por ejemplo, se produce una especie de milagro. Mis poemas, escritos muchos años antes, parecen letras escritas ex profeso para Loquillo. O todavía más: parecen directamente letras escritas por Loquillo. Eso es por la tremenda simbiosis en la que nos hemos fundido.
Una simbiosis que anida en querencias poéticas afines...
- L.A.: Hay que tener en cuenta una cosa importante. A Loquillo le encantan Cirlot y Gil de Biedma, que son mis dos poetas favoritos y que han sido muy importantes en mi evolución poética. También el primer Gimferrer, el de Arde el mar y La muerte en Beverly Hills, que me parece su mejor libro.
L.: Sí, es magnífico. Pero, claro, es que ¿qué diferencia hay entre un poema de Gil de Biedma y una canción de Lou Reed escrita en los años 70? Los dos hablan de los bajos fondos urbanos e íntimos.
L. A: Como en Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma, con esa vomitona en la alfombra, donde se desdobla en dos hombres, el que va cada día a la fábrica de tabacos en Filipinas, y el que luego vive una segunda vida. Todos tenemos ese desdoblamiento entre Jekill y Hyde.
L.: Y ojito con quién no lo muestra. Ese es peligroso.
L.A: Ese es el psicokiller.
Ríen los dos, como viejos amigos que se admiran, se quieren y se respetan. Su amistad no es demasiado longeva pero sí ha sido intensa hasta la fecha. Además, el afecto mutuo que les une no sólo está cimentado en gustos compartidos. También comparten enemigos y eso siempre ha unido mucho. La corrección política, por ejemplo, les subleva ambos. De hecho, el primer sencillo, Political Incorrectness, es un torpedo en la línea de flotación de bienpensantes y adoctrinados. Un poema, una canción, una provocación, donde "el multiculturalismo es el nuevo fascismo, sólo que más hortera" y las mujeres son "las hembras de la tierra". Sin miedo.
L.A: Están diciendo de todo de todo. Desde que somos del 15 M hasta que somos del Nuevo Orden. El disco está creando bastante confusión.
L.: Eso es buena señal.
Una sonrisa pícara y chuleta, marca de la casa, destella en los ojos de Loquillo.