Dietrich Fischer-Dieskau
Ante la muerte de un auténtico grande, de un artista que ha mantenido una carrera ininterrumpida sobre los escenarios de más 50 años y que ha seguido luego impartiendo sus conocimientos casi hasta su desaparición, que ha sido probablemente el cantante que más y mejor ha grabado y que se consolidó en vida como una incuestionable autoridad en torno a la materia vocal, acerca de la que escribió paginas ejemplares, ¿qué se puede decir? ¿Qué se puede decir sino expresar una enorme tristeza por la pérdida y al tiempo consolarse pensando en su ingente legado discográfico y literario y en las decenas de alumnos, algunos ya famosos, que, siguiendo su estela, han paseado su memoria viva? Está claro que con Dietrich Fischer-Dieskau (Berlín, 1925-2012) se va no solo un intérprete único, sino toda una época del mejor canto. En él se reunían las esencias de una tradición liederística representada por antecesores como Heinrich Rehkemper, Gerhard Hüsch, Heinrich Schlusnus o Hans Hotter. Junto a Hermann Prey, reverdeció un género que hoy señorean los Quasthoff, Goerne, Gerhaher o Trekel, en algunos casos discípulos directos y continuadores de una técnicas y unos modos muy personales.La voz del cantante era muy peculiar. El timbre era el de un barítono lírico, incluso muy lírico en los comienzos, más bien claro, persuasivo, con una zona grave suficiente, con posibilidades de llegar a tener un espectro penumbroso, y una franja superior con ribetes próximos al tenor. La extensión era amplia, aunque la consistencia no fuera la misma en toda la gama y, desde luego, sin la morbidezza necesaria para cumplir con las exigencias de la ópera italiana, a la que dedicó también buena parte de sus actuaciones y registros sonoros, y que precisa de un metal, de un campaneo y de un caudal muy específicos. No obstante, la belleza de los pianísimos, el legato superior y la observancia milimétrica de las acotaciones expresivas, que son idóneas para el mundo del lied, favorecieron loables acercamientos a partes operísticas verdianas como las de Rigoletto, Germont, Posa o Iago.
El amplio y completísimo juego de sfumature, probablemente único en los cantantes de los últimos cincuenta años, engalanaban la línea y revelaban un absoluto dominio del control del fiato. Gracias a un portentoso dominio de los reguladores, conseguía una muy amplia gama de coloraciones, cosa fundamental para cantar lied. Lo bueno en Dieskau es que sabía variar las tintas, sin perder personalidad ni igualdad tímbrica, gracias a una sutil técnica para las dinámicas y para la aplicación de distintos tipos de voces de cabeza. En el terreno de la ópera alemana siempre recordaremos sus aproximaciones a Jokanaan, Mandryka, Orestes, Mathis, Mittenhofer, Wozzeck, entre otros. Sus jugosos y singulares acercamientos al Mozart germano e italiano.
Queden estas líneas como símbolo de admiración a quien nos hizo, y nos hace, disfrutar con tantos y tantos momentos felices de la interpretación vocal. Tiempo habrá, con más calma, para profundizar en su figura y en su legado.