Robert Smith durante la actuación de The Cure en el Primavera Sound 2012. Foto: Jose González.

Con una oferta abrumadora y excelente como la del Primavera Sound -que este año ha vuelto a batir su récord de asistentes, rozando los 150.000- resulta frustrante no poder desdoblarse para disfrutarla entera. Y más si por cuestiones de agenda uno aterriza en Barcelona el jueves a medianoche y se ve obligado a escuchar durante tres días lo bueno que fue el concierto de Wilco al que no pudo asistir. Como tampoco pudo disfrutar de Death Cab For Cutie, The Afghan Whigs, Mudhoney, The XX, Refused... Aunque sí llegamos con tiempo -y muchas ganas- para ver a Franz Ferdinand, el concierto resultó fallido.



Alex Kapranos saltó al escenario con un visible trancazo que le fue arrebatando poco a poco la voz. Daba pena verle sufrir en los agudos, sudando la gota gorda y disculpándose cada diez minutos. Mala noche para presentar algunos temas nuevos del esperadísimo cuarto álbum de los escoceses. Menos mal que sus hits -The Dark Of The Matinee, Michael, Take Me Out, Can't Stop Feeling- surtieron el efecto de siete antigripales y apuntalaron el concierto para llegar con dignidad y elegancia -eso siempre- hasta el final.



A las 3 de la mañana, el barcelonés John Talabot demostró ante un repleto escenario Ray Ban por qué ha pasado en muy poco tiempo de ser una promesa local de la electrónica a ocupar la lista de lo más destacado del año de Pitchfork. Tal como rezaba el cartel, ofreció un espectáculo de lo más live, con percusiones orgánicas, voces y sintes en directo para repasar su primer disco, Fin.



The Cure y The Rapture arrasan el viernes

La del viernes fue, sin duda, la noche de The Cure y The Rapture, ambos conciertos en el escenario principal de San Miguel. Por la tarde lo había calentado Rufus Wainwright, otro de los cabezas de cartel, que salió enfundado en un extravagante traje de motero y planeando con su voz aterciopelada sobre su magnífica banda, con la que interpretó su último disco, Out Of The Game. "Sé que es la hora del desayuno para todos vosotros", dijo al poco de comenzar su actuación, a las 8 de la tarde. Y no le faltaba razón.



Pasadas las 22 horas, la audiencia más multitudinaria en la historia del festival vio aparecer sobre el escenario el inconfundible cardado y el maquillaje de Robert Smith, más de tres décadas después de sus primeras andanzas y con unos cuantos kilos más, pero con el espíritu y el talento intactos. La mítica banda británica The Cure ofreció un espectáculo de tres horas, algo insólito tanto para el Primavera Sound como para cualquier festival. Uno a uno fueron desgranando sus éxitos con un setlist de 40 canciones, nada menos, con el que demostraron que están en perfecta forma. La euforia colectiva llegó a su punto más alto con clásicos como Just Like Heaven, Friday I'm In Love y, por supuesto, Boys Don't Cry. Y en una de sus guitarras, un guiño a los indignados del mundo: "2012: citizens, not subjects" ("2012: ciudadanos, no súbditos").



Mayhem, banda clave del black metal escandinavo, tocó en el discreto escenario Vice. Discreto por tamaño y ubicación, porque la puesta en escena de los noruegos incluía una decena de antorchas y otra de cabezas de cerdo colgadas de ganchos de carnicero, amén de una cruz invertida en el mango del micro. Pero lo de Mayhem no es una pose teatral -no hace falta recordar que cuentan en su historial con un suicidio y rumores de canibalismo post-mortem-. Al lado, en el Pitchfork, SBTRKT deleitaba a los presentes con su dubstep sucio y graves sintéticos con pegada, similar a la imponente tralla electrónica que Benga despacharía una hora y media después en el escenario Ray Ban.



En la otra punta del Parc del Fòrum, el escenario Mini dio la bienvenida a M83, con 20 minutos de retraso para no solaparse con el concierto de Smith y los suyos. Los franceses Anthony Gonzalez y Nicolas Fromageau, muy populares gracias a que su sencillo Midnight City se ha convertido en un éxito de masas, dieron un concierto potente en el que su combinación de dream pop, shoegaze y electrónica se completó con un magnífico diseño de iluminación.



Parecía que después de The Cure el escenario San Miguel se le quedaría grande a cualquiera. Nada más lejos de la realidad. Los estadounidenses The Rapture ofrecieron uno de los mejores conciertos de todo el festival, sin lugar a dudas. Con metálica nitidez, la voz de Luke Jenner cosió a la húmeda noche barcelonesa las melodías de Sail away, In The Grace Of Your Love y Echoes, revitalizada por ser la intro de Misfits, la atrevida serie británica protagonizada por delincuentes juveniles con superpoderes. El concierto alcanzó su clímax hacia el final, cuando empezó a sonar el riff de piano de inspiración dance de How Deep Is Your Love? y cualquiera que no empezara a bailar como loco se convirtió automáticamente en un bicho raro.



Sábado: atardecer cándido, madrugada de desenfreno

La última hora de la tarde fue el momento perfecto para ver a Kings of Convenience en acción sobre el escenario principal. Su folk pop luminoso con un punto de nostalgia caló en la audiencia, que se dividía entre los más atentos al show del dúo noruego y los que charlaban relajadamente mientras oían de fondo sus maravillosas melodías construidas sobre ritmos con mucho swing, tintados de bossa y algo de funk. Comenzaron los dos solos y luego se les unió el resto de la banda para interpretar los temas más movidos. Erlend Øye -con sus gafas redondas y su peinado a lo John Lennon- y Eirik Glambek Bøe derrochan una simpatía y una candidez natural que los convierte en los yernos soñados por cualquier madre. El asombro por su poder de convocatoria les duró todo el concierto y tras la última perla, I'd Rather Dance With You, se hicieron una foto con miles de fans de fondo, echando mano de nuevo de su humilde espontaneidad.



Tras los noruegos hubo peregrinación masiva hacia la otra punta del recinto. En el escenario Mini le tocaba el turno a los celebrados Beach House, que eran el reclamo principal del sábado para miles de oídos exigentes. A media luz desplegaron su dream pop lánguido, cargado de texturas atmosféricas coronadas por la personalísima voz de Victoria Legrand.



A la misma hora, el francés Dominique A y su banda, en la que se incluye un quinteto de viento, engalanaban el escenario Ray Ban con la chanson francesa pasada por una turbina, dando como resultado un artefacto potente y desgarrador sin perder un ápice de sensibilidad.



A las 23 horas al escenario San Miguel sólo le faltó una bola de espejos para acompañar el eurodance de Saint Étienne. Ni la mezcla de sonido ni la voz de Sarah Cracknell -con lentejuelas y boa de plumas- fueron una maravilla, pero el viaje a los noventa mereció la pena, con grandes éxitos como Only Love Can Break Your Heart o Tonight que convirtieron la enorme explanada en un sofisticado club junto al mar.



De nuevo en el otro extremo del Fòrum, el escenario Mini se pobló de melómanos que esperaban a unos viejos conocidos, Yo La Tengo, que confesaron estar encantados de volver a su "festival favorito del mundo entero". La solemne expectación del público dejaba claro que el trío de New Jersey son una banda de culto. Arrancaron el show con una buena dosis de noise, con un Ira Kaplan que sabe sacar, como pocos, sonidos inverosímiles a la guitarra haciendo aspavientos frente al amplificador. Resulta difícil de creer que una descarga de disonancias y ruidos indeterminados aterrice tan bien sobre armonías clásicas y melodías delicadas.



De vuelta en el escenario San Miguel, un mamotreto gigantesco con luces y un luminoso en forma de cruz fue el altar donde los franceses Justice oficiaron su misa de electrónica desenfrenada concebida para dar botes. Es difícil saber cuánto de live tiene su live y cuánto de precocinado, pero el resultado fue como siempre una fiesta en continuo clímax. Sin duda, uno de los momentos álgidos del festival.



Domingo de cierre bajo la lluvia

El cielo de Barcelona no se acordó de que tras los tres días grandes del Parc del Fòrum tocaba fin de fiesta en el Arc de Triomf. Bajo la lluvia tocaron Joe Crepúsculo, Nacho Vegas y el francés Yann Tiersen. A las 22:30 h apareció sobre el escenario Richard Hawley con chupa, gafas oscuras y tupé, como obliga el código del viejo rockero. Por sus manos fue pasando un harén de guitarras, cada cual más despampanante que la anterior, con las que acompañó -junto al resto de su magnífica banda- a su elegante y cálida voz de crooner. Al poco de empezar, tocó la hermosa The Streets Are Ours, y como si fuera una orden, la lluvia desapareció para dejar que las calles fueran, en efecto, nuestras.