Asegura Rolando Villazón que "la ópera es una feria en la que hay que subirse a todo", quizá a sabiendas de que algunas de sus apariciones se asemejan más a un espectáculo circense que a un carrusel propiamente dicho. Nada tiene en común el tenor mexicano con la mujer barbuda, el lanzador de cuchillos o el domador de leones, pero él mismo se define como "devorador de biografías de payasos" y ha planteado su carrera como la de un funámbulo alérgico a la red desde que ganara el concurso de Operalia que organiza Plácido Domingo.



Quizá por eso muchos de sus seguidores y fans (que son legión desde la afonía que le privó varios meses de los escenarios) prefieren disfrutar de sus encantos al calor de los recitales. Sin maquillaje ni excentricidades, Villazón llega mejor. Lo podrán comprobar los asistentes al concierto que ofrecerá este viernes en el Teatro Arriaga de Bilbao como broche de oro a la temporada. Cantará obras de Schumann, Fauré y Duparc acompañado del pianista Gerold Huber. Y, si la noche se da bien, puede que reserve alguna de sus propinas al Werther de Massenet que acaba de grabar con Antonio Pappano para Deutsche Grammophon.



Hablamos de su ópera fetiche, de su talismán, de su credo. Con Werther triunfó en Salzburgo (2005) y decepcionó en París (2007), y le sirvió también para su bautismo de fuego como director de escena en la Ópera de Lyon (2011). La última noticia que tuvimos de él como regista fue a propósito del debut de Pablo Heras-Casado en la Festspielhaus de Baden-Baden. Les convocaron para un L'elisir d'amore de Donizzetti y Villazón, que además de los decorados se encargaba también del Nemorino, no dejó ni gota.