Emir Kusturica.
Pocas veces Emir Kusturica deja indiferente. Ahora ataca de nuevo en calidad de libretista, compositor y director de escena de una ópera punk, El tiempo de los gitanos, con la que se inaugura el jueves la programación de La Mar de Músicas de Cartagena. Será el punto de partida de una gira mundial de Kusturica y su banda The No Smoking Orchestra. Coincidiendo con la publicación de sus memorias, ¿Dónde estoy en esta historia?, El Cultural ha hablado con el director serbio.
Después de eso, lo que acontece es una réplica de la película homónima con la que el director serbio ganó el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes de 1989. La diferencia estriba en que, obviamente, aquí no hay planos, encuadres ni cámaras en mano. Tampoco cuenta la puesta en escena con la sobrecogedora banda sonora de Goran Bregovic. En realidad poco queda del cast original de la película. Empezando por su actor protagonista, Davor Dujmovic, que se suicidó en 1999, y siguiendo por las localizaciones reales de la historia, que han desaparecido del mapa.
Razones suficientes que justifican esta relectura en clave operística en la que Kusturica ejerce de libretista, compositor y director de escena. Con ella se inaugura el jueves la programación de La Mar de Músicas de Cartagena, que será el punto de partida de la gira mundial que emprenderán el artista serbio y su grupo de rock balcánico The No Smoking Orchestra, colaborador habitual de las bandas sonoras de su filmografía.
Más de cuarenta intérpretes y músicos desfilan por esta tragicomedia salvaje de algo más de dos horas de duración. La proliferación de toda clase de personajes (acróbatas, vendedores ambulantes, policías, obispos...) redunda en un torbellino de estilos musicales. Del folk balcánico al punk, del rock a la música clásica y, entre medias, varios duelos de acordeones, el melancólico solo de un desvencijado contrabajo y el electrizante punteo de una guitarra eléctrica. Todo una kusturicada que no escatima en pirotecnia musical para aliñar un libreto escrito a seis manos con Gordan Mihic y Nenad Jankovic: Perhan, que vive con su abuela, su hermana minusválida y su tío, sueña con ser millonario para poder ganarse el amor de su vecina Azra. Hilarantes enredos a lo Monty Python se alternan sin solución de continuidad con una trama de corte neorrealista sobre explotación de prostitutas y niños mendigos.
El estreno de El tiempo de los gitanos coincide con la publicación en España de las memorias de Kusturica. ¿Dónde estoy en esta historia? (Península) es un relato sentimental y a ratos autocomplaciente que surge de la necesidad del cineasta de proteger su pasado de los "tamborileros" del capitalismo liberal. "Si el olvido, ese gran señor, no atenuara los pensamientos apasionados, los convirtiera en razonables y los ordenara, nuestro cerebro sería un simple contenedor".
-¿Qué hace un director como usted entre bambalinas?
-Es algo que siempre quise hacer, pero que nunca veía el momento de llevar a cabo. Más que un proyecto propiamente dicho, El tiempo de los gitanos es una fantasía personal, un sueño de juventud. Todo empieza como una idea loca que un día, de pronto, empieza a tomar forma. Ya sabe, una persona te lleva a otra, y al final te encuentras frente a frente con Gerard Mortier en la Ópera de París.
-¿Por qué la especificación operística, la etiqueta?
-Supongo que es obvio que no se trata de una ópera en el sentido tradicional del término. Creo que es mucho más que eso. Digamos que me he servido del formato del género como punto de encuentro y articulación de diferentes disciplinas artísticas en torno al texto, a la música y a la escena. El tiempo de los gitanos convierte la idea original de la película en un gran show escénico a medio camino entre el musical, la ópera o la opereta y la adaptación teatral. Sólo puedo decir que el resultado me fascina, y me consta que al público le pasa lo mismo.
-¿Es compatible la militancia en el cine independiente con los escarceos operísticos?
-Totalmente. De hecho, me atrevería a decir que El tiempo de los gitanos es una suerte de ópera independiente, indie, que está muy, pero que muy lejos del negocio de las producciones operísticas. Tampoco soy un experto. Todo esto es nuevo para mí. Y eso me gusta. Me hace feliz volver a ser un recién llegado.
-¿Cuál diría que es la gran diferencia con la película?
-Cada proyecto artístico parte de un determinado enfoque. Es la razón de ser de los remakes cinematográficos. Mi ópera nace de una película, pero tiene vida propia. Aunque en esta ocasión no se trataba tanto de cambiar el punto de vista como de proponer una experiencia completamente diferente. En la ópera todo sucede en vivo y a tiempo real. No hay cámaras rodeando a los actores ni existe la posibilidad de jugar con las imágenes en la sala de montaje. Todo lo que pasa, pasa de verdad, frente a tus ojos.
-¿Ésa es la razón por la que los músicos abandonan el foso?
-Para mí, la música es inseparable de la vida. Y no me refiero a un hilo de melodías que suena de fondo. Necesito que la acción esté rodeada de músicos con sus instrumentos, chocándose unos con otros.
Veinte años después
-¿Cómo ha despachado el trasfondo político y social más de dos décadas después?
-La Historia está siempre presente en mis historias. Pero también en el público, en los periódicos, en los libros... Todo evoluciona al mismo tiempo, por lo que no ha sido necesario actualizar nada.
-En 2012 se cumplen 20 años de la muerte de su padre. También de la desaparición de Yugoslavia. ¿Cuánto han cambiado las cosas desde entonces?
-No hacen falta décadas para percibir un gran cambio. Suena a perogrullo pero lo cierto es que cada día el mundo se reinventa a sí mismo. En cualquier caso, la realidad de la película y la mía, personal, pertenecen a universos paralelos. El tiempo de los gitanos es una historia universal, una fábula fuera del tiempo, que emocionará, igual de poco o de mucho, dentro de otros 20 años o cuando yo ya no esté.
-¿Cómo ha planteado el proceso creativo de un espectáculo tan colaborativo?
-Ésta no es la típica obra de un autor que se encierra en su estudio sino el producto de una serie de intercambios al lado de grandes profesionales, como el escritor Gordan Mihic y el compositor Nele Karajlic, que es la cabeza visible de The No Smoking Orchestra, con la que he coincidido en el cine tanto como sobre los escenarios. Lo bueno de trabajar entre amigos es que, por muchas horas que le eches, nunca tienes la sensación de estar perdiendo el tiempo.
-¿Cuántos estilos musicales conviven en la partitura?
-No hemos escatimado en ingredientes. Hay rock, música popular balcánica, canciones del folclore gitano, temas procedentes del punk y, lo que puede resultar más sorprendente, pasajes de eso que la gente llama música clásica. Me atrevería a decir que el mérito de esta partitura radica en que no sabes cuándo termina un estilo y empieza el otro. La mezcla de géneros no es sólo una práctica saludable, sino la única opción posible para un proyecto de estas características. Lo digo porque ninguno de nosotros cree en la pureza del arte.
El fútbol como liberación
-¿Cómo recuerda el estreno en la Bastilla parisina?
-Fue verdaderamente sobrecogedor sentir el aplauso de la gente en este gran templo de la ópera. Se tuvieron que prolongar las funciones y, si no me equivoco, pasaron por la Bastilla 45.000 personas en sólo 15 días. Para las funciones de Cartagena he realizado algunos cambios, detalles sin importancia que nos permiten adaptar el montaje a las especificidades de cada teatro. Una de las desventajas de la ópera frente al cine es que no se puede exportar tan fácilmente. Razón por la cual nos hemos propuesto pasearla por el mayor número posible de países.
-¿Repetirá la experiencia con otro título?
-La verdad es que me encantaría. He disfrutado mucho durante todas las etapas de este proyecto. No lo descarto aunque, como se podrá imaginar, el negocio del cine exige mucho tiempo y dedicación.
-En Maradona by Kusturica abordaba la cuestión liberadora del fútbol. ¿Salvará la Selección la agenda política de España?
-Hay mucha más gente pendiente de un partido de fútbol que de cualquier concierto o película. Todo ese cúmulo de energía tiene que notarse de alguna manera. Otra cosa es que la realidad de un país cambie al grito de gol.
¿Dónde está Kusturica?
Lo que se verá en el Auditorio El Batel de Cartagena el 19 de julio tiene mucho que ver con la infancia de Kusturica, aunque el controvertido director serbio resuelve cualquier incógnita autobiográfica en unas memorias que se acaban de publicar en España entre signos de interrogación. En ¿Dónde estoy en esta historia? (Península), el dos veces ganador de la Palma de Oro de Cannes se enfrenta a los fantasmas del pasado (a propósito de su presunta deserción de Sarajevo durante la Guerra de Bosnia), reflexiona sobre algunos "procesos vitales" (como el nacimiento de su hijo Stibor) y tiene tiempo también para despachar cuestiones aparentemente más futiles, como los primeros amoríos, a los que invitaba al cine y que nunca le dejaron ver el final de Amarcord de Fellini. "El hombre tiende a olvidar, y con el paso del tiempo el olvido se ha convertido en un arte fundamental de la especie humana. Si el olvido no atenuara los pensamientos apasionados nuestro cerebro sería un simple contenedor. Sin el olvido, ¿podríamos dirigir la mirada al futuro? ¿Qué pasaría si sintiéramos que de nuestra alma no deja de manar sufrimiento, si el olvido no cubriera los duros momentos de nuestra vida como las nubes ocultan el sol? Sería imposible sobrevivir".