El bailaor sevillano Andrés Marín, en un momento de Tuétano. Foto: Jean Louis Duzert.

El bailaor presenta su nuevo espectáculo en la Bienal de Sevilla. Tuétano, que llega el martes al Lope de Vega, es un viaje a la semilla en el que Marín busca "el origen del gesto al margen de los estilos tradicionales" flanqueado por el baile de Concha Vargas y el cante de La Macanita.

Que la Bienal es "un proyecto de ciudad", como declara su directora Rosalía Gómez, lo demuestra el hecho de que se haya puesto en marcha, entre otros, el ciclo Una ciudad para el flamenco, que recorre avenidas y plazas sevillanas en un intento de no limitar sus representaciones a los grandes escenarios, como los del Teatro de la Maestranza, Teatro Lope de Vega o el Real Alcázar, sino de abrirlas al ámbito de la participación callejera y el jolgorio público. Una buena idea si tenemos en cuenta que el hispalense de a pie no le presta demasiada atención a un acontecimiento que tiene más repercusión fuera que dentro de la capital andaluza y que se alimenta de un público venido de numerosos países. Con 71 propuestas diferentes, ofertándose en cada jornada hasta cuatro conciertos o espectáculos, la Bienal de Sevilla comenzó el 3 de septiembre con Raíces de ébano, de Manuela Carrasco, y se cierra el 30 del mismo mes, mostrando la rica diversidad del flamenco de esta época y su imparable potencial creativo.



En su XVII edición el programa de la Bienal atiende a los más jóvenes, brindándoles un espacio sin precedentes, a los que han llegado a ser grandes figuras y a los venerables maestros, como es el caso de Matilde Coral, Manolo Marín o José Galván, por cuyos estudios ha desfilado lo más sobresaliente de la danza de hoy, y que recibirán merecido homenaje en el espectáculo de clausura La punta y la raíz. Un paseo por el baile de Sevilla, protagonizado por Rafaela Carrasco.



En la Bienal, como pasarela y muestra, son numerosos también los estrenos que se anuncian este año y que constituyen uno de los principales atractivos del certamen. Uno de ellos es Tuétano, de Andrés Marín, que profundiza aún más en su inquietante universo estético y espiritual. Autor e intérprete de obras memorables, que han marcado un antes y un después en la escena flamenca y posibilitado la incorporación de un original repertorio artístico, el combativo e independiente bailaor sevillano, a lo largo de un imparable proceso interno, ha ido elaborando títulos significativos que han establecido las bases de un nuevo orden dancístico, dando el salto a una nueva dimensión a través de fórmulas absolutamente personales, emancipadas y de rabiosa autonomía. La intención de Tuétano, una coproducción con Festival Montpellier Danse, "es buscar el origen del gesto al margen de los estilos tradicionales", cuenta Marín. "Ésa es mi visión: lo genuino de ese gesto, propio del ser humano por encima de la danza y sus estructuras".



En ese contexto cuenta con la colaboración de la bailaora gitana Concha Vargas, impetuosa, racial y desgarrada, y con la cantaora Tomasa la Macanita, también gitana y con unas características sonoras muy auténticas, arraigadas en el ámbito musical de su tierra, Jerez de la Frontera. "Aunque la danza es nuestra común manera de manifestarnos, se establece un contraste con mi verticalidad y austeridad, quizá con mi visión más abierta, pero, en último caso, tanto ellas como yo tratamos de llegar al fondo de ese lenguaje gestual".



Suelo de tierra, números de circo, presencia de animales y el baile como declaración visceral y espontánea, como elemento orgánico en su libre exteriorización. De fondo, el latido de los textos de Antonin Artaud: "Tuétano es una reflexión, posiblemente un espectáculo lento y de digestión difícil, distinto a mis anteriores trabajos, ya que tengo un conflicto con el baile de espejo. El espejo dice una cosa y mi estómago, otra. Prefiero seguir a mi estómago y equivocarme. Mis necesidades de expresión están por encima de la plasticidad del espejo".