Tomás Marco. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.
El miércoles el compositor madrileño cumple 70 años en un dulce momento de madurez creativa: acaba de estrenar su Décima sinfonía, 'Infinita', en el Festival Internacional de Santander y ha sido objeto de varios monográficos, como el que le va a dedicar el Festival de Música Contemporánea de Tres Cantos. Además, en octubre, José Luis Pérez de Arteaga publica 'Corcheas apacibles y furiosas: conversaciones con Tomás Marco'.
El salón de Tomás Marco (Madrid, 1942) es una reproducción a escala del mundo. Una ruina de Valeria dialoga con un volumen de la Bauhaus y, en una esquina, el ojo de una trompeta tibetana mira con asombro un cuadro de Gustavo Torner que evoca los misterios del universo. Por la rendija de una ventana se cuela el ruido del tráfico, pero no parece Madrid lo que suena de fondo. Entre esculturas, libros e instrumentos exóticos de todas las formas y tamaños, no hay sitio en la mesa para una grabadora que, a falta de un televisor, será durante una hora el único atisbo tecnológico de toda la estancia.
Hace unos días que el Festival Internacional de Santander estrenó su Décima sinfonía, 'Infinita', y él respira aliviado "por toda esa literatura sobre compositores que no han sobrevivido a este encargo". Es el mismo Marco de siempre: conversador nato, pudorosamente educado y culto a rabiar, de mirada prismática y verbo enciclopédico. Recibió su primer Premio Nacional de Música el año en que Armstrong puso un pie en la Luna y desde entonces no ha dejado de dar pasos de gigante en las más de 250 obras de su catálogo, pero también al servicio de Radio Nacional, el INAEM y la SGAE. Todavía insiste en eso de que "la gestión también es música".
Tomás Marco cumple el miércoles 70 años pero no será el único en celebrarlo. Durante los últimos meses su música ha sonado en varios monográficos y programas de homenaje. En el Festival de Verano de El Escorial se volvió a llevar a escena El caballero de la triste figura y el próximo octubre el Festival Internacional de Música Contemporánea de Tres Cantos le dedica un programa completo. Además, la Fundación Autor publica Corcheas apacibles y furiosas: conversaciones con Tomás Marco, del crítico y musicólogo José Luis Pérez de Arteaga. "No son unas memorias propiamente dichas ni trato, como suele suceder, de ajustar cuentas con nadie. La verdad es la que es. Tan hermosa, decía Coventry Patmore, que prevalecerá incluso cuando a nadie le importe".
Hoy no lleva reloj pero es un estratega del tiempo. Duerme poco (no hay día que se levante después de las cinco) y resuelve los asuntos con diligencia. "El tiempo no arregla las cosas, sólo las pudre". A su gran talento y fuerza de voluntad hay que añadir, en la ecuación de su éxito, a su mujer: "Sin ella no sería nada; un cero a la izquierda".
Viaje a la composición
-Empezó a componer por Caprichos, que es el título de su primera obra para orquesta. ¿Cómo se trabaja a los setenta?
-El capricho es la componente de toda carrera artística. Al fin y al cabo, nadie te obliga ni existe una necesidad expresa para hacer tal o cual cosa. La única diferencia es que ahora dispongo de más tiempo. Me gusta trabajar por las mañanas, tener horas para pasear, para leer, para pensar. Antes componía cuando me dejaban. Llevaba una libreta donde iba anotando ideas. Un viaje en tren podía resultar muy provechoso, tanto como para Hindemith, que compuso varios de sus cuartetos de cuerda de vagón en vagón. Lo que pasa es que ahora todo va muy deprisa. Hoy ya no se viaja, se llega.
-¿Por qué le ha obsesionado tanto la "forma musical"?
-Si he procurado que mis obras tuvieran un diseño formal claro es porque la música no es un objeto sino algo fluido, un proceso que adquiere consistencia gracias a la memoria humana. Hablamos de la Novena sinfonía o de la Pasión según San Mateo porque tienen un desarrollo en el tiempo y las recordamos de principio a fin. En ese sentido, la estructura formal ayuda a dar unidad como objeto.
-Decía Stendhal que antes de ponerse a escribir leía el Código Civil para formar estilo. ¿De qué le ha servido a usted su licenciatura en Derecho?
-Para nada práctico, desde luego. Quizá me haya ayudado, como a Stendhal, a ser más riguroso con el lenguaje. Pero para eso no necesitas un título universitario sino leer, leer compulsivamente, como he hecho yo desde pequeño.
-Maderna, Boulez, Stockhausen. ¿Los recuerda como maestros o como amigos?
-Como maestros, desde luego, aunque cada uno a su manera. Boulez, por ejemplo, marcaba mucho las distancias, pero siempre nos llevamos bien. Stockhausen te podía volver loco, era peligroso. Aprendías mucho, pero exigía sumisión y adoración. Maderna era el más humano, quizá también el más sabio de todos.
-¿Cómo sobrevivió su amistad a tanto ego?
-Posiblemente porque tengo un defecto muy gordo para ser compositor, y es que carezco de ambición. No me propongo pasar a la Historia ni ser el número uno en nada. Yo iba allí a aprender, no a competir. Y eso ellos lo notaban.
-Le pilló el Mayo del 68 en París. ¿Indigna más el presente?
-Todas las épocas indignan. Es un ejercicio saludable que todo artista debe practicar a menudo. Pero no puedes pensar que una obra de arte puede cambiar la realidad. Es verdad que Lord Byron tuvo una gran influencia en la sociedad de su tiempo pero no es menos cierto que sus libros tenían una tirada de 200 ejemplares.
-¿Insinúa que lo del "artista comprometido" es un timo?
-Digamos que es un término complejo, que se presta a manipulaciones. ¿Era Mozart un compositor comprometido? Alguno dirá que no, obviando el hecho de que su música ha tenido mucho que ver con un cambio de mentalidad y con la consecución de una perfección estética. En ese sentido, Bach fue mucho más comprometido que algunos compositores soviéticos.
-¿Alguna vez ha tenido complejo de español?
-Nunca me he sentido inferior a nadie, pero sí que he sufrido la falta de apoyo y el total desinterés de las autoridades españolas. Cuando recibí el Premio de la Fundación Gaudeamus de Holanda, la única embajada que no hizo acto de presencia fue la española. Al menos ahora la gente tiene garantizado el acceso a una música que antes, simplemente, no existía en España.
-¿Es internet el Darmstadt del siglo XXI?
-Sí, en el sentido de que uno antes iba allí a aprender y también a informarse. Ahora lo puedes hacer desde casa. Ya no sólo no existen darmstadts sino que no podrían llegar a existir.
Mentalidad germana
-Conoce bien la mentalidad germana. ¿Nos han declarado una tercera guerra mundial de bonos en vez de balas?
-Los alemanes son muy racionales, pero necesitan seguir a un líder. Recuerdo que en cierta ocasión nos pusieron un autobús a la puerta del hotel para ir a un concierto a las afueras de una ciudad alemana. El conductor esperaba con las puertas abiertas mientras los alemanes hacían cola sin rechistar. Un italiano y yo nos metimos sin decir nada y, de pronto, todos nos siguieron. Una tontería, quizá, pero a mí me ayudó a entender cómo pudo germinar un Tercer Reich.
-Precisamente en Alemania se ha encontrado una flauta de hueso de aves y marfil de mamut 12.000 años más antigua que la de Hohle Fels. ¿Qué supone este nuevo hallazgo?
-Confirma, una vez más, que somos una especie artística y musical. Parece ser que lo venimos siendo ya desde nuestros antepasados neandertales.
-En su Historia cultural de la música sugiere que la música podría haberse adelantado a la aparición de la palabra.
-Es algo que se ha discutido mucho y que por supuesto es indemostrable. El propio Darwin defendía esta tesis frente a otros, como Skinner. Creo que lo más probable es que nacieran juntas porque los procesos cognitivos tienden a la expresión del lenguaje como una especie de canto hablado.
-Volviendo al presente, ¿acabará la separación del compositor y el público en divorcio?
-Antes de responder a esta cuestión debemos preguntarnos qué es el público y cuántos hay. No es algo sobre lo que se pueda generalizar a la ligera. Públicos hay muchos, dependiendo del nivel cultural y educativo de un determinado país, de la sensibilidad e interés de cada persona, de la capacidad de los gestores y de los políticos para diferenciar entre cultura, espectáculo y ocio... Y así.
-Muchos se reconcilian con Dios a medida que van cumpliendo años. ¿Es usted más o menos creyente que antes?
-No creo en el Dios de una determinada iglesia, sino en cierta forma de trascendencia que se solapa con el universo. Es una idea tan abstracta y amplia que al final resulta irrelevante que yo crea o no. La muerte no es algo que me preocupe especialmente ni que haya tratado de resolver a través de la música. Sólo sé que hasta ahora nadie se ha escapado.
El septuagenario inagotable
Un catálogo que rebasa las 250 obras, 21 libros publicados, más de 300 artículos en todo tipo de publicaciones, innumerables conferencias, charlas y clases impartidas a lo largo de medio siglo, y para remate una cifra incalculable de programas de radio desarrollados y producidos en varias etapas de su carrera. ¿Definiría todo esto a Tomás Marco, venido al mundo en Madrid, el 12 de septiembre de 1942? No, este inventario constituiría una aproximación, porque habría que incluir, además, al político -a su pesar- que ha ejercido como director general del INAEM -etapa ministerial de Esperanza Aguirre en Cultura-, al creador de festivales -el de Alicante, que llega estos días a sus edición 28 y que fundó en 1985-, al gerente -en dos ocasiones lo fue de la Orquesta Nacional de España- y al estudioso ("aficionado", puntualizaría el personaje) de todo tipo de temas que van desde la astronomía hasta la física, y desde la arquitectura hasta la geografía. El retrato aproximado se completaría, quizá, con la referencia al devorador insaciable de literatura de cualquier época y lugar, y al estudioso de la pintura -aquí sí hay que demarcar un poco- del siglo XX y actual.
El compositor, la faceta por la que ya figura en las enciclopedias, se define por varios parámetros. El sinfonista, con un corpus de diez partituras en la materia, tiene poca competencia numérica entre nosotros y su ideario sonoro en este apartado va desde Dante hasta Copérnico, y desde el archipiélago canario como micro-universo hasta la danza como forma de vida. Es menor el montante de cuartetos, seis, pero van a la zaga de las sinfonías en relevancia. En el terreno de la ópera, Josep Soler le gana en el ámbito de la obra grande, pero Marco puede ser el adalid de las óperas de bolsillo, con no menos de cinco de "pequeño formato", entre las cuales Segismundo (Calderón y Platón) y El caballero de la triste figura (Cervantes) son mini-obras maestras. Y los tan tempranos Cantos del pozo artesiano -1967, de un Marco de 25 años- siguen siendo una escueta joya de humor y teatro musical.
Marco ha escrito mucho, y no todo, es obvio, puede estar al mismo nivel. Pero la imaginación es el denominador común de toda su obra, el elemento motriz. Ha tenido y tiene sus detractores, pero más enemigos ha cosechado el político ocasional que el creador: ninguno, eso sí, como Stéphane Lissner, el actual responsable de La Scala milanesa, que en Metro Chappelle hacía a Marco responsable, entre otros, de su fallida gestión en la reapertura del Teatro Real. Como el madrileño se ríe hasta de su sombra, capaz es de utilizar tal texto para una nueva ópera. Y es que, al llegar a los 70 años, parece que la obra de Marco no hubiera hecho más que empezar. José Luis Pérez de Arteaga