The xx en su segundo concierto en Madrid. Foto: F.Q.



M.C.

Este miércoles, en La Riviera, bajo sus clásicas y odiadas palmeras caribeñas, arreciaba más el frío que afuera, en las cercanías del Manzanares. El grupo The xx bajó la temperatura de la sala hasta la tiritona, con un concierto helado en su perfección, redondo en su sosez. Perfecta ejecución, perfectas voces, sutiles mezclas, hermosas canciones, pero tan impasibles, tan nada.



Hijos, hijísimos de su tiempo, los oscuros miembros de este grupo londinense que subió a lo más alto de lo moderno en 2009 con su sorprendente debut, xx, son el anticoncierto por su absoluta falta de emoción, por su hieratismo y su espectáculo huero. El público de su segunda jornada de sold out en Madrid esperaba con tal ansiedad el regreso de sus ídolos que a veces coreaba ridículamente lo incantable y trababa de bailar en la pista lo que sobre el escenario nadie movía. Y uno se acordaba de aquel episodio en el que el pobre Hommer Simpson intentaba sin éxito animar un concierto de Smashing Pumpkins, ante la languidez del resto del foro.



Se entiende que a quien le guste el frío lo pasó bien en los conciertos de The xx en Madrid. Pero se entiende también que a parte de la juventud lo que le gusta es asistir a una misa en plena Antártida. The xx son esa nueva galería de arte en el penúltimo barrio de moda de Londres, con el suelo gris y la pared blanca y un par de obras expuestas. Un lugar desnudo. Pero, hombre, ¿tanto?







Romy Madley Croft, cantante y guitarrista de The xx. /F.Q.



F.Q.

En efecto, los amantes del frío disfrutamos anoche en La Riviera. El comedimiento del trío inglés es parte de su esencia, forma parte de un paquete indivisible: minimalismo doliente, introspección, melancólica belleza. Si retirásemos eso de la ecuación, tendríamos otra cosa, a todas luces incoherente. Su contención nace de una madurez poco habitual en carne tan joven. Eso es lo que los hace tan buenos y, sobre todo, tan prometedores, porque hemos asistido en estos tres años a una evolución sutil -como todo en ellos- que aún no ha terminado. En cualquier caso, anoche transmitieron seguridad en el escenario, donde tocaron casi todo su escueto repertorio -22 canciones- menos dos o tres.



A sus veintipocos años, el producto que les ha consagrado en el panorama del pop independiente es una fusión perfecta entre la preciosa voz de Romy Madley Croft, sus melodías de guitarra sencillas y lejanas, la voz madura de Oliver Sim y su bajo solvente y, como contrapunto -siempre el contrapunto: blanco sobre negro, negro sobre blanco, frío y calor, oscuridad y fogonazos, cercanía y distancia, presencia y silencio, delicadeza y contundencia...-, las extraordinarias dotes del productor Jamie xx para construir una base rítmica "gorda" y creativa. Atrincherado detrás de sus cajas de ritmo, secuenciadores, sintetizadores y demás aparatos, desplegó su sensibilidad dubstep, casi cubista, que ha sabido explotar también en solitario con un par de sencillos, numerosos remixes -Adele, Radiohead, Florence + the Machine...- y el LP We're new here, una magnífica deconstrucción del disco I'm new here del cantautor estadounidense Gil Scott-Heron, poco antes de que este icono de la canción protesta afroamericana falleciera en 2011.



El sonido de The xx se traslada al escenario en perfecto estado de conservación, a veces envasados al vacío, otras con sabrosos aliños de Jamie en la base rítmica y los sintetizadores, así como con acertadas mezclas para unir canciones: de 'Reunion' a 'Sunset', ambas de su último disco, Coexist, o de la extraordinaria 'Intro' instrumental que fue su tarjeta de visita en 2009 a 'Tides', también del primer álbum. Todo ello con diferentes cantidades de reverb en cada elemento, convirtiendo el espacio sonoro en un iglú gigante dentro del cerebro del escuchante. El equipo técnico jugó en este sentido un papel esencial, porque el concierto sonó bastante bien, pese a las deficiencias acústicas que, para algunos, tiene La Riviera.



Talabot, el house inteligente

Antes de la actuación de The xx, John Talabot templó la noche. Este barcelonés al que hace cuatro años no conocía nadie y ahora es una figura destacada en el mundo de la electrónica a nivel internacional, ha teloneado al trío londinense también en su gira por Estados Unidos. Talabot es un buen ejemplo del productor de electrónica cuyos directos hacen honor al nombre: las programaciones se reducen al mínimo posible para tocar en vivo los temas de su magnífico fIN con un par de baquetas, varias cajas de ritmo y un plato "de verdad", lanzando samples, creando bucles, modulando el sonido, introduciendo efectos sobre la marcha y cantando las partes vocales de cada tema, en una versión contemporánea del hombre-orquesta. Del dúo-orquesta, mejor dicho, porque el barcelonés estuvo acompañado por su habitual colaborador, el madrileño Pional, que no le va a la zaga. Viéndoles sobre el escenario, no cuesta entender que hayan creado esa fructífera sinergia, pues tienen un concepto muy similar de eso que se dio en llamar IDM (intelligent dance music), con toques de experimentación pero en este caso con la brújula siempre apuntando a la pista de baile.