Jorge Fernández Guerra. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.
Esta tarde se estrena en el Teatro Guindalera de Madrid 'Tres desechos en forma de ópera', segunda inmersión en el género de Jorge Fernández Guerra, quien tras una década centrado en la gestión se ha propuesto "atacar el debate pendiente sobre el problema de la ópera española" y demostrar, con los mínimos recursos, que hay motivos para el optimismo.
Se lo pedía el cuerpo tras una década al frente del desaparecido Centro para la Difusión de la Música Contemporánea. "Llevaba tiempo acumulando ideas, ganas y energías, fruto de las cuales nació un proyecto de ópera de gran formato que lleva meses durmiendo en un cajón". Si decidió aparcarlo y empezar con otra partitura fue porque, después de publicar Cuestiones de ópera contemporánea. Metáforas de supervivencia, que certifica la muerte de la ópera allá por 1925, necesitaba poner en práctica algunas de sus teorías y atacar el problema de la ópera en español.
Si Tres desechos en forma de ópera será o no un banco de pruebas de aquel ensayo lo decidirán el tiempo y el público. "Concluí mi libro diciendo que la ópera es la principal manifestación que tienen los compositores para mantener un diálogo con la sociedad que les ha tocado vivir. Ahora me he propuesto demostrarlo". Pocas disciplinas artísticas tan necesitadas de público como ésta. "Un cuarteto de cuerda no depende de que la sala esté llena para sobrevivir. Pero en la ópera el público participa en toda su dimensión final. No importa que la gente acuda el día del estreno y aplauda a rabiar si al final no se engancha ni encuentra las claves que le ofreces".
Micromecenazgo lírico
Su primera ópera, Sin demonio no hay fortuna, fue un estreno del CDMC de Tomás Marco y el Teatro de la Zarzuela que vio la luz en el antiguo Teatro Olimpia en 1986. "Esta vez no he tenido más plazos que los que iban marcando mis propios deseos de que saliera adelante". La composición y escritura del libreto, también suyo, le llevó poco más de tres meses. Los veinte restantes los ha invertido en montar una compañía, LaperaÓpera, "que nace de la necesidad de reflexionar sobre la situación actual del género" para convertirse en un instrumento que ponga en marcha producciones, talleres y cursos para zanjar un viejo problema que atormenta a la cultura.Para ello ha contado con una subvención de 6.000 euros del Ayuntamiento de Madrid y otros 3.500 que ha recaudado en Verkami, plataforma dedicada al micromecenazgo, con donaciones a partir de 10 euros. "No se trata tanto de la cantidad como del compromiso que ha generado. La gente se ha volcado y ha seguido de cerca todo el proceso".
Tanto la naturaleza de la música (para barítono, soprano, clarinete, violín y contrabajo) como la temática ligera del libreto (una pareja de cantantes que habla por la calle) ha estado en todo momento determinada por la escasez de recursos: "Las condiciones económicas, si bien han sido de guerrilla, me parecen las más adecuadas. Y lo digo convencido de que la ópera española requiere de este tipo de experimentos baratos que permitan un mayor rodaje". Por eso, si mañana le tocara la lotería, "no haría una ópera grande, sino muchas pequeñas para seguir ahuyentando fantasmas".
Hay, con todo, motivos para el optimismo. "Los compositores españoles hierven de ganas de componer una ópera. En Madrid hay diez estrenos al año, cuando deberían ser cien. He sufrido frustración en la gestión, pues los proyectos superaban en muchos ceros mis posibilidades". En saco roto cayó un encargo a Jesús Torres, último Premio Nacional de Música. "Ahora los tiempos son tan malos que, paradójicamente, se han vuelto buenos. Donde antes se requería toda una infraestructura ahora basta con una combinación de buenas voluntades".
Cachés a dieta
Se refiere a los cachés y a los honorarios de los músicos (Mónica Campillo, Gala Pérez Iñesta y Miguel Rodrigáñez) y los cantantes (Ruth González y Enrique Sánchez-Ramos), a los que sólo paga las dietas, a la espera de los resultados en taquilla. También Vanessa Montfort (dirección de escena) y Florentino Díaz (escenografía) han arrimado el hombro. "Saben que lo que saquemos lo repartiremos, pero se han metido en este fregao sin esperar un duro. Esto en la época de bonanza no pasaba. Por eso quiero demostrar que a la ópera española la precariedad le sienta bien".Nada que ver con la situación de Alemania o Inglaterra, "que es el país que mejor se ha desenvuelto en terreno operístico en los últimos 80 años, desde Britten hasta George Benjamin". En España el hándicap es el idioma. "Como ha ocurrido con el rock, el castellano no termina de funcionar. Sólo así se explica que partituras excelentes, como las de Luis de Pablo, José Luis Turina, Agustín Charles o Cristóbal Halffter, no hayan cuajado del todo, a pesar de su éxito y buena acogida". Para que se produzca la perfecta fusión entre música y palabra es necesario que "el libreto suene antes de ponerle música".
En Sin demonio no hay fortuna trabajó con el poeta Leopoldo Alas, que escribió en endecasílabos su farsa sobre Fausto. "El texto tenía tanta musicalidad que me fue facilísimo hacer mi parte". Reconoce que para Tres desechos en forma de ópera le habría gustado que Amin Maalouf (autor de las óperas de Kaija Saariaho) o Martin Crimp (colaborador de George Benjamin) le hubieran escrito el libreto. "Al ser tan deliberadamente pequeña, no quería comprometer a ningún amigo. Preferí recurrir yo mismo a la literatura de desecho, que va desde las adivinanzas infantiles, presentes tanto en Edipo como en Turandot, hasta el juego del teatro de calle". La misma pauta ha seguido para la elaboración de la partitura, que recurre a los "pastiches barrocos" en explícito homenaje a su admirado Satie.
Ha sido un año frenético para Jorge Fernández Guerra, que además de su ópera ha estrenado cinco partituras más. "Todos los esfuerzos habrán merecido la pena si la gente entiende que la ópera no es algo anacrónico y que se puede disfrutar en vaqueros".