Barbara Hendricks



Es la antidiva por excelencia. Cordial, cercana y extraordinariamente natural. Se presenta en el hall del Hotel Colón de Barcelona con una puntualidad exquisita, sin hacerse esperar ni un minuto. Su aspecto, lejos de la sofisticación propia de una primera dama de la lírica como ella, es el de una alta ejecutiva con un puesto de gran responsabilidad en una multinacional de renombre. Un traje de chaqueta y pantalón de corte impecable, el cabello recogido en un moño muy prieto, un collar de reminiscencias étnicas y un rostro sin maquillaje, con un cutis liso y aterciopelado que en nada hace sospechar que esta americana de nacimiento y europea de adopción ha sobrepasado la barrera de los sesenta. Un ligerísimo brillo de labios adorna una boca perfecta, de anuncio, con una sonrisa permanente que se exhibe durante toda la entrevista y desparrama calor cuando habla de su nieto de tres meses. "Me emociona contemplar como duerme", comenta con los ojos brillantes. Nadie diría que esta mujer de trato sencillo es una de las gurus de la lírica, que borda cualquier registro que se le ponga delante, en particular la música de cámara, y a la que se disputan los más grandes directores de orquesta, desde Daniel Barenboim hasta Zubin Mehta.



Nacida en Arkansas (USA) en 1948, ostenta pasaporte sueco desde que se casó con un ciudadano de ese país. Viven la mayor parte del año en una casa cerca de Montreux (Suiza), y en este pequeño estado centroeuropeo es donde residen también sus hijos, pero ella es feliz en la casa que poseen al norte de Estocolmo.



Pregunta.- ¿Le fue fácil adaptarse al frío de Estocolmo?

Respuesta.- No le negaré que acostumbrarse a temperaturas de ocho grados bajo cero es duro. Pero Estocolmo es una ciudad bellísima y a mí me encanta. Aprendí el sueco con facilidad, a costa de olvidarme del alemán. Es como si en mi cabeza no hubiera espacio para esas dos lenguas que tienen tantas cosas en común. Vivimos normalmente en Suiza pero tenemos una casita al norte de Estocolmo y pasamos temporadas allí. Yo soy muy feliz en Suecia, sobre todo en invierno. El paisaje nevado que veo desde nuestro dormitorio es maravilloso y me transmite una gran sensación de paz. Además, allí se respira el silencio, el lujo más preciado de nuestra era.



P.- Es curioso que una cantante hable de lo bonito que es el silencio...

R.- Yo cada vez lo necesito más. Me tranquiliza el espíritu. Viví muchos años en Nueva York y otros tantos en París, dos ciudades que adoro pero en las que ahora sería incapaz de pasar mucho tiempo seguido. Hay un nivel de ruido y de frenesí que ya no tolero.



P.- ¿Qué hace una licenciada en Matemáticas y Química dedicándose a la música?

R.- Desde muy joven tuve claro que, siendo mujer, negra y nacida en el sur de los Estados Unidos, tenía que prepararme muy bien para acceder a mi libertad personal. Fui consciente muy pronto de que la llave estaba en una excelente preparación y, como me gustaba mucho estudiar y tenía muy buenas calificaciones, obtuve una doble licenciatura en Químicas y Matemáticas. Pero la música me había atraído desde siempre. Mi padre era pastor y yo estaba acostumbrada a cantar en la iglesia y en la escuela.



P.- ¿Las Matemáticas le han servido para entender la música?

R.- Me han servido para entender la vida, porque han marcado mi manera de acercarme a las cosas de la vida: las observo, las analizo de principio a fin y luego intento buscar una solución al problema. Y, desde un punto de vista más concreto, es verdad que las partituras tienen una estructura que se asemeja mucho a las matemáticas. Yo cuando leo música es como si leyera números y fórmulas, con un ritmo preciso y determinado.



P.- ¿Cómo se decidió a ser cantante?

R.- Un día, en la universidad, un profesor me oyó cantar y me sugirió que tomara clases. Me apunté a un curso muy breve que impartió la mezzosoprano Jennie Tourel en Aspen (Colorado) y ella me confirmó que tenía talento y me animó a apuntarme a su escuela en Nueva York, la Juilliard School. Ese fue un paso decisivo en mi futuro porque ví claro que ahí tenía un camino por recorrer. Cuando les dije a mis padres que había escogido dedicarme a la música se llevaron un disgusto, ellos querían para mí una profesión menos arriesgada y más segura.



P.- También tomó clases con Maria Callas, ¿cómo fue la experiencia?

R.- Honestamente, no era una buena profesora. No tenía aptitudes pedagógicas ni grandes dotes para ayudar a los demás. Era distante y arrogante, y transmitía una sensación de soledad muy fuerte. Se notaba que era desgraciada y conocerla me sirvió para saber en qué no quería convertirme.



P.- Su voz presenta muchos registros, pero usted empezó cantando jazz. ¿Se siente más cerca de ese género?

R.- Siempre he sido una gran fan del jazz, adoro esa música y me siento muy cómoda interpretándola. Pero me encanta la investigación musical y me gusta estudiar distintas épocas, compositores y géneros. Para cantar bien jazz y entenderlo completamente hay que haber estudiado a Bach y a Schubert porque están ahí. Es un ejercicio de humildad admitir que nada ha empezado contigo sino que tú formas parte de una cadena.



P.- En cambio el rock nunca le ha interesado

R.- Me gusta escucharlo en otros y reconozco su valor, pero hay que ser coherente. Yo no me veo dando saltos como los Rolling Stones... y la música hay que sentirla.



P.- ¿Cómo se prepara antes de un concierto? ¿Algún ritual en especial?

R.- Ese día necesito estar tranquila. Como poco, duermo una pequeña siesta, hago unos cuantos ejercicios de yoga y otros tantos estiramientos, e intento hablar poco para tener las cuerdas vocales frescas y bien descansadas. Y a medida que se acerca la hora del concierto voy estando más ensimismada. Necesito estar conmigo misma antes de cantar para ofrecer lo mejor de mí.



Pero esta artista con mayúsculas es también una activista comprometida hasta la médula con los derechos humanos. Ha trabajado intensamente apoyando al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ha sido nombrada embajadora vitalicia de dicha organización y en 1998 creó la Fundación Barbara Hendricks para la Paz y la Reconciliación, para facilitar la reconciliación en aquellos lugares del mundo donde han ocurrido conflictos.



P.- ¿Cómo nació esta necesidad de denunciar injusticias y ayudar a los más desprotegidos?

R.- Ya desde niña fui testigo de la lucha por los derechos civiles de los ciudadanos. Siempre sentí ese compromiso dentro de mí porque en mi primer día de colegio, a mis ocho años, tome conciencia de que al ser negra tenía ciertas desventajas. Era una injusticia pero también era una realidad. Y, poco a poco, fue creciendo en mí la necesidad de ayudar a los más necesitados. Mi empeño actual está en apoyar a los refugiados, y mi posición como personaje público me permite llegar a dónde muchos no lo consiguen. Es necesario que forcemos a los políticos a comprometerse con la solidaridad, porque si no toman medidas al respecto la situación va a agravarse claramente. Detrás de esta crisis financiera mundial hay una profunda crisis de valores, porque muchos se han dedicado a acumular poder y amasar dinero fácil y rápido.



P.- ¿Qué le gusta hacer, además de cantar?

R.- Me encanta disfrutar de la compañía de la familia. Me divierte mucho cocinar, sobre todo platos de verduras y legumbres, y en casa dicen que lo hago muy bien. Leo muchos libros sobre alimentación saludable y cocina biológica, porque es un tema que me interesa y me preocupa. Y adoro darme un buen masaje cuando estoy muy cansada, me deja nueva. En cambio odio ir a la peluquería, me aburre muchísimo.