Juan Diego Flórez. Foto: Javier del Real.

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  • Uno de los eventos más esperados de la temporada operística del Teatro Real es la versión de concierto (25, 28 y 31 de marzo) de Los pescadores de perlas de Bizet. ¿La causa? La presencia del tenor Juan Diego Flórez (Lima, 1973), a quien es difícil ver en Madrid en escena. Por hache o por be, siempre participa sólo como cantante y no también como actor. Aun así, la expectación es máxima pues le va estupendamente la parte del pescador Nadir, que debutó hace poco en Las Palmas. Para Flórez viajar a Gran Canaria es visitar la memoria protectora de Alfredo Kraus, a quien siempre ha sentido muy cerca a pesar de que no llegaran a conocerlo personalmente. "Desde mis comienzos esta isla me ha servido de laboratorio personal", reconoce. "En la tranquilidad del clima y la amabilidad de la gente experimento mejor con la voz y me enfrento con más seguridad a los grandes retos de mi carrera".



    Las tersas melodías de esta ópera, envuelta en el oropel de un falso exotismo, encajan bien con su voz de lírico-ligero, aérea, dúctil, tímbricamente penetrante, fácil y extensa. El abandono, el toque elegíaco que el cantante domina cada vez en mayor medida, son la esencia de este tipo de música, uno de cuyos principales reclamos es el conocido dúo entre el protagonista y el barítono Zurga, Au fond du temple saint. La caracoleante línea de pliega muy bien al fraseo y la cantabilità del peruano, que en esta oportunidad está muy bien acompañado por el barítono polaco Mariusz Kwiecien, de tan noble porte, bien conocido en la plaza por su Conde de Bodas de Fígaro, su Onegin y su Rey Roger. Con ellos está la soprano lírico-ligera Patrizia Ciofi, experta belcantista que dará carne y sangre a la estereotipada figura de Leila. La batuta estará en manos del experto Daniel Oren.



    Es sorprendente que algunos achacaran a Bizet la influencia de Wagner (sobre todo a partir del estreno de Carmen), pues el melodismo de Los pescadores de perlas parece un tanto facilón, como lo es en general el de los números corales, pretendidamente exóticos y con frecuencia asimilables a los de algunas de nuestras zarzuelas.