Un momento del Don Pasquale de Andrea de Rosa procedente del Festival de Ravenna. Foto: Maurizio Montanari.

El director napolitano vuelve a Madrid con los músicos de la Orquesta Giovanile Cherubini para destapar las esencias de 'Don Pasquale', última gran ópera bufa italiana. Del 13 al 19 de mayo, Donizetti se impone a la inicialmente prevista 'Rappresaglia' de Mercadante.

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  • Había prometido Riccardo Muti una rehabilitación completa de Saverio Mercadante (1795-1870), tanto por los méritos objetivos del olvidado compositor italiano como porque su raigambre en la corte de Madrid beneficiaban el contexto de la reivindicación. Ambas razones dieron alas al estreno de I due Figaro el año pasado y justificaron que el propio Muti, debutante en el Teatro Real, persistiera esta temporada con La rappresaglia. El proyecto ha terminado truncándose porque el maestro napolitano "abjura" de Mercadante en beneficio de Donizetti.



    El cambio de programa despista a los entusiastas de Mercadante, pero no puede decirse que la alternativa de Don Pasquale carezca de interés. Al contrario, se antoja que los melómanos salimos ganando con la decisión in extremis de Muti. Más aun considerando que la obra maestra de Donizetti forma parte del patrimonio musical y hasta sentimental del director. La frecuentó desde sus inicios de estudiante y se valió de ella para comparecer en Salzburgo a invitación de Karajan. Sucedió en 1971, de tal forma que Muti ha ido creciendo con Don Pasquale. Unas veces para acreditar las grabaciones de referencia; otras, para reivindicarla en La Scala (1982) o para convertirla en el acontecimiento más sugestivo del Festival de Ravenna (2006).



    De ahí proviene la producción firmada por Andrea De Rosa que se estrena el lunes en el Teatro Real y que Muti concibe con los músicos de la joven Orquesta Cherubini, aunque la sinergia italo-española pone a prueba las facultades del coro Intermezzo -titular del coliseo madrileño- como contexto en el que van a desenvolverse las voces de Nicola Alaimo, Dimitri Korchak y Eleonora Buratto.



    "Estamos ante una ópera dramatúrgicamente perfecta", precisa Muti. "Me refiero a la intrincada relación de la música y de la palabra, a la musicalidad de un libreto perfecto. Predomina la ironía, como sucede en todas las óperas de Donizetti, pero aquí la ironía aparece transida de melancolía".



    Don Pasquale es un ejercicio de pulcritud canora, clima ambiental, inspiración orquestal y redondez dramatúrgica en la plenitud de la madurez creativa. Compuso la ópera en 11 días, o en tres meses, según nos fiemos o no de la facilidad hiperbólica que demostraba delante de los pentagramas. Un detalle irrelevante si no fuera porque el alarde de velocidad responde a una cuestión de inspiración y de lucidez. Donizetti era consciente de que Don Pasquale, a caballo entre la ingenuidad y el patetismo, representaba el final de una época y el inicio de otra.



    La suya languidecía porque retumbaban las inquietudes de las vanguardias -Wagner escribió El holandés errante en el mismo 1843- y llamaba a la puerta el talento de Verdi (I Lombardi). El señor Gaetano no quería despedirse del ejercicio patriarcal sin dejar algunas ideas originales. Por ejemplo, la proyección psicológica de los personajes a través de su naturaleza musical, la riqueza orquestal que alimenta la oscuridad del foso, el lirismo natural de algunas cavatinas y la pátina nostálgica que matiza y eleva de grado el desarrollo espontáneo de los tres actos.



    Esos guiños sutiles a las generaciones del porvenir han pesado menos que los reproches previsibles de la crítica centroeuropea. Dicen los germanófilos que Don Pasquale es la última de las grandes óperas bufas del repertorio italiano y que constituye la prueba trasnochada de una agonía cultural. Exageraciones y prejuicios que se antojan tan enrevesados como los vericuetos argumentales de la obra del clandestino "M. A.". O del maestro Ruffini, que suyos son los derechos y las ideas del libreto con que Donizetti pasó a la historia.