Omelette, de Clair de Lune



Una vez al año, Segovia se transforma. Espectáculos callejeros inundan sus calles, sus iglesias y sus patios. Círculos de niños y no tan niños sentados en el suelo observan las andanzas de los recién desembarcados titiriteros. Es Titirimundi, "un vendaval de ilusión que altera la rutina cotidiana de la ciudad", explica Julio Michel, su director, a El Cultural. Este año, su 27ª edición se celebra del 10 al 15 de mayo, con más de 300 funciones y 31 compañías venidas de nueve países diferentes (Francia, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Argentina, Reino Unido, Mali y República Checa, además de España). Pero la fiesta no se queda ahí, se extiende, como otros años, al resto de Castilla y León y a Madrid, donde el Centro Dramático Nacional acoge ocho espectáculos que se prolongarán hasta el 2 de junio. Porque Titirimundi nació con vocación itinerante, como los propios artistas, y su objetivo es, ante todo, difundir lo máximo posible el teatro de títeres.



Las compañías invitadas las selecciona el propio Michel. "Desde la primera edición mi deseo era hacer un festival muy ecléctico, que abarcara desde lo más tradicional a lo más contemporáneo, que fuera un muestrario, un abanico, de las diferentes formas que existen en el momento". En España, se lamenta, prácticamente se había perdido la tradición del teatro de títeres, aquélla que retrató García Lorca en Los títeres de la cachiporra y El retablillo de don Cristóbal y que nace del Pulcinella italiano. "Tengo la voluntad de que el público conozca estas raíces", afirma Michel. Por eso cada edición repiten Rod Burnett y su Mr. Punch (este año con Punch y Judy). "Son espectáculos que siguen vigentes y tienen la misma fuerza. Son perfectos, porque tienen una forma dramática que funciona". También vuelve el circo de las pulgas de Dominique Kerignard, "el paradigma del teatro de la ilusión que hace ver vida donde realmente no existe".



La venganza de Don Mendo, de El Espejo Negro

Titirimundi se embarca además en un proyecto de coproducción: El Espejo Negro, una de las compañías de títeres españolas más importante, lleva por primera vez al formato marioneta La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca, que se representó en el Teatro Cervantes de Málaga y ahora llega al festival. "Es quizás la obra de teatro más popular, junto con el Tenorio. Nos gusta mucho la estética de El Espejo Negro, y en cuanto nos propusieron traerlo aquí, nos comprometimos", dice Julio Michel, que confiesa que no ha querido verla aún y se está reservando. También española, pero con impulso francés, es Suspiros, de Aitor Sanz Juanes, un madrileño que se fascinó con los títeres en Titirimundi y que pudo entrar en la prestigiosa Escuela Superior Nacional de las Artes de la Marioneta de Charleville-Mézières. Se trata del primer español licenciado en este centro, y Suspiros es el resultado de su estancia en él. Más que sobre la Guerra Civil, habla de todas las guerras civiles, los odios y las miserias, aunque sin palabras, con la música y la imagen como lenguaje puramente emocional.



Entre las propuestas galas destaca Omelette, de Clair de Lune, ganadora del Premio FETEN al mejor espectáculo de títeres, objetos y sombras. Con un hermanaje entre el clown y el bel canto, este teatro de sombras se sumerge en el choque entre el mundo infantil y el adulto. Bakélite presenta La Galère, en el que Olivier Rannou desmantela y convierte objetos en cosas diferentes. De Alemania procede La vieja dama y la bestia, un trabajo de la compañía Meschugge interpretado por Ilka Schönbein, que manipula títeres y se convierte ella misma en uno de ellos en una reflexión sobre la pérdida y el desarraigo. Kevin Brooking trae desde Bélgica Nubes de azúcar y a sus marionetas de algodón rosa y comestible.



La vieja dama y la bestia, interpretado por Ilka Schönbein

¿Cómo resolver el problema idiomático de los espectáculos de compañías francesas, danesas y malienses? El de los títeres es un lenguaje visual, explica Michel. "Aunque algunos traducen la función o insertan subtítulos, es tan visual que aunque no se comprenda el texto se entiende perfectamente". Aparte de esta barrera, Titirimundi quiere romper también la generacional. Tradicionalmente, las marionetas se han enfocado sobre todo a los niños. "Este es un error. Queremos cambiar la percepción, porque es una forma de teatro, y el teatro no es expresamente ni para niños ni para adultos. Es simbólico, el títere se configura como una metáfora del actor. Quizás por eso es tan adecuado para los niños, por su magia".