Fabrice Murgia, durante un ensayo. Foto: Kurt Van der Elst.

Nos habla desde Australia. Mientras sincronizamos horarios solicita permiso para entrar en las lejanas tierras de Arnhem... El director belga Fabrice Murgia rastrea en sus obras todo tipo de geografías. Ahora lleva al Festival de Otoño de Madrid dos ejemplos de esta búsqueda: Exils (17 de mayo) y Ghost Road (23).

Elegido hombre del año por una de las revistas de lifestyle más afamadas de Bélgica con tan solo 28 años, el joven director teatral Fabrice Murgia (Lieja, 1963) aterriza en los Teatros del Canal (dentro del Festival de Otoño a Primavera) por partida doble, con Ghost Road, de la mano de la compañía flamenca LOD Music Theatre, y con Exils, obra que se engloba dentro de un ambicioso proyecto de la Unión Europea llamado Ciudades en Escena (Cities on Stage), del que forma parte el Teatro de La Abadía. En Ghost Road, una mujer mayor se halla sola. Es uno de los pocos habitantes que todavía quedan en una villa aislada de la civilización. La mujer busca las razones por las que vive una existencia tan aislada. La inspiración de esta inquietante pieza de teatro musical es un viaje que Fabrice Murgia y Dominique Pauwels -dos jóvenes talentos del nuevo teatro belga- realizaron a través de pueblos fantasma y estaciones de servicio de California, Arizona y Nevada.



-¿Qué encuentra en el tema del "fin del mundo"?

-No es el fin del mundo lo que me apasiona sino el fin de la humanidad. Nuestra especie se devora día a día.



-¿Cómo surge Ghost Road?

-El año previo a la creación del espectáculo recorrí la Ruta 66. Necesitaba sentirme fuera del mundo. Pasé mucho tiempo en pueblos fantasma. No tardé en enamorarme del lugar y de la gente que lo habita. Esa gente parecía estar hecha de una materia diferente. Pasado un tiempo, volví con la firme voluntad de escribir una obra sobre los que deciden vivir fuera del mundo.



-¿Conoce usted la obra del escritor W.G. Sebald?

-Me aconsejaron leer Los anillos de Saturno...



-Se lo pregunto porque encuentro una relación entre la literatura de Sebald y su trabajo: ambos conciben la idea de "viaje" como una búsqueda e indagación del ser humano ante una situación de crisis.

-El viaje es la caja que contiene las cuestiones que deseo explorar: la soledad del ser humano en un mundo que no le pertenece, la relación con el otro y con una sociedad que adopta el color de esa soledad. El viaje también dilata nuestra relación con el tiempo y nos vuelve a conectar al ‘aquí y ahora', permitiéndonos huir del absurdo de nuestra civilización.



De Atacama a Fukushima

-Parece más interesado en difuminar las fronteras entre sus personajes y la situación social en la que se ven inmersos.

-Así es. Mis personajes tienen las mismas enfermedades que los paisajes que habitan.



-Ghost Road forma parte de una trilogía. ¿Podría hablarnos de las siguientes entregas?

-La segunda parte tiene lugar en el desierto de Atacama, en Chile. Allí hay una antigua mina de salitre que fue convertida en campo de concentración. Hoy en día es un lugar para la memoria, una ciudad habitada por fantasmas de la clase obrera y de la dictadura. Me interesa cuestionar la conciencia política de la generación más joven del país. Este proyecto contará también con la creación musical de Dominique Pauwels. Le he propuesto a José Luis Gómez que se una a nuestra aventura... de la tercera parte sólo puedo decir que hablará de nuestra relación con el planeta. Puede que vaya a Fukushima...



-¿Y cómo surge Exils?

-Este proyecto nace de una profunda indignación que surge en África. Ahora vivo en Europa, un lugar en el que no se respeta la declaración de los Derechos Humanos, que dice que todos los hombres y mujeres pueden circular libremente, abandonar sus países y luego volver. Entonces me interesé por el sentimiento del exiliado que se ve desposeído de identidad. Ya no habita su propio cuerpo. Exils es un espectáculo sobre el envoltorio y el uniforme del ser humano que no siempre corresponde a sus deseos más profundos.



Clasificada como una reflexión sobre la política social contemporánea, es una pieza que se basa en las técnicas documentales para situarse a caballo entre la realidad objetiva y la virtual. En ella, Murgia construye potentes imágenes teatrales a partir de luces, paisajes sonoros y efectos que simulan un auténtico montaje cinematográfico. Y ahora, pasemos a hablar del futuro, de la felicidad, de los sueños, de las pesadillas, del teatro y, en definitiva, de la vida.



-¿Cómo concilia la bendición de la crítica y del público?

-Creo que hacer un buen espectáculo que guste a crítica y público no es difícil. Ahora bien, ser honestos con los propios deseos ya es otra historia...



-El teatro que busca la vida en el escenario siempre encuentra la forma. ¿El teatro que busca la forma sólo encuentra la muerte?

-Me parece pasado de moda el hecho de diferenciar el fondo de la forma. La forma está en el fondo y el fondo en la forma. También creo que se puede llegar a la vida a través de lo físico, del ritmo y de la estética.



-¿Cuáles son sus proyectos futuros?

-Además de la trilogía en la que se integra Ghost Road estoy escribiendo una obra que habla del fenómeno de los hikikomori [jóvenes japoneses que, frente a la presión social, deciden aislarse]. También ando con una extraña historia de amor y de turismo sexual...



-¿Un sueño?

-Que cesen las pesadillas.



-¿Una pesadilla?

-Dejar de soñar.



-¿Piensa usted que el teatro pueda cambiar el mundo?

-Tengo la convicción de que puede mejorar al ser humano.



-¿Cree usted, por tanto, en la dimensión política del teatro?

-Creo que la indignación es una pulsión creadora pero no me gusta que me den lecciones en el teatro. Prefiero que soliciten mis experiencias, que acaricien mi imaginario, que lo estimulen y que despierten mi indignación. El teatro es un médium universal para comunicar lo que se siente.



-¿Qué opina usted de la situación política y financiera de Europa?

-Las medidas de austeridad se han traducido en más paro y en un mayor enriquecimiento de unos pocos. Hay que denunciar la existencia de lobbies en los países democráticos. No podemos dar a las empresas privadas más poder que a los gobiernos.