El vocalista Damon Albarn, de la banda británica Blur, durante la actuación del grupo en el Festival Primavera Sound. Foto: Alejandro García
Blur actuaban como cabezas de cartel y su apoteósico concierto del viernes de madrugada honró a su condición de favoritos. Los de Damon Albarn dieron al público lo que estaba buscando, una ración de sus clásicos sin desdeñar ninguna de sus canciones más famosas como algunas veces sucede con algunos veteranos que para pasmo de su parroquia se niegan a tocarlos. El concierto empezó con una atronadora y vitaminada versión de Girls&Boys y partir de aquí se fueron sucediendo temas como End of the Century, Country House o Tender acompañados por un grupo de gospel que le daba el toque arty y espirituoso. La gente no paró de bailar y dar botes desafiando a un frío pertinaz que hizo acto de presencia viernes y sábado desluciendo un poco el Festival. La organización ya ha dicho que el próximo año el certamen regresa al último fin de semana de mayo como es costumbre y donde las temperaturas suelen ser más benevolentes.
Ese mismo viernes Jesus and Mary Chain decepcionaron con un concierto rutinario en el que tocaron sus temas más conocidos sin atisbo de pasión. Tocan muy bien (faltaría más después de 30 años juntos) pero daba la impresión de que se sabían el librillo de memoria y no tenían la más mínima intención de innovar o ponerle un poco de garra. Había expectación por ver a Solange en directo al tratarse de nada menos que la hermanísima de Beyonce y acabar de publicar un disco producido por todo un Jay Z. Solange es una chica preciosa que canta y baila muy bien pero salvo su hit, Losing You, daba la impresión de carecer del repertorio suficiente para llenar la hora de concierto. Además, la acústica no era demasiado buena, un problema que se dio varias veces a lo largo del Festival.
El viernes también era el día de los escoceses Django Django. Con un solo disco homónimo, hicieron suyo el inmenso escenario Heineken para ofrecer uno de los mejores conciertos que pudieron verse. Contando con unos músicos en estado de gracia, llevaron el álbum hacia una nueva dimensión lisérgica y juguetona en la que el rock con raíces exóticas podía adoptar las más diversas formas y colores. De madrugada, los gorgoritos del soul electrónico de James Blake podían parecer lo menos apropiado para un público que ya llevaba unas cuantas horas consumiendo cubatas pero Blake supo conquistar a la audiencia con su prodigiosa voz de barítono y unos arreglos espectaculares. Como fin de fiesta, The Knife sorprendieron con un show en el que un grupo de bailarines enfervorizados que parecían calcar las costumbres tribales pero no acababan de entonar del todo con una música como la suya en la que la vanguardia electrónica a veces resulta demasiado deconstruida y pedante si de lo que se trata es de animar una fiesta.
El sábado fue el gran día de Nick Cave. Con una puesta en escena espartana en la que básicamente lo único importante era su brutal presencia, Cave ofreció un concierto demoledor en el que se dieron cita los clásicos y sus nuevas canciones sacando a relucir su vena más punk y animal para solaz de las miles de personas que abarrotaban su show. Los hip hoperos Wu Tang Clan llegaron para hacer historia ya que son escasas las ocasiones en que estos veteranos se vuelven a reunir con la formación original. Con ganas de divertirse y celebrar el reencuentro, dieron una lección de hip hop a la antigua usanza demasiado lastrada por sus constantes interrupciones e imprecaciones al público. El electro pop de Hot Chip fue el fin de fiesta para un festival que lejos de morir por agotamiento o a causa de su propio éxito parece encontrar cada día una personalidad más clara y apasionante.