Romeo Castellucci. Foto: Javier Marquerie Bueno.
Tanto el Festival de Malta Poznan de Polonia (que empieza el lunes) como la próxima edición de la Bienal de Venecia (a partir del 1 de agosto) tienen como centro neurálgico la figura del director italiano Romeo Castellucci. El Cultural habla con él sobre teatro, toros y tecnología.
Castellucci, uno de los referentes fundamentales del teatro contemporáneo, visitó hace unas semanas Madrid con motivo de la presentación de su libro Los peregrinos de la materia (Continta Me Tienes), escrito junto a su hermana Claudia. Para el director, fiel exponente del teatro visual europeo y director de la compañía Socìetas Raffaello Sanzio, el teatro es uno de los últimos espacios donde la rebelión aún es posible: "No cambia nada. No mejora el mundo. No es un instrumento político, pero se convierte en político cuando en vez de ofrecer respuestas te proporciona enigmas y problemas. Éste el auténtico sentido del teatro. Tampoco es un lugar cómodo. Para eso hay que sacudirlo de su tradición".
Durante la conversación que mantuvo con El Cultural, y tras revisar juntos la génesis de algunos de sus espectáculos, descubrimos que el trabajo del italiano guarda toda una serie de similitudes con el efímero arte de la tauromaquia. Y como el que escribe estas palabras ha pasado a ser en muy poco tiempo un humilde aficionado -y en el momento en el que se produjo el encuentro se hallaba sumergido en el tempo cíclico y litúrgico que propicia las corridas de San Isidro- no pudo evitar trazar la hipotenusa que conecta la creación escénica del premiado con el toreo.
-Creo que su teatro y el arte del toreo asumen la noción de riesgo como parte íntima y consustancial a la creación: el torero expone su cuerpo cubierto tras un trapo a la posibilidad extrema de la muerte para recordarnos nuestra íntima condición humana.
-En mi trabajo el riesgo está siempre presente pero no como tema sino como actitud. El riesgo consiste en essere visti (ser visto) por el otro, en recibir la mirada del espectador...
- ...Así como el torero recibe la mirada del toro...
- ...Y mostrarse desnudo ante él. Yo soy visto por el espectador y de este modo el espectáculo pasa de ser objeto de consumo a ser una experiencia.
-A propósito de esa desnudez, en el torero, como explica José Tomas, no se puede fingir: uno torea tal cual es. Y luego está siempre la incertidumbre...
-Tanto en el teatro como en el toreo se trata de encontrar belleza a partir de la asunción de la incertidumbre y del ordenamiento del caos. Este intento de expresión artística a partir de lo desconocido genera belleza. A mí no me interesa el teatro como modalidad suburbial de la literatura sino como la creación que propicia un movimiento desconocido y arroja luz sobre la condición humana.
-Uno de los mitos del toreo, Joselito el Gallo, decía que torear consiste en tener un misterio que contar y contarlo...
-Y eso es lo que provoca una suerte de epifanía individual en el espectador que, a mi juicio, es fundamental. Es el misterio el que permite que el teatro vaya más allá de una simple suma de palabras. Y volvemos de nuevo al riesgo de ser visto por el espectador: si al otro lado no nos contemplara en nuestra desnudez otro ser con sus vivencias y heridas, dicha epifanía no sería posible.
-Entonces se produce el verdadero espectáculo y la experiencia se traslada del escenario al espectador. Los taurinos lo definen como "transmisión" ¿Qué piensa de este instante?
-En ese momento se produce una suerte de colapso, un punto de fuga en la representación que hace que la imagen se instale en la retina. Yo trabajo mucho con imágenes pero no creo en ellas. La imagen más importante termina siendo la tercera imagen, que es la que se crea en la mente del espectador. En ese sentido, no existe como tal en el escenario sino que surge del hueco existente entre dos imágenes.