Vampire Weekend. Foto: Steven Brahms.
Bajo su aparente sencillez, Modern Vampires of the City, el tercer álbum de la banda neoyorquina, esconde infinitas referencias (de los clavicordios de Mozart al rock de estadio) que arrojan luz sobre el inabarcable panorama musical.
Su gran virtud es haber pulido la complejidad de su forja musical para que ésta no se note, llegando a dejar la canción en el hueso pelado. Modern Vampires of the City (XL) consigue que resulte tan fácil entrar en sus cálidas aguas sin pensar como sentirse confuso por sus vapores pasada la quinta escucha, hasta necesitar empezar de nuevo. Sí, Rostam Batmanglij, Ezra Koenig y compañía alcanzan cotas beatlelescas. Es el mejor disco de Vampire Weekend, lo cual ya es un logro pues los dos precedentes no eran cosa baladí. Pero el esfuerzo por eliminar ornamentos lleva aquí a los neoyorquinos más lejos que antes. Con ayuda del productor Ariel Rechtshaid las canciones se dividen en secciones a las que dan un toque sonoro específico. Bajo la divisa del Brian Wilson de Pet Sounds, los impulsos e ideas se reparten en una especie de collage, primando el solitario arreglo puntual sobre su acumulación. El resultado es un abanico que despliega una forma de panclasicismo global de nuevo cuño.
En esta mina aparecen añejas vetas de clásica: clavicordios y pianos mozartianos o impresionistas, arreglos de teclado, cuerda y viento más cerca de Bach, Beethoven o Brahms que de Tin Pan Alley, espectros corales agitando silencios catedralicios (escuchen Ya Hey). Aparece el folklore: lo gaélico en Unbelievers con su fanfarria de flautines y violines, o en el ritmo de Worship You; los requiebros de India (Hannah Hunt), o medio-orientales en la apocalíptica Hudson. Está el rock, claro: guitarras y baterías enérgicas, voces frenéticas. Diane Young es una nueva versión del rock'n'roll fundacional pasado por el pop-rock de estadio de los 70/80. Unbelievers comienza con un alternancia de dos acordes que rememora el I'm a Believer de Neil Diamond vía The Monkees. Y está una negritud cogida prestada. Sonoridades jazzísticas en la salida de Obvious Bicycle evoca los rags de Scott Joplin, los contrabajos esenciales de Step o de Young Lion, o la escala demenciada del bajo en Hudson. Hip hop (el fraseo de Step, esa barbaridad que parece haber estado siempre en la banda sonora interior de nuestra vida) y el legado jamaicano en los ritmos y los sonidos (en Obvious Bicycle samplean a Ras Michael). Por encima de todo, la madre: las músicas de África asomándose por doquier.
Modern Vampires of the City habla sobre el fin de fiesta de la juventud, la fugacidad de la carne y el amor, la relatividad de las seguridades y la necesidad de alguna clase de fe; sobre los detalles no heroicos de lo cotidiano y el sentido de la vida a cierta edad en que las preocupaciones y la expiación ocupan el lugar de la diversión exploratoria. Contiene un homenaje al género de arte contemporáneo que llamamos álbum pop: cada canción sirve por sí misma pero sin el resto ninguna vale lo mismo. Aquí se siguen unas a otras como miembros de una tribu nómada, manteniendo cierta clase de tensión interna, algo sombría y reflexiva. En suma, he aquí no sólo una obra capital sino un perfecto resumen actual y pop de la catarata en que se ha convertido el flujo musical constante y reincidente.
Otras apuestas
Ghost on Ghost / Iron & Wine
Sam Beam deja caer sus sobrias canciones sobre la riqueza instrumental y la elegancia en los arreglos de una enorme banda y logra un disco noble, casi sublime.
Trouble Will Find Me / The National
Sin llegar a las cotas de los tremendos High Violet (2010) o Boxer (2007), sus épicas velas (más Springsteen que Joy Division) se mantienen hinchadas por buenos vientos.
Monomania / Deerhunter
Después de cierta calma alucinada (Halcyon Digest, Microcastle), la tempestad. Rock'n'roll contemporáneo, evanescente y violento como el golpe de gracia de un ninja.