El director Teodor Currentzis. Foto: Javier del Real.

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  • La penúltima Noche del Real está protagonizada por el monumental Réquiem de Verdi, obra siempre impactante por su discurrir melodramático y su copioso bagaje melódico, que necesita de un cuarteto solista de altos vuelos, voces eminentemente operísticas que sepan, no obstante, recogerse en un hilo si es preciso, así en el Hostias, el Ingemisco, el Recordare o el Lux aeterna. Una sutileza que ha de practicar también el coro, aquí muy exigido, que ha de atacar por otro lado números sobrecogedores y fortísimos escalofriantes, como los que dan vida al terrorífico Dies irae.



    La armenia Lianna Haroutounian, de límpido y vibrante instrumento de lírica plena, sonoro y amplio, es la soprano. En su voz el famoso y comprometido Liberame Domine! puede tener la conveniente reproducción. Violeta Urmana, lituana, algo baqueteada últimamente, es un instrumento a caballo entre la soprano y la mezzo, ambas de caudal abundante y tinte próximo a lo dramático. Jorge de León, tinerfeño, es un spinto de ancho aliento y agudos formidables, y Verdi los pide; claro que también solicita lirismos encendidos y suaves. Por su parte, Ildebrando D'Arcangelo cuenta con un compacto y oscuro timbre, algo áspero de emisión, pero idóneo.



    Los conjuntos serán los del Teatro, a los que se suma el Coro de la Comunidad de Madrid. Con ellos debe estar bien provista la base sinfónico-coral que ha de manejar el competente Teodor Currentzis, uno de los maestros preferidos de Gerard Mortier. Desgarbado, enteco y dotado de una elegancia un tanto demodée, este director ateniense de 41 años, que ha hecho buena parte de su carrera en Rusia, posee una batuta flamígera y ondulante, nerviosa y magnética. A veces su temperamento y sus ganas de marcar contrastes y claroscuros le llevan a excesos y a perder el norte rítmico de base, planteando oscilaciones exageradas de tempo, como sucedió en el Macbeth del Real. Pero es fogoso y comunicativo, y sus pianísimos quitan el hipo. Cualidades que pueden venir bien, si se saben medir, a una obra como la que se coloca en los atriles.