Concha Buika. Foto: Alberto Cuellar
La cantante, que lleva ya dos años viviendo en Miami a dónde se fue en 2007 para consolidar su carrera musical, explica que allí tiene "algo así como una casa, pero en realidad vivo en hoteles puesto que estoy viajando continuamente. En estos últimos dos meses, por ejemplo, he actuado en Washington, Nueva York, Chicago, Toulouse, Viena, Marsella, Madeira, Lisboa, Oporto, Goteborg y ahora por fin llego a España. Mi hijo está en Miami pero se está criando como un nómada porque me gusta enseñarle el mundo y quiero que lo vea con ojos planetarios. Es bueno no sentirse demasiado arraigado a ningún lugar, eso te hace más libre. Chavela Vargas, mi mamá querida, me dijo una vez que la única patria es el corazón de uno mismo, y nada más oír esa frase supe que tenía razón y que era justamente lo mismo que yo sentía. Me encuentro bien en cualquier lugar y espero que a mi hijo le ocurra lo mismo que a mí".
Su interés por la música empezó siendo una niña, "porque los guineanos llevamos el ritmo en la sangre", confiesa, pero se convirtió en una verdadera pasión cuando asistió en Londres a un concierto del guitarrista Pat Metheny. "Aquello fue una auténtica revelación", explica, "y desde ese momento supe que quería dedicarme a ello el resto de mi vida". Desde ese momento empezó a formar parte de distintos grupos en los que cantaba acompañada por músicos americanos y españoles como Miguel Rodríguez, Jacob Sureda, Noah Shaye, Ben Stivers, Cacho Montes, Mark Rossi o Israel Sandoval. Colaboró con La Fura dels Baus en alguna producción y, finalmente, en 2005 sacó al mercado su primer disco, Buika, tan variado y sorprendente por sus interpretaciones como por su extenso repertorio en el que incluía boleros, jazz, house y hasta algo de flamenco. "El flamenco siempre ha sido un sonido mágico que he oído en mi cabeza desde que tengo uso de razón. Me emociona, me da energía y me transporta a lugares y estados mentales insospechados", explica con entusiasmo. Llegó después su segundo álbum, Mi niña Lola, todavía más rico y más intenso que el primero. Pero a pesar de llevar años en la brecha, de dominar los géneros más dispares y de unir sinergias con artistas tan opuestos como Chavela Vargas, Chick Corea, Mariza, Chucho Valdés, Tomeu Penya o Pat Metheny, fue su intervención en la almodovariana La piel que habito (2011) lo que acabó de lanzar a la artista a los ojos del mundo entero y lo que la convirtió definitivamente en una de las cantantes más deseadas de la música latina actual.
Se desenvuelve en los escenarios con una seguridad envidiable, "porque para mí no son escenarios entendidos como lugares artificiales destinados a actuar, yo los veo como una prolongación natural de mi vida", explica con su voz ronca y aterciopelada. "Por eso no preparo nada, ni planifico actuaciones ni programo ensayos. Simplemente me dejo llevar y disfruto enormemente de lo que experimento en ese trance al que me transporta la música. La improvisación es la vida en estado puro y a mí me gusta eso, sentirme muy viva. Y jamás he dado un concierto igual al otro, de la misma manera que jamás puede vivirse un día igual que el anterior". En su último disco, La noche más larga (muchos de cuyos temas cantará en la actuación del Festival Grec barcelonés) interviene además por primera vez como arreglista, "porque quería probar las buenísimas máquinas que tengo en Miami", explica, "lo mejor de lo mejor. Y porque creo que no hay nadie como uno mismo para contar lo que le está pasando". En este álbum ha compuesto cinco de los doce temas, y el resto corresponden a Roque Narvaja, Fito Páez, Billie Holiday, Abbey Lincoln, Dino Ramos, Jacques Brel y Ernesto Lecuona.