Aída Gómez
Aída Gómez (Madrid, 1967) es versátil, polivalente, elástica y refinada. Así lo muestra en Adalí, una obra "recién salida del horno. Es súper elegante" declara la bailarina. Recién aterrizados de Israel de representar la pieza, llegan con ganas de actuar en el Festival de La Granja de Segovia. "Va a ser al aire libre, a lo mejor hay algo que no puedo sacar a escenario pero estamos encantados de actuar aquí", afirma.Adalí fue estrenada el año pasado en Pozuelo pero desde entonces ha sido sometida a cambios, a refinamientos, a mejoras. "Vas viendo lo que le falta y lo que le sobra al producto, hay que redondearlo. Te das cuenta el día del estreno y ahora que lo he limado está como yo quiero. El espectáculo está siempre vivo, abierto a cambios y evoluciones. Nunca se hace añejo", cuenta la artista.
Dice que la danza española, a la que se dedica en cuerpo y alma, "está desapareciendo". Para la bailarina, que siempre especifica que es bailarina y no bailaora, "la danza española es la danza culta. Ha ido evolucionando y tenemos que conservarla y cuidarla", declara. Dice aprovechar cada momento que ve a un político para decírselo.
Lo de aclarar constantemente que no es bailaora tiene su explicación. La danza abarca la escuela bolera del siglo XIX y viene de la influencia de los franceses e italianos requiriendo una técnica clásica que no todos están dispuestos a sacrificar. "Pilar Dotes lleva el flamenco al escenario, era como de petit comité", cuenta Gómez. "Con Antonio Gades, por ejemplo, fue evolucionando. Pero los bailaores solo bailan flamenco, mientras que los bailarines podemos hacer ambos, podemos jugar y hacer las dos cosas", aclara.
En Adalí todo está en su sitio. Tres bailarines y ocho músicos que se complementan los unos a los otros, cada uno tiene su lugar en el escenario. "Eduardo y yo somos bailarines mientras que Christian es bailaor. Esta obra es lo que me apetece hacer ahora mismo", comenta Gómez. "El hecho de poder combinar el flamenco con la danza española es lo que me ha hecho no aburrirme de lo que hago. Estar solo en una vertiente es aburrido", afirma.
Para Aída Gómez el baile lo es todo. "Doy la vida por esta pasión, para mí es como una terapia. Dicen del yoga pero para mí esto es meditación pura". Por eso mismo quiere acercar el baile a cuanta más gente sea posible, por lo que ha empezado a dar clases en la compañía que tiene en Pozuelo. Tiene alumnos de diferentes lugares, "viene gente de Barcelona por ejemplo. En la danza hay mucho talento y es una pena que la gente no esté ubicada en un sitio".
Pero no solo es enseñar a la gente a bailar o hacerles mejorar la técnica. "Quiero empezar a estar más cerca de la gente y de la danza. Quiero que la gente se implique, se enamore. Que la gente venga a ver los ensayos", cuenta sonriente. Porque desde hace tiempo también viaja a Japón una vez al año a dar clases. "No podría haber tenido el privilegio de viajar tanto, de hacerme tolerante, de conocer gente, cultura y abrir la mente si no hubiera sido bailarina. La danza no tiene texto, vayas donde vayas la gente te entiende. Es una profesión que no entiende de fronteras". Además, opina que los bailarines españoles nunca han pasado desapercibidos. A España se le conoce fuera por el arte y por el talento que tiene la gente, el flamenco es un baile muy directo y la gente se queda impactada. "El problema es que no sabemos vendernos, pero no hay competencia en el mundo".
Pese a haber sido galardonada con Premio Nacional de Danza, Aída Gómez sigue con los pies en la tierra y dice sentirse muy nerviosa en cada actuación: "Cada año que pasa es peor pero ahora no me importa quién esté. Lo he dado todo en el estudio y te doy todo lo que puedo. Una vez que piso el escenario me siento segura y se me pasa todo". Es por eso que el espectador siempre es "inteligente". Sabe que en el sur de España la gente lo vive más que en el norte, pero está convencida de que "si al público le das calidad y emoción, le gusta. Si le tomas el pelo, no llega. No importa donde estés, el objetivo es dar calidad".
En cuanto a la actuación de Segovia, espera que la gente disfrute con el espectáculo, "que el espectador tenga emociones bonitas. Con eso tenemos suficiente ya que la gente va al festival con ganas de calidad y nosotros nos sentimos en nuestro espacio". Aun así, siempre se plantea si estará equivocada o no, pero al final "la gente lo valora y nosotros vamos a disfrutar". Y si hay una premisa que nunca olvida es que "para crear una pieza tienes que tener la mochila llena de las cosas que quieres, saber de dónde viene, porqué y, sobre todo, que tenga sabor. El espectador paga la entrada para disfrutar y esa es la lucha continua del artista".