El director finés Esa-Pekka Salonen. Foto: Clives Barda.

La nueva temporada de Ibermúsica, que arranca el próximo domingo con el director Esa-Pekka Salonen, tendrá como gran protagonista de su programación a Mahler, de quien se interpretarán algunas de sus principales composiciones. También habrá espacio para nombres como Maria João Pires y Lorin Maazel.

Era muy difícil igualar la altura de la temporada 2012-2013 de Ibermúsica, donde se dieron cita, por ejemplo, las Filarmónicas de Viena, Berlín, Londres y Múnich, la del Concertgebouw, la de la Radiodifusión de Baviera, las Sinfónicas de Londres y de Pittsburgh, la Philharmonia y la Mozart de Abbado. Pero la presente temporada de esta institución privada, que empieza este domingo, no le va muy a la zaga.



Queremos destacar en primer término las dos sesiones encomendadas a la Philharmonia a las órdenes de Esa-Pekka Salonen, director preciso, tajante, notable clarificador y diseccionador de planos. Sus dos programas estarán dedicados a la memoria de Carlo Maria Giulini, el gran maestro italiano de cuyo nacimiento se cumplirán cien años en 2014. Todavía nos parece verlo, enhiesto y elegante, en el podio. No es mala manera de recordarlo interpretando la sinfonía dramática Romeo y Julieta de Berlioz, que tiene por solistas al tenor Paul Groves, la mezzo Christianne Stotijn y el barítono Gerald Finley. El Orfeón Pamplonés será el conjunto vocal. El segundo programa está integrado por dos grandes sinfonías con remoquete, la Heroica de Beethoven y la Fantástica del propio Berlioz.



Ágil y estilizado Harding

Otra orquesta londinense, la Sinfónica, que actúa a las órdenes del ágil y estilizado, de concepciones tan modernas, Daniel Harding, programa nada menos que el acto I de Tristán e Isolda de Wagner. Con un reparto altamente estelar para lo que hoy se lleva: Peter Seiffert, Katarina Dalaymann, la mencionada Christianne Stotjin, Matti Salminen y Mark Stone, voces muy importantes por más que alguna de ellas comience ya a denotar signos de fatiga. En su segundo concierto, orquesta y rector plantean la reunión de tres obras de alto interés, Una noche en el Monte Pelado de Musorgski, el Concierto para violín de Stravinski, con el competente Rainer Honeck y la versión original de El pájaro de fuego de Stravinski.



Regresan asimismo otras dos formaciones de la ciudad del Támesis. Una es la Filarmónica, como es habitual en los últimos años al mando del exquisito y a veces algo distante Vladimir Jurowski. Nos brindan un estreno de Macmillan, su Concierto para viola, tañido por Lawrence Power. Además, el Concierto para piano n° 1 de Brahms, con Yuliana Avdeeva, la Sinfonía n° 6, Pastoral de Beethoven y un plato realmente fuerte, otra Sexta: la Sinfonía Trágica de Mahler, un autor que el melenudo director ruso conoce y trata admirablemente.



La segunda agrupación, que no vino la pasada temporada, es la Royal Philharmonic, en esta ocasión con el ecléctico y siempre resultón Charles Dutoit. En atriles, un manjar tan apetitoso como el Concierto n° 20 de Mozart en las manos de Maria João Pires, que se une a la contundente Sinfonía n° 10 de Shostakovich, el Gloria de Poulenc y Daphnis y Chloe de Ravel, con el Orfeo Català y el Coro de Cámara del Palau de la Música Catalana. Soprano: Nicole Cabell. Nos topamos de nuevo con la sólida Filarmónica de Múnich, que llega con su actual titular, el octogenario Lorin Maazel, siempre genial e imprevisible. Los programas que presenta son de alto voltaje sinfónico e incluyen entre otras obras la Sinfonía n° 4 de Schumann y Una sinfonía alpina de Strauss, el Doble Concierto de Brahms (con Lorenz Nasturica, antiguo concertino en Múnich con Celibidache, y Daniel Müller-Schott) y la Sinfonía n° 2 de Sibelius. Strauss también en la visita de la Staatskapelle de Berlín con el conspicuo Daniel Barenboim: Don Quijote y Una vida de héroe, por un lado, y las Sinfonías n° 2 de Elgar y 5 de Beethoven.



Y más Strauss. Esta vez en el primer concierto de la esplendorosa Joven Orquesta Gustav Mahler gobernada en esta oportunidad por el principal invitado de la ONE, el también joven David Afhkam. Se trata de los maravillosos y nunca agotados Cuatro últimos lieder, que aquí serán cantados por la muy digna soprano norteamericana Emily Magee. Junto a esa obra, Tres piezas para orquesta y Siete canciones de juventud de Berg, y las Sinfonías n° 7 de Bruckner y n° 4 de Mahler. Para Berg y Mahler se cuenta con la soprano Christiane Karg, que habrá cantado ya su recital del Teatro de la Zarzuela. Mahler es, no hay duda, el compositor estrella del ciclo.



Lo hallamos igualmente en la primera actuación de la Sinfónica de Montreal con la Séptima Sinfonía, que dirigirá el conciso y ascético Kent Nagano, que sabe ver curiosas luces en esa música, a la que se acerca como un entomólogo. En la segunda sesión se sitúan Ma mère l'Oye de Ravel, Petruchka de Stravinski y una composición de la coreana Unsuk Chin: Snags and snarls. Muy señalada nos parece la presencia de la Filarmónica de la BBC con el ascendente Juanjo Mena y otro estupendo español, Javier Perianes, para el Concierto n° 4 de Beethoven. El acto se completa con otro Mahler, la Primera Sinfonía. La Orquesta de Cadaqués tocará con su titular honorario, Neville Marriner, un director de nerviosa batuta que cumple la de 90 años, el Concierto n° 2 de Chopin y la Italiana de Mendelssohn.



Guiño a Ataúlfo Argenta

Y aquí no acaba todo. Aún queda la World Orchestra con el impetuoso Josep Vicent, en un concierto-homenaje a Ataulfo Argenta en el que se interpretará La valse y Shéhérazade de Ravel, donde canta la temperamental Ángeles Blancas, y una selección de Romeo y Julieta de Prokofiev. Y de la Filarmónica de Tokio con su titular Yutuka Sado y un programa por determinar. La sedosa Orquesta de Saint Martin in the Fields con el violinista Joshua Bell como director y solista hace mucho Beethoven: Septimino, Sinfonías 1, 5 y 7, junto al Concierto para violín BWV 1041 de Bach y el Concierto n° 1 de Bruch. Quedan los recitales, los dos muy interesantes: las tres Sonatas de Brahms para violín y piano, que tocan los hermanos Khachatryan y el siempre esperado de Evgueny Kissin: D 850 de Schubert, n° 2 y Estudios 2, 4, 5, 8, 9, 11 y 12 de la opus 8 de Scriabin.

Giulini, un vigoroso y cálido romanticismo

Nada más oportuno que recordar a Carlo Maria Giulini. El próximo 9 de mayo se habrá cumplido un siglo de su nacimiento en Barletta. Era curiosa su manera gestual y tuvimos ocasión de comprobarlo a lo largo de sus actuaciones en Madrid, sólo una con la Orquesta Nacional (¡Qué Séptima de Beethoven!): la cabeza erguida o ligeramente echada hacia atrás, los brazos dibujando movimientos semicirculares de variable intensidad… Sabía convencer para que su misión fuera admitida casi como sagrada. Sus interpretaciones eran amplias, fraseadas, de un vigoroso romanticismo. Conseguía sonoridades densas, compactas, en las que, sin embargo, era posible distinguir las distintas voces en las que prevalecían por encima de todo las líneas maestras antes que las secundarias o los detalles. Siempre sobresalía lo afable, lo efusivo, lo cálido, lo humanista, que él sabía ver como nadie. Características muy distintas, sin duda, de las que adornan los modos directoriales, más modernos y analíticos, de Salonen, que le rinde homenaje junto a la Philharmonia, una orquesta que el maestro italiano llegó a dirigir innumerables veces con resultados esplendorosos. Muchos testimonios discográficos nos lo demuestran.