Krzysztof Penderecki junto a Maximiano Valdés.

Un festival como éste es insólito. Es la apoteosis de Penderecki a los ochenta años, pero la celebración va más allá. ¿Es que un país entero reconoce a Penderecki como su gran compositor? No olvidemos que en su generación hay nombres tan importantes como Górecki, como Kilar. Es algo más. Tiene que ser algo más. Una semana entera a dos conciertos diarios (Varsovia, 17 a 23 de noviembre: cámara a las 17 horas, sinfónica y sinfónico coral a las 19), incluida una misa concelebrada por un arzobispo y un cardenal en la Catedral de San Juan (Ciudad Vieja, iglesia reconstruida, como toda la antigua Varsovia, tal vez el niño Krzysztof conoció la verdadera en su día), una cantidad y calidad impresionante de artistas venidos de todo el mundo, incluidos Jesús López Cobos y Maximiano Valdés, el director chileno tan vinculado a España.



Krzysztof Penderecki ha venido a varias ciudades de España muy a menudo. Es doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid y le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2001. Penderecki ha viajado y ha llevado su música y la de sus compatriotas por todas partes. Ha trabajado por la reconciliación de Polonia y los judíos, no sólo Israel, y en este festival hemos oído emocionantes versiones de su Séptima Sinfonía, Las Siete Puertas de Jerusalén (que él mismo dirigió en el Teatro Real de Madrid hace doce o trece años) y del Kadish. En este festival lleno de gestos y de símbolos, el infatigable Penderecki saludaba en todos y cada uno de los conciertos, en cada una de las obras, no como autor de lo que se acababa de oír, sino en agradecimiento a los intérpretes venidos de lejos, mas también a los jóvenes y a veces jovencísimos instrumentistas de la envidiable cantera polaca. Entre los gestos y los símbolos, el abrazo de Penderecki y Alberto Mizrahi, Kantor en los Sinagoga Anshe Emet de Chicago, impresionante en ambas obras mencionadas. En una recepción en la residencia del embajador alemán en Varsovia, Penderecki agradecía a Alemania lo que este país ha hecho por su obra desde sus inicios (su magnífica Pasión según San Lucas, en Münster, en 1966, por ejemplo). Otro gesto, otro símbolo: no sólo el agradecimiento, también la reconciliación. Algunas obras de Penderecki se cantan en alemán, como las dos únicas óperas suyas que están grabadas y accesibles: Los demonios de Loudon (en CD y DVD) y Ubu Rex (CD, sello Dux).



Ese algo más es el prestigio que Penderecki y Polonia se dan mutuamente. Un compositor arraigado en su tierra, un compositor que cambia de código de manera permanente, pero en cuyas obras hay al menos las siguientes características, siempre: horror al vacío, por una parte, y dramatismo en el sentido de teatralidad, por otra. Se acerca a la vanguardia en algunas obras suyas que no son precisamente las más importantes. Y se aleja de ella muy pronto para crear un mundo no reconocible, porque hay varios Penderecki, gracias a Dios. En los conciertos sinfónicos podríamos decir: estas tres, estas cuatro obras parecen de tres, de cuatro compositores distintos. Ha tenido la suerte de no ser de los compositores especialmente vilipendiados por la dictadura vanguardista, como lo fueron Henze o Dutilleux.



A Penderecki todo le inspira, desde los clásicos y desde Mahler o Berg y, por qué no, las gesticulaciones de la vanguardia, de la que no fue asiduo; y todo le conmueve, en especial la desdichada historia de Polonia, que ahora renace de veras y se muestra orgullosa de sí, en crecimiento, en cultura. La cultura no es un lujo en Polonia, y los jóvenes músicos reciben el apoyo de gentes como Penderecki, cuyo proyecto apadrinado por él (el Centro europeo de música K.P.) ya es una realidad junto a su casa, en Luslawice, Galitzia, no muy lejos de Cracovia y muy cerca de Eslovaquia: salas de conciertos y de ensayos, aulas, habitaciones para artistas y alumnos...



Condecorado por Polonia, por Armenia y por Croacia en el último día, el 23, el del cumpleaños, un español asiste con envidia a los aplausos que recibe el humor y el ingenio de su ministro de cultura. Y hay que viajar allí para oír aplausos al rey de España por su felicitación a Penderecki.



Lo comentábamos con Max Valdés: esto no se ha visto nunca. "Ni siquiera Stravinski", decía Max. Hay detrás toda una sociedad que quiere dejar al margen la historia desgarradora (no olvidarla, no es eso) y no inventar nuevos motivos de exclusión (cierto tipo de catolicismo excluyente, cierto tipo de nacionalismo estéril). El arte de Penderecki es el centro de todo eso para esa sociedad. Por eso se ha producido este festival, con catorce conciertos de un compositor vivo (¿no es increíble?). Polonia se mira en Penderecki (lo cual no quiere decir que no tenga sus adversarios, supongo que los tendrá) y Penderecki se ve en Polonia. Sin nacionalismo. Ya han aprendido lo que vale eso. Si hay que olvidar esa lección, que la olviden otros. Allá ellos. A cambio, organizadores numerosos de todo el país, con Elzbieta Penderecka a la cabeza; y muchos patrocinios y aportaciones personales de artistas polacos y extranjeros.



Sorprende todavía más ver este hombre de ochenta años en todos sus conciertos, en todos los ágapes que ofrece después a sus invitados, porque él no puede estar ausente si están allí los que han viajado desde lejos para rendirle homenaje. Sorprende Elzbieta Penderecka, que es el alma y la vida de esta agotadora celebración, como lo es del Festival Beethoven de Pascua, que se celebró este año en marzo y celebrará su 18ª edición en 2014. Digamos, de paso, que esta semana de Penderecki ha sido posible por la infraestructura del Festival Beethoven. Con Elzbieta comprendemos que detrás de toda gran mujer hay un gran hombre. Bromeé con ella: Elzbieta, al parecer está usted casada con un genio: ¿es cierto eso?



Además, era un lujo ver en el mismo concierto de Anne-Sophie Mutter, a Arto Noras, a Charles Dutoit, a Valeri Gergiev. Y el día anterior a Leonard Slatkin, a Gabriel Chmura, al actor Daniel Olbrychski como impresionante narrador… ¿Y las orquestas? No hay posibilidad de mencionar a todos los solistas y todos los conjuntos: toda Polonia estaba ahí. Permítanme que les remita a una página, y que haga una última referencia: en tiempo de crisis de las voces graves femeninas, nos provoca estupor oír a las mezzos polacas Helena Zubanowicz o Agniesza Rehlis.



Imposible dar más detalles. Están todos aquí.