Frühbeck de Burgos ensayando con la OCNE. Foto: Rafa Martín.

El Auditorio Nacional celebra hoy, y hasta el domingo, los ochenta años de Frühbeck de Burgos. El maestro dirigirá a la OCNE con un programa que incluye 'Carmina Burana', de Orff, y 'Codex Calixtinus', de Tomás Marco.

Mucho ha llovido desde aquel 4 de diciembre de 1959, en el que Rafael Frühbeck de Burgos se situaba por primera vez ante la Orquesta Nacional de España en concierto oficial de temporada. Lugar: Palacio de la Música de Madrid -local ahora postergado en espera de que, una vez restaurado, sea invadido por cualquier poderosa empresa comercial-. Dos días después, como era costumbre en esa época, la sesión se repetía en el Monumental Cinema. El 23 de noviembre de 1962 el director burgalés celebraba su nombramiento como titular de la formación, acaecido una semana antes, con La Atlántida de Falla, completada por Ernesto Halffter. Dejaría su cargo, tras dirigir a la formación en 702 conciertos, según la relación de Luis Alonso, en octubre de 1978. Pero volvió al podio de vez en cuando. Y ahora es director emérito.



Eran ya tiempos en los que los aficionados, todavía añorantes de Ataúlfo Argenta, desaparecido en 1958, habían comenzado a otorgar paulatinamente su confianza al nuevo y joven maestro quien, tras sus estudios en Madrid y Bilbao, se había desplazado a Múnich para aprender dirección con profesores rigurosos y conspicuos como Gothold Lessing o Kurt Eichorn. Venía bien preparado y dispuesto a todo. Decisión, temple y firmeza no le faltaban. Ni le faltaron. Sobre esas bases comenzó a edificar su técnica y su arte directoriales nuestro protagonista. El aplomo que Frühbeck mostraba era impresionante. Bien anclados los pies, abierto el compás, los brazos muy arriba -quizá demasiado-, la batuta móvil batiendo sin parar en todas direcciones, llegaban fácilmente a los profesores y los conjuntaba con destreza y limpieza.



No había partitura, por compleja y monumental que fuera, que se le resistiera. Su mando, su seguridad no conocía límites. Así pudimos escuchar durante años interpretaciones sólidas, ajustadas, precisas de obras clave de la historia de la música, como La consagración de la primavera de Stravinski o una excesivamente ampulosa Pasión según San Mateo de Bach. O la imponente Sinfonía de Los Mil de Mahler. O el oratorio de Berlioz La infancia de Cristo. Eso sí, y durante muchas temporadas, pudimos advertir que no estábamos ante un maestro exquisito, de musicalidad reconocible, sensible a los pianos y a los acentos delicados, al arco dinámico interior de los pentagramas. Era un experto modelador de estructuras sinfónicas, que levantaba con pericia y singular firmeza, aunque en la construcción de las líneas básicas pecara por defecto. Su mirada, dirigida a la totalidad del edificio, solía marginar rasgos no aparentes, sutilezas que también intervienen en los entresijos de la música y que van de la aplicación de una dinámica, de una gradación de intensidades bien aquilatada a la exposición de un fraseo elegante, un legato adecuado o un colorido orquestal depurado.



Criterios más flexibles

Es cierto que el arte de Frühbeck, como no podía ser menos, se ha ido depurando con el tiempo. Aunque continúa subdividiendo obsesivamente el compás y centrando en factores métricos lo fundamental de una interpretación, ahora sus criterios, ahormados por el transcurso de los años, se han hecho más flexibles y no lo fía casi todo al mando en plaza. Y ve valores ocultos, y nos los hace ver. No su Beethoven o su Brahms, que sigue siendo más bien epidérmico, pero sí su Berlioz o su Haydn. En enero de 2013 le escuchamos una estupenda Misa in tempore belli de este último compositor. El director, algo desmejorado físicamente, se nos revela más cauto, más sensible y más profundo; sin perder la compostura ni la autoridad, como pudo demostrar en la reciente interpretación concertante de La Tempranica de Giménez en el Teatro de la Zarzuela.



La ONE y su Coro, a los que dirige con cierta frecuencia, le rinden homenaje con motivo de su ochenta cumpleaños, mañana y pasado, con sendos conciertos en el Auditorio Nacional en los que figura una de las obras en las que más y mejor se lució tradicionalmente su batuta: Carmina Burana de Orff, esa partitura pétrea y rocosa, de rítmica tan orgiástica y repetitiva. Tres buenos solistas en cartel: la soprano lírico-ligera Auxiliadora Toledano, el contratenor contralto Carlos Mena y el barítono Jochen Kupfer. Completa el programa un encargo solicitado a Tomás Marco: Codex Calixtinus (Cantus Iacobi), que se mira en la Edad Media y, se dice, en Les Noces de Stravinski.