Jurowski rompe el hielo en Madrid
Vladimir Jurowski. Foto: Roman Gontcharov
La batuta elegante y sinuosa de Vladimir Jurowski llega este fin de semana al Auditorio Nacional al frente de la Filarmónica de Londres, dentro de Ibermúsica, para interpretar piezas de Brahms, Beethoven, Macmillan y Mahler, de quien se espera que realice una gran Sexta.
Nacido en Moscú en 1972, Jurowski es un director de muy sólida formación, que muestra criterios firmes y exhibe una batuta elegante y sinuosa. Maneja la mano izquierda con mesura, pero son segura pulsación, que le permite una constante y flexible palpitación rítmica. Es eléctrico o persuasivo, según los casos, planifica con lógica y sabe resaltar las voces importantes, combina colores y mantiene unas muy personales ideas respecto al tempo y al fraseo. Su figura enteca, su pelo al viento, su adustez le conceden un aire de dominador tranquilo y sereno. Se sitúa en el podio con un aplomo impresionante e inmediatamente absorbe toda la atención.
En sus interpretaciones late un deseo de apartarse de lo consabido, de lo trillado, de lo tradicionalmente aceptado, de ahí que lata en ellas por lo común algo nuevo y refrescante. Aun cuando a veces puedan sorprender ciertas elongaciones, retenciones, amaneramientos o tempi aparentemente caprichosos (que muchas veces, es cierto, tienen su razón de ser). En ese sentido, ha ido más lejos que su padre, el también director Mikhail Jurowski, un profesional de talla aunque más profesoral y académico, más al viejo estilo. Otro hijo, Dmitri, también es director, aunque de menor relieve.
Los dos conciertos que Vladimir va protagonizar en Madrid para Ibermúsica, en el Auditorio Nacional, con la histórica formación londinense son indudablemente atractivos. Mañana se interpretan el Concierto para piano n° 1 de Brahms, con la joven Yuliana Avdeeva (1985), también moscovita, al teclado, y la Sinfonía n° 6, Pastoral, de Beethoven, una obra cuyo sentido profundo pocos directores entienden. El 19 se sitúan sobre los atriles otras dos composiciones, asimismo una obra concertante y una sinfonía. La primera es un estreno -algo que sucede en Ibermúsica más veces de lo que se cree-, el Concierto para viola del inglés James Macmillan, un músico sobrio y efectivo, de amplio aliento y concepción rigurosa. El arco será manejado por el británico Lawrence Power (1977), antiguo discípulo en la Juilliard de Karen Tuttle. Tañe un magnífico instrumento de 1610, construido por el boloñés Antonio Brensi.
La segunda obra es Sexta, la Trágica, de Mahler. No hay duda de que se espera lo mejor de esta nueva aproximación madrileña al creador bohemio por parte de Jurowski, que siempre ha mostrado una singular querencia por él. Tenemos buen recuerdo de una Quinta del mismo compositor trazada por los mismos orquesta y director. Quizá en sus acercamientos a las sinfonías mahlerianas, la batuta del ruso se muestre en exceso cautelosa. Prefiere el juego tímbrico colorista, el fraseo amplio y bien acentuado, el control de los planos sonoros antes que la traducción más expresionista y descarnada, ruda y agresiva. Lo vulgar y lo caótico anidan igualmente en la página, pese a su ordenada construcción formal. Pero el lecho hirviente por el que discurre el generalmente alterado discurso admite interpretaciones alojadas en el mundo de la histeria. No es el de Jurowski, cuyo proverbial refinamiento le suele impedir sumergirse en esos mares procelosos. Lo cual no significa que dé esquinazo al latido profundo del pentagrama, siendo de Mahler, tan proclive a que sea contemplado desde distintos ángulos.