La sonnambula recorre el Liceo
Un momento de La Sonnambula. Foto: Bill Cooper.
Llega el lunes al Liceo La sonnambula de Bellini sin la soprano Diana Damrau, que debía encabezar el cartel junto al tenor peruano Juan Diego Flórez. El montaje que podrá verse en Barcelona rescata la acción elegante de la obra, en la que los sentimientos quedan a flor de piel.
Claro que los amantes del neobelcantismo no van a desfallecer por ello, puesto que el otro protagonista principal, Juan Diego Flórez, sigue en pie. Sin duda el tenor peruano, muy admirado en Barcelona, como en casi todos los sitios, es un cantante ideal para la parte de Elvino, estrenada en 1831 por Giambattista Rubini, un antecesor ilustre, un tipo de tenor contraltino como lo es el suramericano. Una voz clara y argéntea, capaz para las expresiones más dulces, para el canto florido y para la fácil coloratura; aunque en la emisión de éste el falsete no tiene mucho campo. La acción, bien que simplista e incluso simplona de La sonnambula, sigue un curso moroso y elegante en el que los sencillos sentimientos quedan a flor de piel en virtud de una música que es todo delicadeza, suavidad, gracia. Lo que sucede no nos preocupa demasiado, nos sentimos envueltos, embargados en una progresión de hechos y en unos escenarios que se nos antojan irreales, como provenientes de otro mundo, el de los seres sin dobleces, de las almas puras. "El estilo poco variado -decía Pietro Scudo, excelente juez de la música italiana, en una de sus famosas Críticas musicales-, y de un carácter más elegíaco que verdaderamente dramático, se distingue por una declamación sobria, contenida, en la cual circula una emoción sincera por medio de cantos poco desarrollados y que carecen del esplendor brillante de los de Rossini, pero que conmueven profundamente, porque son emanación real del alma y no producto del artificio".
Si la música de Rossini tenía como fuerza central el ritmo y la alegría física del sonido, en Bellini el centro se sitúa en esa melodía, su principal arma, su activo más poderoso; aunque con frecuencia sea demasiado regular, muchas veces simétrica. Pero, cómo no extasiarse ante el estático discurrir -valga la paradoja- de un canto elegíaco como el que enuncia Elvino a la hora de entregar a Amina el anillo de compromiso. Ese Prendi, l'anel ti dono nos suena a música celestial y va mucho más allá de la realidad. O, mejor dicho, es una realidad distinta: la de las emociones en estado puro, sin gangas ni adherencias; sólo la voz, una línea melódica y un discreto acompañamiento orquestal.
No estará, como decimos, Damrau, pero tiene una aceptable suplente, a quien se ha podido echar el lazo: la italiana Patrizia Ciofi, ya conocida en el Teatro de Las Ramblas, en donde hace dos años estuvo precisamente al lado del peruano para La hija del regimiento de Donizetti. No tiene su voz el timbre satinado, luminoso y corpuscular, ni la insolente facilidad para el sobreagudo de la germana, pero es soprano -lírica en todo caso- aplicada y profesional. Se alterna con otra cantante muy proba, Annick Massis. Lo mismo que Flórez se intercambia con Celso Albelo, cada vez más asentado.
El Conde Rodolfo se lo reparten dos buenos bajos-cantantes líricos: Nicola Ulivieri y Michele Pertusi. Completan el elenco Eleonora Buratto y Sabina Puértolas -sobradas para el papel de Lisa-, Gemma Coma-Alabert, Alex Sanmartí y Jordi Casanova. El foso está a cargo del solvente, aunque no siempre sugerente y cuidadoso, Daniel Oren. La dirección de escena, la escenografía y la iluminación son cosa de Marco Arturo Marelli, que ha preparado un producción colorista, con decorados corpóreos y una moderna concepción teatral.