El año Verdi ya ha pasado, pero el compositor de Busseto sigue siendo un nombre imprescindible en cualquier programación operística de cualquier latitud y época. Así que no es de extrañar que el Cervantes de Málaga y el Principal de Palma apuesten por llevar de nuevo títulos señeros del músico a sus escenarios. El primero pone en pie una producción de Il trovatore que está girando desde hace meses a lo largo y ancho de la península y que se estrenó en Sevilla. Se trata de la ideada por Ignacio García, que ha sabido levantar, con pocos medios y una escenografía bastante sencilla, todo el turbulento y oscuro romanticismo que anida en la tragedia salida de la pluma de García Gutiérrez, transformada en libreto por Cammarano y Bardare y que Verdi supo trasladar a unos pentagramas que abrieron la puerta a un nuevo lenguaje en el que las pasiones restallan a cada compás. Una sucesión imparable de números musicales nos envuelve en la magia de una acción tan variada como improbable.



Un equipo de jóvenes cantantes hispanos se enfrenta a los muy difíciles cometidos protagonistas. Manrico es el tenor lírico-spinto Andrés Veramendi, Leonora la soprano lírica -antes mezzo- Lola Casariego, el Conde de Luna el barítono lírico, bien coloreado, Arturo Pastor, Azucena la potente y prometedora mezzo Mali Corbacho y Ferrando el bajo de la tierra Ángel Jiménez. El avezado Miquel Ortega, práctico concertador, se sitúa en el foso. También jóvenes, y en su mayoría españoles, son los que visten las a veces desenfocadas figuras de Rigoletto, un melodrama de rara perfección, enjuto y conciso, cuya elocuente música circula sobre un magnífico libreto de Piave, extraído de El rey se divierte de Victor Hugo. Citemos en primer lugar al tenor José Bros, un Duca con prestancia y línea, de voz no muy rica de lírico-ligero, pero de intachable musicalidad. Después al barítono mexicano Genaro Sulvarán, espeso y engolado, artista de gran prestancia, y a la soprano del terruño María Planas, ágil, liviana y entusiasta, algo falta de carácter y de color, que se enfrenta a una parte tan ardua como la de Gilda, que quizá requiera un mayor caudal para encontrar su auténtica entidad. La producción, del Villamarta de Jerez, lleva la firma del solvente regista Francisco López, hombre siempre creativo; a veces en exceso. En el foso, un director de la localidad, José María Moreno, triunfador ya en otros empeños importantes.