Riccardo Muti. Foto: Silvia Lelli.
El director italiano recala en España para afrontar dos compromisos de altura. El sábado 12 oficiará en la Catedral de Toledo y el lunes 14 desembarcará en el Teatro Real. En ambas citas acometerá el Requiem de Verdi. Una partitura a su juicio maltratada en los últimos años. Defiende una interpretación más acorde a su esencia religiosa, lejos de la ostentación dramática. Su visita tiene el interés añadido de que sus cómplices serán los músicos de la Sinfónica de Madrid.
Se concedió una excepción con la Orquesta del Liceo en 1999. Y no tanto por razones artísticas como por motivos solidarios. Se trataba de recaudar fondos para el telón del teatro barcelonés después del incendio, así es que Riccardo Muti se avino a participar en un concierto corporativo.
Vienen a cuento los antecedentes porque tanto el uno como el otro añaden interés al debut absoluto de Riccardo Muti con la Sinfónica de Madrid, orquesta titular del Teatro Real y artífice de un programa dedicado al Requiem de Verdi, tanto en la catedral de Toledo (sábado 12 de abril) como en el propio coliseo operístico (lunes 14 de abril). Muti lo ha frecuentado, el Real, a propósito de Mercadante (I due Figaro) y de Donizetti (Don Pasquale), pero en ambas ocasiones recurrió a la Orquesta Cherubini. Igual que antes había recurrido a las de Filadelfia, Chicago, la Scala y Radio de Baviera, todas ellas conectadas por una intensa y prolongada relación con los auditorios y teatros españoles.
Así ensaya Riccardo Muti con la Sinfónica de Madrid para sus dos citas en España
Habría que incluir entre ellos al Campoamor de Oviedo, pues fue allí donde Muti recibió en octubre de 2001 el Príncipe de Asturias de las Artes, redudando en una afinidad arraigada en la "napolitaneidad" y al cabo tan elocuente como la que el propio maestro mantiene con Giuseppe Verdi en cuanto sumo sacerdote absoluto y bastión resistente de la ortodoxia.
Sostiene Muti que nunca como ahora se ha interpretado tanto a Verdi... y tan mal. Quiere decirse que hemos celebrado el centenario del compositor desde la abundancia, pero no desde el escrúpulo ni desde el criterio. Menos aún cuando está en juego el gran malentendido del Requiem.
"El problema de la obra consiste es respetar a Verdi, sus intenciones", nos explicaba Muti hace unas semanas en Roma. "Tiende a interpretarse no como una música religiosa, sino con una sobreactuación dramática, como una ópera con texto litúrgico. La dinámica de la partitura está llena de pianísimos, pero el hecho es que prepondera en las interpretaciones al uso una vocalidad exagerada, como si los cantantes no entendieran lo que están leyendo y antepusieran su lucimiento personal. ¿Cómo es posible que el tenor se ponga a vociferar ‘Señor ten piedad de mí' en el inicio del Kyrie? Verdi pide recogimiento, no lo contrario. Pide humildad. Trato como director de acercarme a la idea de Verdi. No se trata de una función de Aida, pero ocurre que los así llamados melómanos quieren un espectáculo operístico".
No se lo va a proporcionar Muti. A cambio, propone una lectura en claroscuro y hasta una concepción metafísica de la partitura, por mucho que Verdi mantuviera muchas dudas con la fe. "El mensaje de Verdi", añade el propio maestro napolitano, "radica en animarnos a encontrar el secreto de la música no detrás de las notas, sino a través de las notas. Si ves la nota, no ves nada, pero si la atraviesas encontraras el infinito".
Riccardo Muti ha cruzado el umbral de los 70 años. Lo contradicen su aspecto de cincuentón presumido y la escasez de canas en su melena de diseño. También lo desmienten su capacidad de trabajo y su vitalidad. Mantiene la tutela de la joven Orquesta Cherubini, conserva su relación privilegiada con la Filarmónica de Viena y se ha atrevido a refundar la Ópera de Roma en tiempos de restricciones financieras.
Apuesta por roma
No parecen haberle escarmentado las presiones administrativas, políticas y sindicales que precipitaron su dimisión de La Scala en 2005, aunque exige todas las garantías y todas las evidencias para convertir el Teatro Costanzi en un espacio digno de la capitalidad italiana.El éxito reciente de Manon Lescaut con la Netrebko demuestra que Roma es una de sus ocupaciones recurrentes, pero no la más importante puesto que persevera como titular de la Orquesta Sinfónica de Chicago. Opuso algunas dudas antes de avenirse a una segunda experiencia norteamericana. De hecho, el maestro italiano rechazó la oferta de suceder a Lorin Maazel al frente de la Orquesta Filarmónica de Nueva York. Prefería disfrutar de un periodo de director freelance y esperaba, al mismo tiempo, una titularidad de mayor envergadura. Chicago responde al esquema y a la altura de Riccardo Muti. Puede considerarse la mejor orquesta americana -Boston, Cleveland y Filadelfia están al acecho- y puede decirse que al sucesor de Daniel Barenboim en las aguas del lago Michigan le han dado todas las garantías artísticas y económicas.
Es así como Muti emprende una nueva etapa en Estados Unidos, habiendo resuelto incluso la deuda pendiente con la platea del Metropolitan. Nunca había dirigido en el templo neoyorquino hasta que lo hizo en febrero de 2010. Tuvo libertad para elegir el compositor -Verdi, su favorito-, la ópera (Attila) y el reparto. También influyó en los aspectos escénicos, cansado como está de la prevaricación dramatúrgica.
"Me gustaría que la ópera volviera a ser lo que fue en su naturaleza cultural, lejos del exhibicionismo y la frivolidad. Vivimos unos tiempos en los que la superficialidad y la imagen han devorado la reflexión. Cada vez vemos más y escuchamos menos. Incluso cuando estamos en una ópera, la música adquiere el valor de una banda sonora más o menos marginal".
Tiene fama de conservador sin demasiadas razones. Y tiene fama de emplearse en un repertorio reducido aún con menos motivos. Los años han aportado a Muti una mente más abierta, un horizonte más vasto -de Claudio Monteverdi a György Kurtag- y un compromiso social. Especialmente cuando tuvo ocasión de interpretar un concierto de piano en la prisión de Bollate, en Lombardía. Un recluso le remitió una carta "sobrecogedora" sugiriéndole la posibilidad de hacer música para los presos.
El maestro aceptó y ha convertido aquella experiencia en una especie de precedente y de misión. "Lo que hayáis podido leer de mí -dijo a los reclusos- es falso. No soy ni distante ni superior. Como tampoco la música clásica está reservada a una élite. No hay que ser un intelectual para escucharla. Sólo creo en la aristocracia del alma".