David Afkham. Foto: F. Marcos.

El nuevo director de la Orquesta Nacional vuelve a Madrid. Esta vez de la mano de Ibermúsica y al frente de la Joven Orquesta Gustav Mahler, con dos programas de alto voltaje que incluyen a Wagner, Berg, Richard Strauss, Bruckner y Mahler. El colorido exquisito y la sutileza rítmica, junto a su concepción de la sinfonía, seria, clásica y de largo aliento, son algunas de la virtudes que despliega desde el podio.

Son ya numerosas las visitas que David Afkham (Freiburg im Bresgau, 1983) ha rendido a Madrid. Abortado en principio su nombramiento como titular de la ONE, las sigilosas gestiones del actual gerente, Félix Alcaraz, que retomaba la iniciativa de su antecesor, Ramón Puchades y de Josep Pons, pudieron lograr al fin su contratación. Hasta la temporada próxima no ocupará realmente el cargo. Pero ya sabemos quién es y qué codigos artísticos cultiva puesto que ha actuado ya en el podio de la formación madrileña y se ha puesto al frente de alguna que otra foránea, que es lo que va a suceder de nuevo en esta ocasión, en la que, por partida doble, los días 22 y 23 de este mes, va a dirigir a la Joven Orquesta Gustav Mahler.



Con esta agrupación ya actuó en Madrid. Fue justamente hace un par de años y pudimos comprobar entonces, cuando aún no se había hecho oficial su designación, cuál era la madera de la que estaba formado y que habíamos columbrado en previas singladuras. La Sinfonía Leningrado de Shostakovich, una partitura que mamó directamente de Gergiev, con quien había colaborado asiduamente, fue expuesta en un estilo diferente al ostentado por el gran director ruso: en vez de con nervuda vibración, con clara y lógica exposición; en lugar de exasperado dramatismo, meridiana construcción y adecuada sucesión de acontecimientos.



Afkham, sin un gesto de más, hizo sonar brillantemente a la Joven Orquesta Gustav Mahler, constituida por un centenar de muchachos de ambos sexos, entusiastas y virtuosos. La batuta supo regular muy bien el largo crescendo del primer y repetitivo movimiento, y llevarlo a un fortísimo impresionante, abierto al desgarrado drama. El fantasmal Scherzo, el desolado Adagio y el convulso Final encontraron en la juvenil interpretación su debida referencia; aun sin la pátina trágica de batutas más formadas.



A este treintañero le quedan muchas etapas que recorrer en la vida. Tiempo tendrá de forjarse y foguearse, de alcanzar una madurez que sin duda será plena. Lo podremos ir viendo en sus futuras prestaciones con la ONE. Y lo apreciaremos en estos dos inmediatos conciertos de Ibermúsica, en los que ofrece programas de alto voltaje. El día 22 se sitúan en atriles el preludio del tercer acto y los Encantos de Viernes Santo de Parsifal de Wagner, Siete Canciones de juventud de Berg y la Sinfonía n° 4 de Mahler, obras las dos últimas en las que colabora la muy tierna soprano lírico-ligera Christiane Karg. El 23 es el turno nuevamente de una obra de Berg, en este caso Tres piezas para orquesta, y de otra composición vocal, asimismo liederística, las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss, donde cantará la norteamericana Emily Magee, voz lírica de cierto fuste. La sesión se remata con la Sinfonía n° 7 de Bruckner. Curiosamente, esas dos últimas partituras aparecían ya en el concierto que dirigió a la ONE en mayo de 2013. Su concepción de la sinfonía, y así habrá de ser, lógicamente, en esta ocasión, fue seria, clásica, de amplio aliento, dentro de la tradición más acrisolada; aunque faltaran aún, naturalmente, detalles: reguladores, trabajo de las progresiones en las codas, diálogos más depurados, subrayado de los contrapuntos más relevantes... Pero aplicó matices y coloreó adecuadamente los lieder del creador bávaro, cantados esos días por una estimable aunque indispuesta Anne Schwanewilms. A Afkham lo hemos de ver sin duda crecer ante nuestros ojos y profundizar en sus ya firmes criterios. Posee un gesto muelle, fácil, claro, abarcador, elegante y una rara capacidad para regular con facilidad las dinámicas y establecer un ritmo de base con la pericia de los maestros pertenecientes a su rica tradición, en la que, evidentemente, ha bebido. De la misma manera que ha heredado ciertas características artísticas y la sobriedad definitorias de un maestro como Bernard Haitink, con el que también ha trabajado.



El mando seguro, el hacer música con naturalidad, la facilidad para buscar y lograr refinamientos tímbricos inesperados, son otras de las virtudes del talentoso director, que tuvimos asimismo oportunidad de apreciar en su más reciente actuación en Madrid, al frente de la que será su orquesta. Le escuchamos una Primera Sinfonía de Mahler verdaderamente magnífica; por sentido de la construcción, dominio del legato, empleo del glisando y control de las progresiones. El toque grotesco o irónico, la mala uva habrán de venir con el tiempo. Encontró el colorido exquisito y la sutileza rítmica de las Cinco piezas para orquesta de Schönberg, lo que no es ninguna tontería considerando lo poco acostumbrado que está el conjunto capitalino a tocar este tipo de músicas.