Tamara Rojo y Fernando Bufalá bailan Le Corsaire.

The English National Ballet desembarca en los Teatros del Canal con Le Corsaire, coreografía inspirada en un poema épico de Byron. La bailarina y directora artística de la compañía británica detalla a El Cultural las claves de esta superproducción, que concilia clasicismo y modernidad.

En agosto de 2012 Tamara Rojo (Montreal, 1974) tomó posesión de la dirección artística del English National Ballet (ENB). Una responsabilidad que implicaba una dolorosa renuncia: debía dejar el Royal Ballet, en el que ostentaba el rango de primera bailarina. Podría haber exprimido esa privilegiada posición, inmejorable para el lucimiento en los escenarios de mayor postín internacional. Pero era imposible obviar la llamada de John Talbot, presidente del ENB. En esta formación se empezó a foguear en las Islas Británicas, con tan sólo 23 años. El vínculo emocional con la que fue su casa en sus primeros pasos como inmigrante del ballet le tiraba mucho. Además, desde hacía tiempo se venía preparando para asumir compromisos en el terreno de la gestión cultural. Completó un máster de Artes Escénicas, frecuentó los cursillos del programa DanceEast Rural Retreats y se convirtió, a lo largo de una temporada, en la sombra de Karen Kein, directora de The National Ballet of Canada. Estaba claro que veía su futuro más allá de las tablas. De momento, concilia los escenarios con los despachos, los ensayos con las reuniones. Una bipolaridad frenética con horizonte limitado aunque impreciso. "No me he puesto fecha pero sí vislumbro una retirada paulatina que compaginaré con la promoción de nuevos talentos", confiesa a El Cultural.



Poco a poco ha ido tomando las riendas del ENB, con una idea rectora en su cabeza: renovar coreografías clásicas con el objetivo de ganarse para la causa del ballet nuevos adeptos. La producción de Le Corsaire, con un coste de casi un millón de euros, fue la carta de presentación con la que asentó sus reales en la compañía británica. Ahora la trae al Canal, entre el 24 y el 27 de abril, en mitad de una desaforada expectación que ha dejado sin papel la taquilla del teatro madrileño, algo que le reafirma en su apuesta: "Es muy estimulante y, al mismo tiempo, nos obliga a no defraudar. Quizá también pueda ser una pista sobre las demandas del público de danza".



"Escogí Le Corsaire por ser uno de los ballets clásicos poco conocido por el público inglés, al no haberse incluido nunca dentro del repertorio de ninguna de sus compañías. También porque la historia está basada en uno de los poemas más famosos de Lord Byron", explica. La bailarina española encarna a la bella esclava Medora, enclaustrada en el harén de un cruel pachá otomano. De allí la libera Conrad, pirata de modales donjuanescos que queda prendado de sus encantos. La trama discurre conforme a los códigos de la narrativa de aventuras y romántica, salpimentada con latitudes exóticas, motines resueltos a espadazos, fugas a toda vela, temporales en alta mar, naufragios... La imponente suma de esterlinas invertida eleva la espectacularidad del montaje. El vestuario y la escenografía llevan la firma de Bob Ringwood, con un extenso currículo en superproducciones de Hollywood: Batman, Alien 3, Star Trek Nemesis y Troya.



La coreografía sobre la que ha trabajado Tamara Rojo y su equipo es la que el mítico Marius Petipa confeccionó, a mediados del siglo XIX, para el Ballet Imperial de San Petersburgo. Alcanzó una gran popularidad, en concreto algunos pasajes, que suelen exhibirse independientemente (Le Corsaire pas a deux es una escala inexcusable al repasar la historia del ballet clásico). El English National Ballet no quería trocearla sino abordarla de cabo a rabo. Eso sí, bajo un prisma contemporáneo. La encargada de darle unas pinceladas de modernidad fue Anna-Marie Holmes. "Ya la había adaptado para el American Ballet Theatre hace unos años sobre la base de la versión de Sergeyev de 1973. Pero esta vez nos sentíamos obligados a mejorar la comprensión de la trama, dado el gran arraigo teatral del público británico".



Esta fórmula híbrida ambiciona movilizar a un público heterogéneo, no condicionado por las fronteras entre el ballet clásico y la danza contemporánea. Tamara Rojo les hace así un guiño a ambos sectores, para que confluyan sin prejuicios en las butacas del teatro. "Lo quiero todo, siempre", sentencia risueña. La alternancia está siendo una constante a lo largo de su legislatura al frente del ENB. Al clasicismo remozado de Le Corsaire y Coppelia le ha sucedido un rompedor espectáculo conmemorativo de la I Guerra Mundial, Lest we forget, en el que ha echado mano de algunas de la principales figuras de la danza en Reino Unido, como Akram Khan, al que pronto veremos también sobre las tablas del Canal, en comandita con nuestro bailaor flamenco más heterodoxo: Israel Galván.



Para armar estos costosos proyectos cuenta con un buen pellizco del presupuesto cultural del Reino Unido. Aunque apenas recién llegada a su nuevo cargo se topó con la tijera recortadora de la política. "Sí, la crisis nos ha reducido la subvención aunque parece que para los próximos años no habrá recortes e incluso podríamos tener un pequeño incremento. Nuestros recursos provienen de la subvención pública, del patrocinio, del mecenazgo y de la taquilla. Esta última es fundamental para nosotros. Estamos tratando de incrementar el número de funciones y la promoción de los espectáculos. Gracias, además, a dos mecenas hemos conseguido mejorar nuestras instalaciones de fisioterapia y fitness".



Con su tenacidad proverbial está recuperándose del revés. Tras comunicarle la decisión de jibarizar la ayuda económica de su formación, a Tamara Rojo le sobrevolaron algunos fantasmas de la tierra que dejó hace 16 años, donde la industria escénica se halla a punto de entrar en coma. Desde su experiencia británica lanza una sugerencia a España: "Soy defensora de la filosofía de los Consejos de las Artes anglosajones y escandinavos por su independencia respecto al poder político y los grupos de presión corporativos. Este sistema integra y focaliza la inmensa mayoría de los recursos públicos, evita la dispersión y reduce la burocracia, aunque como asignatura pendiente tiene una mayor integración de las organizaciones civiles". Y precisa la visión que tiene de la clase política de su país de adopción: "No debemos generalizar. Entre los responsable públicos ingleses hay muy buenos aficionados al ballet y algún ministro de Su Majestad es un espectador habitual de nuestros espectáculos. El problema es que hay otros, con bastante poder, que desconocen por completo las virtudes de la danza y la encasillan en el apartado del ocio banal. Que estén equivocados no quiere decir que no podamos hacérselo saber. Nuestra tarea, de hecho, es dejarlos en evidencia".