Untold, uno de los más imaginativos y pulcros diseñadores recientes de dubstep y electrónica funcional para bailar, salta al fango de la creación pura y entrega un LP de techno tan inclasificable como nutriente que propulsa al género en nuevas direcciones.

Black Light Spiral es una de esas obras que ocultan generosamente su premio, que dejan atrás cualquier tentativa de ser reconocidas y consumidas rápidamente, en pos de reunirse con su oyente en un contacto más profundo e intenso. Lo que de entrada transmiten sus shocks de brutalismo rítmico-sonoro es estar junto a un seguro agresor del que se desconoce el peligro exacto. Pero, pese a su reflujo punk, el discurso de Untold no es de destrucción, al menos no sólo. Tiene algo de declaración de principios, algo de reto y otro poco de aspiración a alcanzar luz. Estas ocho construcciones del londinense impactan de modo parecido a la primera vez que uno escucha a Throbbing Gristle. O, por no irse tan lejos, a algunas de las canciones más inclementes de los dos primeros discos de The Velvet Underground, o de cualquiera de los que tomaron la vía de la violencia del crepitar del mundo urbano e industrial como manifestación de un antagonismo y de cierta forma de iniciación a los misterios de la percepción extendida. Así, tras haber publicado desde 2008 todos esos singles y Eps desperdigados de música de baile altamente depurada (y sin duda creativa), el material que Jack Dunning ha elegido para su álbum de debut como Untold se parece más al poso de una catarsis largamente amasada por un individuo o un momento de la Historia.



Inicialmente, Black Light Spiral se percibe en los oídos. Su combinación de ruidos más o menos reconocibles pero poco eufónicos (sirenas y alarmas, campanas, crepitares, descargas, señales de radar, chasquidos, mecanismos, estática, fluidos y gases moviéndose, blips, susurros o gritos, halos al revés) parece una abrasiva danza de frecuencias muy graves y altas colapsando y distorsionando. Intonarumori sobre ritmos de metrónomos torcidos, el artilugio parece blindado e incomprensible: "¿Cómo funciona esto, para qué sirve?" De todas formas, sucede que aunque cuesta superar la primera sensación de peligro, no es impensable que el curioso lo haga. Y es que la mordedura de esa sierpe espiral de luz negra podría transmitir la necesidad de regresar a su lado, a sentir su extrañeza, su código de maquinaria a punto de estallar en un calor y humedad extremos. A quien esto firma le costó más de un mes de atracción-repulsión, escuchas a medias, pegar furtivamente la oreja a la rendija e ir apartándose cada vez un poco menos. Luego no hubo cura.



Decimos que si se tiene igual generosidad hacia los ocho cortes que aquélla con la que fueron creados, el paisaje empieza a resultar delicado y preciso, espléndido y hasta acogedor, y uno se siente poco a poco explorador de un fosforescente mundo ignoto lleno de vida. A medida que se entra en el disco, se descubren sus escondrijos, pasadizos y secretos. Cuando quieres darte cuenta se ha convertido en una puerta de acceso. Entonces el cuerpo se ha acompasado a los quiebros, estacazos y estallidos, y la mente entra en cierta longitud de onda consonante. Finalmente, como en una visión desde una esfera distinta, aparecen también más claras ciertas continuidades con los parámetros de la escena de la que proviene esta música. Estamos ante un flamante vehículo que nos conduce, un paso más allá de lo que últimamente han hecho artistas como The Haxan Cloak o Perc, a un campo expandido del techno y el dubstep. Enfebrecido, Jack Dunning juega con los ritmos, bajos y drops como si fuera un gato con un gorrión ya tocado pero aún vivo. Firma uno de esos discos que harán crujir articulaciones y segregar glándulas de los más inquietos creadores de la música electrónica actual.

Otras apuestas

Carla Bozulich/Boy. La rara avis de L.A. firma un gran álbum con nombre propio. Guitarras cual amasijos de hierro, batería apaleando avisperos en fábricas hundidas, bajo rajado desenredando una madeja, ecos como átomos desprendiéndose y en medio, su voz de sacerdotisa. Blues (góspel-funk-soul) en trance paranoide y al encuentro con algo antiguo, eslavo, celta, hebraico.



Mac Demarco/Salad Days. Para desengrasar va de miedo esta colección de alhajas pop. El canadiense Mac DeMarco se adelanta con gracia a un posible revival de la canción melódica de los años 40-50 y, junto a soul blanco, lo pasa por cierta ingenuidad lo-fi del indie de los 80 y 90, logrando no perder un sello personal merced a su naturalidad y ciencia de la melodía.