Diego Matheuz. Foto: Nohely Oliveros.

El joven director venezolano, uno de los representantes más cotizados del Sistema Abreu, llega a España para ponerse al fente de la Orquesta Nacional desde el 9 al 11 de mayo, con Beethoven, Ginastera y Chaikovski en atriles.

Mucho hay que agradecer a la labor del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, presidido por José Antonio Abreu. De ese hontanar, que hace que la música se extienda a miles de alumnos, han salido auténticos talentos. Hoy en día conocemos entre ellos, sobre todo, al director Gustavo Dudamel. En la misma estela, tras su trabajo como violinista en la Orquesta Simón Bolívar, se ha situado Diego Matheuz, que a sus 30 años es ya titular del Teatro de La Fenice de Venecia y que ha sido nombrado principal invitado de la Sinfónica de Melbourne. En octubre de 2010, Matheuz hizo su debut profesional como director de ópera dirigiendo Rigoletto en el Teatro veneciano con la Orquesta Mozart. Luego de su nombramiento como director principal, gobernó dos óperas y varios conciertos en la ciudad de los canales, así como producciones de La traviata y La bohème. El 1 de enero de 2012 dirigió desde La Fenice el prestigioso Concierto de Año Nuevo transmitido en directo por RAI televisión.



Al contrario que Dudamel, el joven Matheuz parece tener una mayor querencia hacia el mundo de la ópera, en el que ha cosechado ya importantes logros. Se sirve de una técnica emparentada con la de su colega y que ha trabajado asimismo con Claudio Abbado, que tanto quiso y alabó las iniciativas de Abreu. Parte de unos brazos amplios y elegantes, de una manera de batir fulmínea, que recuerda no poco la del maestro recientemente fallecido, y de un estudio muy concienzudo, raro para su edad, de los tempi, nunca atropellados y siempre muy medidos. Ha aprendido a establecer el necesario diálogo foso-escena. Es noticia este tierno pero ya firme director, porque hoy, el sábado y el domingo se sitúa en el podio de la Orquesta Nacional para dirigir un muy bello programa, que incluye la hermosísima Sinfonía concertante de Mozart, Danzas del ballet Estancia de Ginastera y la Cuarta Sinfonía de Chaikovski, compositor del cual ha dirigido hace poco un ciclo en Venecia.



Las melodías envolventes, la excitante, sensual y suntuosa orquestación, el fatum que recorre la dramática e impulsiva obra del músico ruso, con esa puntual y obsesiva llamada del destino ubicada en los momentos estratégicos, en los ápices más expresivos, requieren sin duda una mano segura y un especial sentido constructivo. Lo mismo que los ostinati del ballet de Ginastera piden un control riguroso del ritmo. En la composición mozartiana, de una belleza melódica extraordinaria, son importantes los claroscuros, que nos llevan del matizado dramatismo del segundo movimiento a la luz radiante del tercero. Son sólidos solistas el concertino de la ONE, Mauro Rossi, y la primera viola de la formación, Cristina Pozas.