Diego Matheuz. Foto: Nohely Oliveros.
El joven director venezolano, uno de los representantes más cotizados del Sistema Abreu, llega a España para ponerse al fente de la Orquesta Nacional desde el 9 al 11 de mayo, con Beethoven, Ginastera y Chaikovski en atriles.
Al contrario que Dudamel, el joven Matheuz parece tener una mayor querencia hacia el mundo de la ópera, en el que ha cosechado ya importantes logros. Se sirve de una técnica emparentada con la de su colega y que ha trabajado asimismo con Claudio Abbado, que tanto quiso y alabó las iniciativas de Abreu. Parte de unos brazos amplios y elegantes, de una manera de batir fulmínea, que recuerda no poco la del maestro recientemente fallecido, y de un estudio muy concienzudo, raro para su edad, de los tempi, nunca atropellados y siempre muy medidos. Ha aprendido a establecer el necesario diálogo foso-escena. Es noticia este tierno pero ya firme director, porque hoy, el sábado y el domingo se sitúa en el podio de la Orquesta Nacional para dirigir un muy bello programa, que incluye la hermosísima Sinfonía concertante de Mozart, Danzas del ballet Estancia de Ginastera y la Cuarta Sinfonía de Chaikovski, compositor del cual ha dirigido hace poco un ciclo en Venecia.
Las melodías envolventes, la excitante, sensual y suntuosa orquestación, el fatum que recorre la dramática e impulsiva obra del músico ruso, con esa puntual y obsesiva llamada del destino ubicada en los momentos estratégicos, en los ápices más expresivos, requieren sin duda una mano segura y un especial sentido constructivo. Lo mismo que los ostinati del ballet de Ginastera piden un control riguroso del ritmo. En la composición mozartiana, de una belleza melódica extraordinaria, son importantes los claroscuros, que nos llevan del matizado dramatismo del segundo movimiento a la luz radiante del tercero. Son sólidos solistas el concertino de la ONE, Mauro Rossi, y la primera viola de la formación, Cristina Pozas.