Toni Servillo. Foto: Fabio Esposito.

El actor italiano llega al Festival de Otoño a Primavera (Teatros del Canal) tras el éxito de La gran belleza de Sorrentino. Dirige y protagoniza Le voci di dentro, el título más amargo de Eduardo de Filippo. Antes de poner pie en España, disecciona para El Cultural la obra del dramaturgo napolitano, repasa su carrera apegada a las tablas y analiza la convulsa política italiana.

El desencanto cínico de Jep Gambardella, ese bohemio a la deriva en la Roma kitsch y caníbal de La gran belleza, ha calado bien hondo en el subconsciente colectivo contemporáneo. Muchos han visto reflejada su desesperanza en la cara de Toni Servillo (Afragola, 1959). Pero el actor italiano marca distancias con su personaje. Inmediatamente después de recoger el Oscar en Hoollywood, estaba de nuevo en pie sobre el escenario. La gira mundial de Le voci di dentro con su compañía Teatro Uniti di Napoli andaba en marcha y para él, comprometido hasta la médula con las tablas, la anhelada estatuilla no era excusa de peso para suspender ninguna función. Ahora hace escala en los Teatros del Canal, del 15 al 18 mayo. Aviso: es un espectáculo verle salmodiar en napolitano el texto del maestro De Filippo.



-Le voci di dentro es una de las obras más amargas. ¿Cuál es su importancia dentro de su extensísima obra dramática?

-Eduardo lanza un grito de alarma contra la posibilidad de que un acto delictivo termine legitimándose al convertirse en una costumbre. Formalmente, es también muy interesante. La escribió en un arrebato creativo, en apenas unos pocos días. Quizá por eso no cuajó un texto impecable pero le imprimió una espontaneidad brutal, hasta el punto de que el público tiene la ilusión de que lo que ve en el escenario está ocurriendo de verdad en ese preciso instante, ante sus ojos. Es una pieza magnética.



De Filippo la firmó en 1948, recién terminada la II Guerra Mundial. De ahí es muy probable que venga tanto pesimismo. Servillo no lo duda: "Seguro. Europa e Italia eran una escombrera en la posguerra. Ese derrumbe material tuvo su correlación en el plano moral. Corrupción, falta de fe en los demás, fango, manipulación del lenguaje... Todas esas lacras eran entonces moneda común, como ocurre hoy".



El actor italiano tiene en un altar a su paisano. Afirma de entrada que es el último representante de la dramaturgia popular: "Era autor, director y actor de sus propias obras. Saciaba la necesidad de la gente de reflejarse en un universo dramático. Creó un vínculo total con su público, renovado cada año con la entrega de una nueva obra que les ofrecía algunas claves para continuar sus vidas. De Filippo conseguía lo que el buen teatro debe conseguir: caldear el corazón e iluminar el pensamiento". Y remacha su loa diciendo que fue el mejor actor del siglo XX, que ya es decir: "Bueno, también lo decían Laurence Olivier y Orson Welles, así que estoy en muy buena compañía dentro de esta opinión".



-De Filippo aseguraba que sus textos podían traducirse a cualquier lengua salvo al italiano.

-[Risas] Es patrimonio nacional. Todos los italianos lo entienden perfectamente porque su dialecto no es cerrado: es un continuo viaje de ida y vuelta entre el napolitano y el italiano. La importancia de la lengua dialectal es su apego a la sabiduría popular, su naturaleza cálida y maternal, que liga a las personas que lo dominan con su experiencia cotidiana. Y ese sustrato es el que lo conecta también con el público extranjero, que, sin entenderlo, puede apreciar su verdad, inexistente en los lenguajes estandarizados.



"Como decía Marlon Brando, el cine es de los directores, el teatro de los actores y la televisión de los residuos"





-Se le suele considerar un autor de la escuela pirandelliana pero ¿hasta qué punto llega esa influencia en su dramaturgia?

-El teatro de Pirandello, a veces, queda confinado en una dimensión metafísica, haciendo de sus personajes unos maniquíes como los pintados por De Chirico. De Filippo también participa del juego del teatro dentro del teatro, pero su escritura proviene de la Comedia del arte, pasa por Molière y Goldoni hasta llegar a nosotros con el placer de la inmediatez expresiva.



-El estreno de Le voci de dentro coincide en España con el de Viva la libertad, su última película, dirigida por Roberto Andó.

-Es una feliz coincidencia. La película ha impactado mucho en Italia. Es una fábula política ligera pero encubre grandes cargas de profundidad.



-¿Cambia mucho su manera de trabajar dependiendo si lo hace para cine o teatro?

-En teatro la relación con tu personaje es muy íntima. A veces debes convivir con él durante varios años, en cientos de actuaciones y giras larguísimas. En el teatro el actor tiene un mayor control: él es el responsable de incrustar el texto en el corazón del espectador. En el cine su papel es más modesto: con su talento y su personalidad el intérprete puede a lo sumo iluminar un parte de la película. Como decía Marlon Brando, el cine es de los directores, el teatro de los actores y la televisión de los residuos [risas].



-¿Usted vive en Roma? Se lo pregunto por saber si la mira con los mismos ojos que Jep Gambardella.

-Tengo un pequeño apartamento pero no vivo allí; vivo todavía en Caserta, muy cerca de Nápoles, que es donde trabajo con mi compañía, pero entiendo que algunos romanos puedan acabar mirando su maravillosa ciudad como él, porque a veces consigue abocarte a una inercia de aburrimiento y a una sensación de vacío, de que todo es inútil. Yo no me identifico con Gambardella, me he limitado a encarnar a ese cínico sentimental desesperanzado.



-¿Es Italia el país con más jeps gambardellas del mundo?

-No. En Italia mucha gente se despierta temprano para trabajar y se sacrifica para llegar a fin de mes.



-¿Después de meterse en la piel de Andreotti, lo haría en la de Berlusconi?

-Hice Il divo porque me atrajo la idea de bucear en el lado más enigmático de este político con tanto poder. A Berlusconi lo debería interpretar un actor joven de hoy, pero dentro de unos años, cuando lo podamos enfocar con perspectiva. Ahora todavía está muy presente en la vida de los italianos.



-¿Tiene alguna fe en Renzi, recién llegado al Palacio Chigi?

-Yo no creo en los hombres de la Providencia. Habrá que ver si tantas ambiciones se plasman luego en resultados concretos. No soy de los que se ponen a criticar a las primeras de cambio. Hay que darle tiempo.



-¿Y en Italia?

-Toda. Si no la tuviese, esta tarde no me subiría al escenario a hacer mi trabajo. Es un país con una tremenda fuerza creativa pero taponada por la corrupción. Levantaremos la cabeza, seguro.