Omer Meir Wellber delante de la Semperoper de Dresde © Felix Broede

El director israelí, tras doctorarse en Glyndebourne, continúa su exhaustivo homenaje a Richard Strauss en el aniversario de su nacimiento

Tras dejar la Orquesta del Palau de las Arts (sustituyó nada menos que a Lorin Maazel en el foso valenciano) Omer Meir Wellber (Beer Sheva, 1981) ha seguido haciendo camino. Este mes de mayo el joven director israelí, aventajado alumno de Barenboim en la Scala de Milán y en la Staatsoper de Berlín, debutó en el foso del Festival de Glyndebourne. En tierras británicas esgrimió un loado Eugene Onegin con el visionario Graham Vick como director artístico. También ha tenido tiempo de homenajear como es debido a Richard Strauss con motivo del 150° aniversario de su nacimiento. Y lo ha hecho en un enclave muy straussiano: la ciudad de Dresde, donde el compositor bávaro estrenó buena parte de sus óperas. En la preciosa Semperoper, donde se da cita con El Cultural, explica su conexión emocional con Strauss sólo unas horas antes de acometer Ariadne aux Naxos, "una de sus múltiples obras maestras". En septiembre, además, regresará a las orillas del Elba para desgranar Daphne.



- ¿Cómo describiría la importancia de Strauss en la historia de la música?

- Yo apostaría a que dentro de 100 años será el único compositor del siglo XX que será interpretado por todo el mundo, porque siempre es nuevo y fresco, su sentido del drama y de la ópera es increíble. Representa la continuación de Mozart, Beethoven, Brahms, Wagner y Bruckner. Representa el último eslabón de esa cadena de talentos. Es un autor difícil para cualquier músico pero esa dificultad tiene el premio del placer, algo que no sucede con otros esfuerzos musicales. En Dresde es muy importante la conmemoración porque en cierto sentido fue su casa. Muchas de sus óperas fueron estrenadas aquí, aquí también se pueden encontrar algunas de las partituras originales de su puño y letra.



- Aquí en Dresde interpreta Ariadna en Naxos, una de sus piezas maestras.

- Lo que sucede con Strauss es que tiene muchas obras maestras: Salomé, El caballero de la rosa, Elektra... Pero para mí esta partitura es bellísima, una de las más bellas de toda la historia de la música. Queda clara su condición de genio. Yo mismo me sorprendo al dirigirla. Suena como si tuviese en el foso a doscientos músicos pero en realidad son 30. Todos los personajes aportan una visión filosófica.



- Y luego engarza con mucha habilidad la comedia con la tragedia...

- Sí, eso es muy llamativo y está muy bien planteado. Un grupo de ricos quiere amenizar una velada con dos representaciones de ópera. Una en tono cómico y otro dramático. Al final, el anfitrión decide que las dos se monten simultáneamente. Es una solución que podría darse para ahorrar costes, algo muy típico de nuestra época. Strauss prevé cómo este tipo de apreturas económicas y temporales puede determinar las formas del arte. También es una lección interesante la que nos brinda: cómo los cambios de perspectivas pueden originar invenciones deslumbrantes. Es genial su manera de jugar con la ópera dentro de la ópera.



- Algunos afirman que la ópera vive en esta época bajo la tiranía del regista... ¿También lo ve así?

- Sí, sucede algo así. Pero es algo que depende del nivel de director. Con los grandes no hay problema. Te das cuenta de que conocen a fondo las partituras, entienden de música, han profundizado en las intenciones del autor... Pero a medida que vas bajando en el escalafón las inseguridades tienden a crecer y ahí empiezan los problemas y los despropósitos. Yo, cuando algo no me cuadra, simplemente me marcho.



- Acaba de salir el DVD del montaje de la Fura que dirigió en la Arena de Verona el verano pasado...

- Fue una experiencia brutal. Son un buen ejemplo de lo que hablábamos: capaces de las locuras más imprevisibles sobre el escenario pero son flexibles y comunicativos, puedes hablar con ellos, decir ‘eh, Carlus [Padrissa], quizá esto es demasiado peligroso o va demasiado lejos', y ellos te escuchan y lo tienen en cuenta. Son una mezcla perfecta de locura y diálogo. Es algo que también nota el público, que aclamó su propuesta en Verona.



- ¿Qué recuerdos guarda de su etapa al frente de la Orquesta Sinfónica de Valencia?

- Muy buenos. La ciudad es muy interesante, pasé cuatro años allí, un tiempo muy convulso no sólo allí sino en todo el país. Pero musicalmente sólo puedo decir cosas buenas. En la última etapa llegamos a altas cotas: la Novena de Mahler, el Réquiem alemán de Brahms, Eugene Onegin de Chaikovski...



- Es embajador de Save the Children. ¿En qué medida la música puede mejorar el mundo?

- Creo que no conviene ser demasiado románticos: música es música y los problemas son los problemas. Los antibióticos son más importantes que la música, pero si después de tomar los antibióticos uno puede escuchar música pues mucho mejor. Colaboro en tareas de recaudación de fondos y en otros pequeños proyectos, como una casa de acogida para niños que deben pasar un largo tiempo convalecientes antes y después de una operación. Hemos conseguido un piano y los estudiantes de los conservatorios de música de Tel Aviv y Jerusalén vienen a dar recitales con él, una buena manera para foguearse delante del público. Son pequeñas cosas pero con efectos tangibles.



- La East Western Divan de Barenboim es quizá el gran ejemplo, ¿no?

- Sí, desde luego es un proyecto ejemplar. Es importante que músicos palestinos e israelíes se alíen con el mismo objetivo: el de hacer música. Pero más importante todavía fue la idea que tuvieron Said y Barenboim. El simple hecho tenerla supuso abrir la mente.



- Barenboim, por cierto, fue uno de sus mentores en sus comienzos. ¿Qué aprendió de él?

- Sí, es crucial para mí. Lo que más me impresionó fue comprobar que era un hombre consagrado a la música 24 horas al día. Es la primera vez que he estado al lado de alguien así. Al principio fue abrumador pero, pasado el shock inicial, empiezas a relajarte y a absorber toda su sabiduría. No dejas de aprender ni un segundo.



- ¿Ve que el conflicto araboisraelí se va encaminando hacia su solución?

- Yo veo un problema grave en la situación actual: ninguno de los bandos tienen un líder fuerte y definido. Además, la política interna de Israel creo que no va en la dirección correcta y la de los palestinos no está nada clara. Aun así soy optimista.



- ¿En el milagro de alumbrar la música cuál es el papel del director?

- Es una difícil pregunta. Creo que lo que debe hacer, que es lo que yo trato de conseguir, a veces con éxito y otras no, es que los músicos estén a su mejor altura y sean capaces de entregar algo que ni siquiera ellos pensaban que tenían dentro. Un director de orquesta es como un policía dentro de un sueño. Si consigues eso es mágico, porque es tu presencia la que desencadena la máxima destreza de cada instrumentista.