Un momento de Il barbiere en el Liceo
Vuelve este domingo (14) al Liceo Il barbiere di Siviglia, que, pese a ser silbada en su estreno romano de 1816, le dio a Rossini todas las llaves del triunfo. No es raro que El barbero se haya convertido en una obra de las preferencias de todo público, tal es la fluidez de su narración, el impulso de su ritmo, lo conciso y certero de sus armonías, lo sabio de su construcción y lo espumoso de su tratamiento vocal, con números de lucimiento para sus protagonistas.La mano musical rectora ha de estar en el secreto de ese latido y poseer la suficiente claridad para levantar ese fabuloso finale del acto primero, esa stretta maravillosa y estimulante. El encargado de modelar este monumento, esta salutífera creación, es el italiano Giuseppe Finzi, actual asistente de la Ópera de San Francisco y auténtico especialista en la materia, que tendrá a sus órdenes dos repartos alternativos. Lo más interesante será comparar a las dos jóvenes Rossinas: la italiana Annalisa Stroppa, mezzo lírica de timbre cremoso y cálido, y la georgiana Ketevan Kemoklidze, que canta también en ocasiones como soprano, de maneras más agresivas y enérgicas. Ambas son conocidas en Barcelona. La primera fue finalista en el Viñas.
Hay otros artistas de calidad, como el gran Carlos Chausson, sin duda un Bartolo de excepción, que aúna gracia y estilo, sabiduría vocal y dotes actorales. De menor entidad José Fardilha. Lozano y vivaz el tenor argentino Juan Francisco Gatell, que ofrece en Almaviva la imagen sonora que han puesto de moda los ligeros. Se alterna con el rumano Bogdan Mihai, no siempre afinado, aunque hábil en las agilidades.
De los dos Fígaros, parece más relevante el italiano Mario Cassi, de agudo fácil, que el belga Lionel Lothe, más engolado. Y de los dos Basilios, superior el penumbroso Dimitri Ulianov al resonante John Relyea. Completan el reparto los muy cumplidores Marisa Martins y Manel Esteve. La producción es nueva y supone una colaboración entre el Liceo, la Ópera de Houston, la Compañía Canadiense, la Ópera Nacional de Burdeos y la Ópera de Australia. Lleva la firma de Joan Font, de Comediants, lo que asegura la gracia, la chispa y la fina ironía.