Jaume Policarpo y Adriana Ozores en un momento de la representación de Petit Pierre en la Abadía. Foto: Samuel Domingo

Al ahondar en la biografía de Pierre Avezard, conocido como Petit Pierre, es imposible no recordar personajes literarios como Frankestein o Quasimodo. Este francés nacido en 1909 vino al mundo, como él mismo decía, "a medio hacer". Era una descripción cruda pero certera: estaba medio sordo, medio ciego y tenía muchas dificultades para la expresión verbal por culpa de una enfermedad llamada síndrome de Treacher-Collins. La deformidad física, a principios del siglo XX y en un entorno rural, le valió el rechazo y las mofas constantes. Acabó atrincherándose en medio del bosque. Y allí fue levantando un enorme carrusel al que se entregó hasta su muerte, con 83 años. Esta historia, trenzada por la compañía valenciana Bambaline Teatre Practicable, llega a la Abadía el miércoles (17). Al frente del montaje figura Carles Alfaro, que ya cuajó sobre las tablas del espacio madrileño uno de los hitos escénicos de la temporada pasada: Éramos tres hermanas (texto de Sanchis Sinisterra).



Alfaro explica a El Cultural los principios dramáticos de su Petit Pierre : "Hemos huido de lo narrativo. No se trata de plantearle al público que le vamos a contar una historia al comienzo de la función. Lo que hacemos es algo muy orgánico y espontáneo. Construimos la historia in situ, en presente". Adriana Ozores y Jaume Policarpo conforman al alimón a Petit Pierre: ella le da la palabra y él encarna sus dotes manuales, que maravillaron incluso a varios ingenieros, incapaces de explicarse cómo con tan precarios medios había insuflado movimiento a un laberinto de poleas, correas, frenos, piñones, ruedas dentadas...



También llamó la atención de algunos artistas. Emmanuel Clot, ayudante de Truffaut, rodó un cortometraje de culto que refleja la obsesión de Petit Pierre por su tiovivo, un monumento en el que se entrecruza el arte povera y el naif y que en la actualidad puede verse en la Fabuloserie, museo consagrado a la creación marginal en Dicy (Borgoña). El tiempo lo ha con convertido en metáfora de un siglo enfebrecido, vertiginoso y mecanizado.



Para Carles Alfaro esa cinta de apenas unos minutos fue un revelador apoyo para perfilar al heterodoxo personaje: "Está muy bien rodada, con una sensibilidad patente en cada plano". Pero el cimiento principal de su versión es el texto (Petit Pierre) de la dramaturga canadiense Suzane Lebeau. "Ella convivió un tiempo con él. Estaba fascinada con este ser asombroso. Ese contacto estrecho y cotidiano le dio una gran veracidad a su obra, que más que una pieza dramática, es un verdadero poema escénico".