Morrissey durante su concierto en Madrid. Foto: Bernardo Díaz

El antiguo líder de los Smiths depliega todo su carácter en Madrid y demuestra que sigue siendo más que sus polémicas.

La banda que acompañó anoche a Morrissey en su concierto en el Barclays Center de Madrid, antiguamente (por no decir hace unos días) conocido como Palacio de los Deportes, salió completamente uniformada, casi como si fueran hooligans del Manchester United (pinta no les faltaba). Zamarra roja con un lema impreso: "Mad in Madrid". O lo que es lo mismo, "Loco en Madrid", un verso extraído de The Bullfighter Dies. Si bien es cierto que el crooner inglés desplegó todo su incontenible carácter para conectar con el público, por momentos más apático que otra cosa, el concierto no se puede afirmar que fuera una locura pero sí que puso de manifiesto que el cantante sigue siendo mucho más que sus polémicas.



Es curioso que Morrissey acostumbre a renegar de algunos símbolos británicos como la monarquía para después recurrir al tópico de la puntualidad inglesa. A las nueve y veintinueve caía desde el techo el telón que cubría por completo el escenario y así comenzaba el show. La pista del Palacio de los Deportes estaba llena sin agobios con unas 5.000 personas mientras que las gradas habían sido convenientemente cubiertas con lonas negras, para que el espacio fuera más acogedor. "Tengo que deciros una cosa...", espetaba al público el antiguo líder de los Smiths, con su habitual pompa y ataviado como una camisa roja que a las tres canciones estaba bañada en sudor, al tiempo que arrancaban los primeros acordes de The Queen is Dead, primera revisitación a su antigua banda.



Tras sonar Speedway, llegó uno de los momentos de la noche: The Bullfighter Dies, canción antitaurina y una de las más divertidas de su nuevo disco World Peace is None of Your Business. El tema animó al personal y el de Lancashire aprovechó para rematarlo enarbolando una bandera española que llevaba inscrita la leyenda "The Shame in Spain" ("La vergüenza de España"). No sería el único momento en el que Morrissey sacaría su lado más reivindicativo. Entre Istambul y Earth is the Lonliest Planet, ambas de su nuevo disco, aprovechó para lanzarle un dardo envenenado al sello Haverst, que en tan solo unos meses ya le ha rescindido el contrato. El setlist estuvo copado por canciones procedentes de World Peace is None of Your Business. A las ya mencionadas, hay que sumar la que da título al disco, Kiss me a lot, Neal Cassidy Drops Dead, una emocionante I´m not a man y Kick the Bridge Down the Aisle. Probablemente un protagonismo excesivo aunque hay que reconocer que la mayoría, aunque no levanten pasiones, aguantan el tipo en directo.



Dos de los puntos álgidos de la noche, antes de los espléndidos bises, llegaron con You Have Kill Me y Every Day is Like Sunday, en la que el respetable enarboló el móvil para inmortalizar el momento en vez de disfrutarlo como merecía: desgañitandose y bailando. Durante todo el concierto Morrissey mantuvo el tipo en lo vocal, otra de las cuestiones que mayores dudas provocaban y que se resolvió con satisfacción entre los asistentes. En Trouble Loves Me, el artista inglés volvió a dar el do de pecho y con Meet is Murder, acompañada por imágenes de animales maltratados que podían herir fácilmente la sensibilidad, acabó el capítulo de reivindicaciones.



Los bises fueron sin dudas lo mejor de la noche. El minimalismo de Asleep sacó la faceta más intimista de Steven Patrick y la inesperada How Soon is Now? revolucionó por última vez al público. Curioso que ambas canciones fueran de los Smith. Acabó Morrissey sin camisa en tan solo una hora y cuarenta minutos de concierto y muchos preguntándose cómo habría sido escuchar esa voz en plenitud de condiciones y con un repertorio de categoría hace 20 años en el mítico concierto que dio su banda en las fiestas de San Isidro... Y, además, una pega: ¿Por qué no sonó First of the Gang to Die?