Joaquín Sabina.

Le tenía ganas el público madrileño a Sabina. Las entradas volaron a las pocas horas de salir. La voraz demanda de sus feligreses, que abarcan ya diversas generaciones, ha obligado a los promotores de sus conciertos en Madrid (este sábado y el próximo martes) a imprimir más papel. Serán alrededor de 50.000 sabinistas (o sabinianos, al gusto) los que le den un baño de multitudes en el Palacio de los Deportes, bautizado ahora con el prosaico nombre de Barclaycard Center, y el Palau Sant Jordi de Barcelona (22).



La expectación cae por su propio peso. El cantante madrileño nacido en Úbeda ya hace tiempo que se empadronó dentro de los confines de la leyenda de la música popular española. Son 65 palos los que arrastra su osamenta escasa de calcio pero firme y flexible como la cuaderna de un velero, a prueba de tempestades y naufragios. Algunos se malician una cercana jubilación. Aunque a buen seguro, con su mala salud de hierro, esta sospecha será demolida por el flaco del bombín e insospechadas americanas, como lo llevan haciendo los Rolling desde hace varios lustros: a ver quién es el guapo que le dice Jagger y Richards que se bajen de las tablas...



Sabina, además, lleva cinco años sin comparecer en solitario en nuestro país (curioso: el mismo tiempo que duró la ausencia de los ruedos de su enaltecido José Tomás). Un periodo que coincide también con su descenso en la abisal sima de la depresión (la dichosa "nube negra", como la bautizó su compadre Luis García Montero, clave en la remontada anímica contra pronóstico del maestro). En 2000 también había tenido que sobreponerse a un trallazo en forma de ictus que estuvo a punto de pasaportarlo al otro barrio. Fue justo un año antes de conquistar los cielos con 19 días y 500 noches, álbum rockero, milonguero, rapero, ranchero, castizo, canalla, pleno de nocturnidad y alevosía. Sabina vendió 500.000 copias y los 'pinchas' de la radiofórmula, que antes le daban poca bola, lo exprimieron hasta el hartazgo. Sensación, por otro lado, imposible ante una de sus obras más redondas e inspiradas. Ya saben: De purísima y oro, Dieguitos y Mafaldas, Donde habita el olvido... Olé ahí.



Hace 15 años de aquella faena de puerta grande y azulejo conmemorativo en el patio de arrastre de Las Ventas, su escenario favorito junto con la Bombonera bonaerense. A Sabina y sus compinches se les ocurrió que era una buena excusa volver a encararse a solas con su gente para celebrar aquel triunfo discográfico. Una gira por Latinoamérica les pareció la fórmula apropiada, sin demasiadas marcas en el calendario, para no desfondarse.



Pero al final decidieron que España también tenía vela en este entierro, claro. Y su anuncio en los carteles ha originado el tumulto. Sabina, a sus 65, se acoge a la nueva normativa laboral y prorroga su carrera artística. Ni hablar de jubilaciones. Al contrario: entre ceja y ceja tiene volver a encerrarse en el estudio y bordarlo como en el 99, un año que para muchos (sobre todo para él) duró 19 días y 500 noches.