Federico Luppi encarna a un oficial implicado en la quema de El Picadero. Foto: Augusto Starita.

La dictadura quemó el Teatro Picadero de Buenos Aires en 1981. No soportaba su irreverencia. El reportaje, monólogo protagonizado por Federico Luppi que llega a los Teatros del Canal el martes (10), homenajea su rebeldía.

El peso social del teatro en Argentina es tremendo. No es un arte estéril y ensimismado sino un pálpito orgánico de su gente, casi una respiración. Bien lo sabían los militares que instauraron una cruenta dictadura en 1976. Y por eso no lo perdonaron. Les preocupaba el foco de disidencia que representaba frente a sus planes totalitarios. El Teatro del Picadero fue de los más irreverentes. Lo fundaron en 1980 y poco después amalgamó a una serie de directores, autores, actores y técnicos contestatarios. Unidos bajo la batuta del dramaturgo Osvaldo Dragún, idearon un ciclo de 21 obras, agrupadas bajo el título Teatro Abierto, con un objetivo muy claro: gritarle a la cara a la dictadura su anhelo de libertad.



El desafío lo pagaron caro. La madrugada del 6 de agosto, aprovechando que los focos mediáticos estaban concentrados en la visita a Buenos Aires de Frank Sinatra, detonaron varias bombas incendiarias bajo su escenario, que en unos segundos ardió como una pira hasta carbonizar todo el edificio. Así las gastaban entonces los milicos. Ese ataque revistió a la sala con una aureola simbólica. El año pasado la Secretaría de Cultura argentina decidió recordar aquella afrenta contra la cultura. Produjo varias piezas destinadas a homenajear el ciclo truncado. Una de ellas fue El reportaje, un monólogo firmado por Santiago Varela y dirigido por Hugo Urquijo, en el que Federico Luppi encarna a uno de los generales implicados en la quema y que llega ahora a los Teatros del Canal (a partir del 10 de febrero).



No le costó a Luppi interiorizar a este personaje que adorna su crueldad con una siniestra socarronería. "Hay que tener en cuenta que desde que era un adolescente he vivido bajo distintas botas militares. En Argentina, cada tres o cuatro años, había un golpe militar, para que los de siempre pudieran seguir saqueando al país. Por desgracia, conozco muy bien a esos tipos", explica. El cavernario oficial, de esos que se echa la mano pistola cuando escucha la palabra cultura, cumple condena en la cárcel por su participación en la dictadura. Y allí, entre rejas, es entrevistado por un periodista que le busca las vueltas.



Entre chanzas y recuerdos, con una sonrisa que es la pura fachada del odio, se va perfilando ante los ojos del espectador la clase de hombres que sometieron a Argentina a un régimen de terror: la ESMA, la Operación Cóndor, la Noche de los Lápices... "No es exactamente un personaje histórico con nombre y apellido, pero sí alguien que representa a todos los militares genocidas que ejecutaron el golpe, con la complicidad de los partidos de derecha y el establishment financiero", aclara Santiago Varela.



Hasta el 83 no consiguieron los argentinos sacudirse aquella tiranía. Y sólo muchos años después empezaron a juzgar y encerrar a sus responsables. "No creo que por sí solo el teatro agrietase la dictadura, pero sí que junto con otras agrupaciones y artistas (las Madres de la Plaza de Mayo, Mercedes Sosa...) sumó energía y masa crítica las luchas cotidianas para desgastar al sistema totalitario", rememora Varela. El Picadero consiguió eludir la piqueta, resurgir de sus cenizas y abrir de nuevo sus puertas en 2011. Un milagro no tan milagroso si tenemos en cuenta la devoción bonaerense por las tablas, de la que Luppi da fe: "La gente le dedica mucho tiempo. Lo consideran una piedra fundacional de su formación humana, más que la televisión o el cine".



Según datos oficiales, Buenos Aires contaba con 199 teatros y 235 salas, entre los circuitos comercial, independiente y oficial. En buena parte de ese hervidero de escenarios sigue latiendo el espíritu cívico y rebelde del Picadero. Algo crucial todavía, como advierte Varela: "Sabemos que quedan personajes escondidos entre los pliegues oscuros del sistema. Lo hemos comprobado otra vez con el caso Nisman. Poner luz, para que se vea, para que se sepa, es parte de lo que el teatro puede hacer para apuntalar uno de los objetivos esenciales de nuestra sociedad: Memoria, Verdad y Justicia".