Patrick Pineau, melancolía y elocuencia para su Cyrano. Foto: Herve' All

Íntimo y sincero. Cyrano de Bergerac toma nuevos bríos, se hace más profundo en manos del director George Lavaudant y del actor Patrick Pineau. Ambos presentan este viernes, 13, en el Festival de Otoño a Primavera, un montaje alejado de pirotecnias.

Georges Lavaudant, ex director del Odéon-Théâtre y recordado en el Festival de Otoño por La rosa y el hacha, de Carmelo Bene, desembarca este viernes, 13, en los Teatros del Canal con Cyrano de Bergerac, el clásico de Edmond Rostand para el que ha contado con su alter ego Patrick Pineau en el papel del atormentado poeta, un actor a quien conoce y dirige prácticamente desde sus comienzos. "Una de las primeras preguntas que se hace un director cuando va a enfrentarse a Cyrano es quién interpretará al personaje -señala Lavaudant-. Para un actor es como el Everest de los roles. Admiro mucho a Pineau, con el que tengo una gran complicidad. Posee una fuerza cómica y una generosidad maravillosas. Absorbe la contradicción de Cyrano, un personaje herido cuya grieta personal es muy difícil de ocultar".



Escrita en 1897 y estrenada ese mismo año en el Théâtre de la Porte-Sant-Martin de París, la versión del Cyrano que llega ahora a Madrid se mueve entre la tragedia y la comedia. Para Daniel Loayza, autor de la dramaturgia, estos dos polos forman una llamarada que cruza el escenario como un flechazo: "Nos enfrentamos a una gran historia de amor entre sus protagonistas pero también entre una obra y su público. Desde su creación, se ha considerado la cumbre del género. ¿Por qué es una obra en la que todo el mundo ha podido reconocerse? Porque se presenta, con su pirotecnia verbal, como un autorretrato. Es un ejemplo de lo que se ha convenido en llamar, hasta la caricatura, el ‘espíritu francés'. Para dibujarlo, Rostand compone un magnífico monstruo, una quimera, un amante de gran estilo ataviado con una máscara de Comedia del Arte por el que corren genes de Quasimodo, de Alcestes, de El hombre que ríe..."



Lavaudant, que ha optado por una puesta en escena depurada, íntima y despojada de grandes maquinarias pese a que sostiene en escena a 17 actores, también se pregunta por qué un personaje como éste llega a convertirse en mito: "Quizá sea su brío y su entusiasmo lo que lo convierten en un fenómeno de gran complejidad. Cuando asumí montar la obra tenía claro que era un texto muy popular. Por eso ha sido un ejercicio difícil e inesperado, un registro novedoso desde el que he querido profundizar en algunas situaciones, ganar en sutileza y sinceridad".







Según Loayza, Lavaudant, que ha realizado este montaje junto a su compañía LG Théâtre, se ha dejado llevar por su sensibilidad hacia las identidades que se construyen dudando de ellas mismas, empujadas por sus heridas: "También Cyrano, nacido del exceso, es siempre ‘demasiado' Cyrano, superlativamente divertido e incomparablemente valiente. Siempre actuando y aspirando a ese instante de éxtasis en el que podrá desnudarse, decir lo que tiene prohibido decir, y descubrir, por fin, quitándose la máscara de la fealdad, el verdadero rostro con el que sueña".



El efecto Roxane

En este ‘sueño' está, por supuesto, Roxane -interpretada por Marie Kauffmann- que representa para el director la juventud, la belleza del cuerpo y de la mente. "Ella, que lo tiene todo, lo quiere todo. Al menos, inicialmente". En Roxane se refleja el ingenio extremo del espadachín, del poeta. Bajo el efecto de su magnífica elocuencia, Cyrano evolucionará su personaje a lo largo de la obra hasta rozar el pacto fáustico. "Es como si este hombre-penacho -explica Loayza- viviese solo del crédito procedente de su propio vacío y cuyos intereses paga con bonitos gestos y bellas palabras ardientes, brillantes, espirituales a más no poder, lastradas con el peso de una existencia que se sabe vacía y frágil. Palabras de antología que tienen una total necesidad de escenario para que resucite allí al valiente a través de sus trozos de coraje".

La merda, descarnada y sin red

Un fenómeno teatral recorre europa y se llama La merda, un monólogo de Cristian Ceresoli interpretado por Silvia Gallerano que podrá verse a partir del 19 de marzo en la sala Mirador dentro del Festival de Otoño a Primavera. Tras su presentación en 2012 en el Fringe de Edimburgo, la obra ha sido reconocida con premios como el First Award al mejor texto, el Arches Award a la obra de teatro emergente o el Stage Award a la mejor actriz. El descarnado texto y la rabiosa interpretación nos pondrán ante las contradicciones de la sociedad actual.