Bob Dylan. Foto: Alberto di Lolli

En la gira española de Bob Dylan que arranca el sábado en los Jardines de Pedralbes de Barcelona (4 de julio) -y que durante una semana pasará por Zaragoza (5), Madrid (6), Córdoba (8), Granada (9) y San Sebastián (11)-, se volverán a escuchar y leer, como en cada una de sus visitas a España, comentarios cuyo grado de irascibilidad suele ser proporcional al nivel de ignorancia y a las infundadas expectativas. Incluso algunos de los críticos de música más respetados siguen instalados en los lugares comunes de la cruzada antidylaniana, repitiendo lugares comunes como que Dylan "ya no canta, ronronea", o que se ha convertido en "el más letal destructor de su propio arte". Los seis conciertos españoles son un paso más en la Never Ending Tour, la gira planetaria que arrancó en 1988 y que el autor de Like a Rolling Stone está determinado a no abandonar hasta su muerte. Su arte es su vida. Explicamos en este texto las claves de esta mítica, irrefrenable, perpetua actividad musical, de la que no se conocen precedentes -acaso solo B. B. King hizo algo comparable los últimos años de su vida-, y adelantamos qué podemos esperar de cada concierto y por qué cualquiera de las noches españolas de Dylan podría convertirse en algo histórico.

En su ensayo Escucha esto (2010), el musicólogo Alex Ross describió un sentimiento generalizado hacia Bob Dylan de un modo tan certero como escalofriante: "Si se repasa lo que se ha escrito sobre Bob Dylan en las últimas décadas, se percibe un deseo persistente de que se muera, de que su yo más joven pueda pasar a ocupar su mítico lugar". Se refiere al deseo de que el hombre no devore al mito. En mi caso, no sin antes confesar los 25 años de dylanofilia compulsiva que me preceden, ocurre más bien lo opuesto: según pasan los años, la fuerza del mito se engrandece con la medida del hombre. Lejos de ser un has been, Dylan es un infatigable explorador de su propio arte.



Mientras que, noche tras noche, Bob Dylan debe necesariamente ignorar su legendario pretérito para seguir cantando, para sus fans el pasado de Dylan siempre está presente. Una de las claves para comprender por qué un concierto de Dylan siempre es tan celebrado como refutado, reside precisamente ahí, en la colisión de expectativas. Es absurdo pretender que la voz de un hombre de 74 años sea la misma que cuando tenía veinte o treinta. Es igualmente absurdo esperar que los temas que grabó con 25 años o menos -aquel intenso periodo entre 1962 y 1966 por el que generalmente se le glorifica- suenen exactamente igual. (De hecho, excepto algún crowd-pleaser como Blowin' in the Wind, ni siquiera los interpreta, ahora que Like a Rolling Stone parece haberse caído definitivamente del repertorio). A diferencia de algunas bandas de rock clásicas que en sus conciertos-espectáculo tratan de perpetuar la ilusión de que el tiempo para ellos se detuvo hace cuarenta años, Bob Dylan asume su envejecimiento, sus transformaciones (las que el tiempo ha operado en su voz, en sus temas y en su vida), y los incorpora a su música. Ahonda en sus esencias.



Dylan ha tocado en antros japoneses para menos de dos mil personas o en estadios de fútbol americanos para más de 60.000

"I ain't looking for nothing in anyone's eyes" ["No busco nada en los ojos de nadie"]. Este verso del tema Not Dark Yet solo lo puede cantar el Dylan maduro y mellado, el que pisa el escenario con todo el peso de lo que representa. Es uno de esos versos que, de hecho, sonaría falso en cualquier otra voz que no fuera la suya. Comprendí algo así cuando le escuché cantarlo el 28 de junio de 2010 en el Antiguo Teatro Romano de Carcassone (Francia). Fue uno de los conciertos más memorables a los que he ido de Dylan. No tan glorioso como el del Palacio de los Deportes de Madrid en abril de 1999, ni tan genuino como el de agosto de 2011 en Scranton (Pennsylvania, EEUU), ni seguramente tan penetrante como el de la Explanada del Guggenheim de Bilbao en julio de 2012, pero desde luego fue el más mágico y misterioso. El entorno desde luego ayudaba. Al caer la noche, su sombra se proyectaba en los muros de piedra milenarios de la ciudadela medieval: "Shadows are falling and I've been here all day... It's not dark yet, but it's getting there" [Las sombras están cayendo y llevó aquí todo el día... Todavía no ha oscurecido, pero estamos llegando ahí]. Uno no se cansa de perseguir a Dylan en busca de este tipo de conjunciones. Es lo que llevan haciendo sus más devotos feligreses desde hace décadas.



Algunos, incluso, desde el 7 de junio de 1988, cuando arrancó la gira interminable, comúnmente conocida como la Never Ending Tour (NET) de Bob Dylan. La gira en la que sigue embarcado. Desde entonces, a lo largo de 27 años (de hecho, más de la mitad de su trayectoria creativa), viajando a todos los rincones del mundo, tocando en antros japoneses para menos de dos mil personas o en estadios de fútbol americanos para más de 60.000, ha ofrecido casi 3.000 conciertos, con sus altos y bajos, sus hitos y sus miserias, con diversas bandas y un repertorio siempre cambiante. En perpetuo movimiento por todo el planeta, ha atravesado diversos periodos creativos, de la pérdida de fe mediática a la resurrección del mito desde el álbum Time Out of Mind. Como el más genuino de los trovadores contemporáneos, determinado a vivir por y para la música, es el único artista capaz de ofrecer más de cien conciertos anuales, con dos paradas al año de unas semanas para tomar impulso (y grabar algún álbum). Esta gira interminable, la llamada NET, es la forma de vida del genio. Tiene 73 años y ninguna estrella joven del rock le alcanza en energía y devoción por su arte.



¿Cómo mantener ese ritmo? Solo desde la creación mutante. Dylan cambia sus temas como si en el escenario nacieran de nuevo. Varía la cadencia, la música, el tono y hasta las letras. Es imposible cantar junto a él. Casi tan imposible como escucharle dirigiendo unas palabras al público. Ni un saludo. Sube, canta y se va con un ramo de flores. Lo hace cada noche y, aunque las set list suelen coincidir en un 90% durante periodos trimestrales -ahora está empezando todos los conciertos con Things Have Changed, tema que compuso para la película Wonder Boys y por el que se llevó un Oscar, y que con toda probabilidad también abrirá los conciertos en España-, una de las grandes intrigas de todo dylanófilo que lo ve en directo (por norma de forma obsesiva) es comprobar qué temas de su cancionero le apetece cantar esa noche, aparte de los obligados y habituales bises para regocijo de no iniciados. Los admiradores con añoranza de los sesenta, o aquellos que acudan a escuchar recreaciones en vivo de sus temas predilectos, quedarán sistemáticamente defraudados. La experiencia que ofrece es de otro tipo. Es casi como ver trabajar a un artesano en su rutina diaria. Algunos días se da mejor que otros. Depende generalmente del humor y del contexto.



Nos deja claro cada noche que no existe versión definitiva de sus temas. Que es un organismo vivo
La banda que le escolta desde hace años sobre el escenario -Stu Kimball, Tony Garnier, Charlie Sexton, Donnie Heron y George Receli- domina todos los palos de la música popular americana, del swing al bluegrass, y sus sonidos se han mimetizado con la voz de Dylan hasta el punto de iluminarla, acompañarla o camuflarla cuando siente que debe hacerlo. Una voz que ha hecho de la nasalidad una forma de supervivencia y que ha creado su propio método en el arte del fraseo melódico -a través de un sistema de permutaciones matemático que le enseñó un viejo bluesman, como cuenta en sus memorias-, de tal modo que la interpretación de cualquier tema es irrepetible hasta para él mismo. El propio Dylan concede a la NET tanta importancia como testimonio de su legado musical como la suma de sus álbumes. Si no más. "De hecho, muy rara vez mis mejores interpretaciones se han registrado en un estudio", aseguraba el cantautor en el documental Bob Dylan. No Direction Home de Martin Scorsese.



Es complicado definir qué es exactamente Dylan y qué es lo que hace. Tendemos a considerarlo un cantautor, un compositor sobrenatural de temas que todo el mundo en el universo rock, pop, soul, folk, blues, gospel o country ha versionado, si bien el autor de Forever Young es ante todo, y sobre todo, un intérprete. Ningún otro artista confía en el directo, y lo necesita como piedra angular de su evolución musical (y no como un eslabón más de promoción para vender discos), como el genio de Duluth. Nos deja claro cada noche que no existe versión definitiva de sus temas. Que es un organismo vivo, siempre mutante. Su único legado fiable sería la suma de todos sus conciertos. De ahí que cada uno de ellos se convierta en una experiencia irrepetible hasta para el más obsesivo de los dylanófilos. Los verán en las primeras filas, que ocupan sistemáticamente en cada concierto. Los mismos rostros, a los que Dylan alguna vez escucha y hasta, rara vez, complace sus requerimientos. La glosa inmediata de cada uno de sus bolos queda registrada en multitud de sites y foros, algunos con verdadera vocación de almanaque histórico. Aparte de su extraordinaria página oficial, recomiendo Bob Links.



En ese tipo de sites es donde podemos enterarnos de qué tema ha tocado más veces en directo (All Along the Watchower, 2.252 veces y Like a Rolling Stone, 2011, encabezan la lista) y cuáles de su inmenso catálogo aún no ha interpretado en un escenario (Going' to Acapulco o Moonshiner, por ejemplo). Aunque existan indicios, lo cierto es que uno nunca sabe a ciencia cierta qué va a ocurrir la noche en la que toque en tu ciudad. De los veinte temas que cantará, es muy improbable que uno de ellos sea imprevisto, pero a veces ocurre. Hace apenas diez días, el 21 de junio, en la pequeña localidad alemana de Tübingen sorprendió con la monumental Blind Willie McTell, uno de esos tesoros que la dylanifilia busca desesperadamente, y que ha cantado poco más de 200 veces en su vida. Fue una set-list memorable, rescatando clásicos como To Ramona o Desolation Row, que parecían haber desaparecido de la gira actual. De hecho, desde la publicación de su último álbum, Shadows in the Night, el grueso del repertorio pertenece a los álbumes más recientes, sobre todo del Tempest, con la inclusión de un puñado de temas clásicos: Tangled Up in Blue, Blowin' in the Wind, Simple Twist of Fate, She Belongs to Me, Love Sick... En todo caso, en sus giras españolas suele rescatar el tema Boots of Spanish Leather.



Los que vayan para escuchar sus temas predilectos salen defraudados. La experiencia es de otro tipo

La relación entre Dylan y España cumple más de treinta años. Desde su primer concierto en nuestro país, el 26 de junio 1984, en el estadio del Rayo Vallecano de Madrid, Bob Dylan ha ofrecido 57 conciertos a lo largo de nueve visitas en suelo español -1984, 1989, 1993, 1995, 1998, 1999, 2004, 2006, 2012-, tanto en pequeñas localidades como Lorca o Escalarre, como en grandes capitales. En su décima visita a nuestro país completará seis conciertos más, todos ellos en ciudades en las que ya ha tocado anteriormente. Toda una legión de dylanófilos españoles le seguirán por la carretera. El director Fernando Merinero persiguió la estela de su autobús en la gira de 2004 para filmar el documental Las huellas de Dylan, una encendida carta de amor de sus fans más célebres. Todo indica que, infatigable, probablemente la voz de Dylan se apagará sobre un escenario. Disfrutemos mientras pueda y podamos. Es casi una religión.