El pianista coreano Seong-Jin Cho en la actuación que le ha hecho ganador de la competición. Foto: Bartek Sadowski / Fryderyk Chopin Institute

La decimoséptima edición de la Competición Chopin corona al coreano Seong-Jin Cho en una convocatoria con ausencia de españoles y en la que abundaban los pianistas de origen oriental.

La Competición Chopin goza de un prestigio bien ganado, y es lógico que sea uno de los orgullos de Polonia, país de un nivel educativo acaso sólo superado por la sed de aprender de sus jóvenes. Varsovia estaba invadida por anuncios, señales, imágenes de la XVII Competición (y por propaganda electoral, claro). No importa que los tiempos sean de encarnizada competencia universal, porque hay excelentes pianistas en todo el mundo. No importa que digan algunos, no pocos, que la Competición no ha dado en sus últimas ediciones (se celebra cada cinco años) pianistas de la talla de los que dio antaño, como Martha Argerich, Nelson Goerner, Ewa Poblocka o Adam Harasiewicz, entre otros. Tal vez sea una exageración, una falta de generosidad, con sólo que pensemos que los galardonados en las dos últimas ediciones han sido la rusa Yuliana Abdeieva (2010) y el polaco Rafal Blechacz (2005), sobre los que el aficionado no necesita demasiados comentarios. Por no referirnos a los que quedaron en posiciones inmediatamente posteriores: las biografías posteriores nos dicen que el nivel de estos pianistas "no ganadores" es a menudo tan alto como para no lograr distinguir tantas calidades.



Pianistas de todo el mundo aspiraban en Varsovia al premio de este año o al menos a estar entre esos diez elegidos finales cuyas actuaciones pudimos ver los días 18, 19 y 20 de octubre. La selección se hacía desde la primavera pasada. Hay que señalar que no había ningún pianista español entre los ochenta y un aspirantes que competían a comienzos de octubre. Y que abundaban pianistas de China, ninguno de los cuales figuró entre "los diez". En cambio, pianistas canadienses y estadounidenses de origen chino estaban en ese grupo final. Y una joven pianista de Estados Unidos, Kate Liu, nació en Singapur; añadamos que obtuvo el tercer puesto. Había abundancia de pianistas de Corea del Sur, y el primer premio fue para uno de ellos. Había abundancia de japoneses, también. Y en la sala de la Filarmónica abundaban los rostros orientales, que habían acudido a animar a "sus chicos". Algo significa esto: tiene que tener un sentido la abundancia de buenos pianistas entre japoneses, coreanos, chinos y otros países de extremo oriente, de plena nacionalidad o de origen.



La gran selección empezó a comienzos de octubre, con maratonianos conciertos en los que los ochenta y uno defendían sus propuestas. La cosa empezó a "ponerse caliente" cuando el viernes 16 se nos comunicaron los nombres de "los diez" elegidos para la final. Finalmente, conseguí llegar a Varsovia el sábado 17, y los que allí estábamos gozamos de un premio importante: el Requiem de Mozart en la Iglesia de la Santa Cruz, en la que hay una columna en que está encerrado el corazón de Chopin; oímos, más que vimos (el gentío era abrumador, claro está), una excelente Misa de Difuntos en ese día señalado, un aniversario de la muerte de Chopin, a Coro y orquesta de la Filarmónica Nacional (o Filarmónica de Varsovia), bajo la dirección del estos días infatigable Jacek Kaspszyk; con los solistas Lenneke Ruiten, Ingeborg Danz, Robert Getchell y Matthew Brook (soprano, contralto, tenor, bajo). Una de esas experiencias hermosas, en medio de una masa humana en la que se diría que abundaba el fervor. No me pregunten qué fervor, hacia qué se dirigía ese fervor. Yo diría que era fervor, y ya es bastante.



Y llegaron los tres días de la "gran presión": del domingo 18 al martes 20. Diez pianistas, tres amplias sesiones de conciertos. De entre las dos posibilidades, nueve eligieron el Concerto op. 11 de Chopin; y solo uno, Hamelin, el Concerto op. 21. No crean, escuchar nueve veces el hermoso op. 11, aunque no sea uno de los mayores conciertos del repertorio, no es experiencia monótona si los solistas y el conjunto (dirigido, claro está, por Kaspszyk) se comportan así, cada uno con su propuesta. Y en intérpretes tan jóvenes una propuesta es como un proyecto, como una promesa. Ahí está encerrado su futuro, que no está garantizado al cien por cien, pero que se encuentra al borde de la madurez.



El croata Aljoša Jurinic, uno de los pianistas con Mencion de honor. Foto: Bartek Sadowski / Fryderyk Chopin Institute

Tenía uno la impresión (una ilusión sin fundamento, o quién sabe) de que el acompañamiento de Kaspszyk y la Filarmónica era cada vez algo distinto, como si tratara de adaptarse a la propuesta de cada cual, que en algún caso era muy clara. Sabemos que en la tradición del concierto pianístico del XIX (y hasta entrado el XX, con Rachmaninov) un peligro es el énfasis, como lo es el exceso en el forte y como lo es el accelerando; y que sus contrarios, la delicadeza, el diminuendo, las gamas dinámicas inferiores (el pianissimo) contienen también sus peligros. Un pianista virtuoso es el que domina la técnica y domina estos tres enemigos del alma sonora y consigue el equilibrio; el equilibrio no es vía media, tercera vía, equidistancia, esos términos hoy tan desprestigiados en otros terrenos y que no valen para éste. El equilibrio es el alma que concede la mano, o el dedo, a la tecla al golpear el martillo contra la cuerda y hacer surgir de ahí una sonoridad que es bella cuando es equilibrio. Se nos dirá: ¿y qué hacemos con el pedal? ¿No emborrona a menudo el discurso? Pero ¿y si nos quedamos cortos en cuanto a resonancia? También ahí está el equilibrio, el dominio de la resonancia y el mezzo forte.



Con los pianistas pasa lo mismo que con los vinos. Y no es que uno quiera ponerse frívolo. Es que ciertas calidades son para algo más que para entendidos. Hace unos años abundaban entre nosotros los entendidos en vinos. No abundaron tanto los entendidos en pianistas. Nos resistimos a dar detalles y preferencias de algunos de estos nombres de gente joven y magistral; sería injusto, tal vez, y para ser justo necesitaría uno demasiado espacio... con las consiguientes oportunidades de equivocarse.



Hay excelentes pianistas en el mundo. Hay una enorme presión de oferta de alta calidad, como dirían los economistas. No ocurre lo mismo con otras profesiones, como la de director de orquesta. El músico tiene que tener algo de atleta. Pero tanto el pianista como el director de orquesta han de ser muy atléticos. Más los directores, probablemente. No sé si esto explica muchas cosas del mundo de los conciertos o sólo las sugiere. Atención a estos diez nombres, porque sin duda oirán hablar de todos ellos, o de la mayoría, en los próximos años. Colocamos los seis ganadores de premio, y a continuación a los que obtuvieron mención de honor. Las puntuaciones del jurado se han hecho públicas, en un noble gesto de transparencia, que no es inédito. Hay que recordar aquella edición, en tiempos del socialismo real (en 1980), en la que Martha Argerich dimitió como jurado por la injusta eliminación de Ivo Pogorelich en las semifinales: los organizadores de este premio, y la nación entera (en la entrega, estaba el Presidente de la República entre el público y más tarde en el propio escenario) han dado pruebas claras de transparencia. Podemos estar en mayor o menor acuerdo con el criterio del jurado. Los jurados o los críticos pueden equivocarse. Y, en especial, pueden equivocarse los que solo han (hemos) asistido al "desafío" final. Pero parece claro que aquí ha habido juego limpio.

Premiados:

Seong-Jin Cho (Corea del Sur). Primer premio.

Charles Richard-Hamelin (Canadá). Segundo premio.

Kate Liu (Estados Unidos). Tercer premio.

Eric Lu (Estados Unidos). Cuarto premio.

Yike (Tony) Yang (Canadá). Quinto premio.

Dmitry Shishkin (Rusia). Sexto premio.



Menciones de honor:

Aljoša Jurinic (Croacia).

Aimi Kobayashi (Japón).

Szymon Nehring (Polonia).

Georgijs Osokins (Letonia).