Especial: Lo mejor del año

A Lina Morgan la mataron dos veces los profesionales en las redes sociales antes de su muerte real. Luego, en la capilla ardiente, hubo pocos teatreros, aunque a falta de colegas el Teatro de la Latina estuvo abarrotado de espectadores sencillos que no querían dejar de despedirse de la actriz. Todo esto tiene un valor simbólico digno de resumir el año: la muerte de Lina marca el fin de una época porque ya no quedan estrellas como lo fue esta mujer y ni siquiera es posible que las haya porque el tipo de teatro que permitía su existencia ha desaparecido. Nos parezca bien o mal, estamos en un mundo nuevo. Sin embargo, la profesión teatral tiende a seguir sin enterarse de ello, y por eso la temporada ha resultado tan plomiza. El alejamiento entre lo que ofrecen los profesionales y lo que persigue el público se hace cada vez mayor (¡Aquí vengo avisándolo desde hace mucho!).



En este sentido fue reveladora la polémica que supuso la incursión teatral de Jorge Javier Vázquez. Antes de estrenar ya estaba juzgado y condenado, pero el público decidió que quería ver la obra y ahí sigue, por la geografía española. La abundancia de shakespeares, lorcas, clásicos griegos, clásicos españoles, ibsens y demás señala el coletazo rabioso pero terminal de un modelo teatral rancio, el del Director Todopoderoso haciendo su caprichosa Santa Voluntad con los textos del repertorio, pero es clarificador el hecho de que las mejores producciones del año fueran textos de nueva autoría y celebrasen una relación más fluida, menos jerarquizada, entre directores y escritores: la deliciosa El señor Ye ama los dragones, de Paco Bezerra y Luis Luque, convertía por fin en protagonista a esa comunidad chino/española que hasta ahora permanecía ausente de nuestros escenarios; Pingüinas, de Fernando Arrabal y Juan Carlos Pérez de la Fuente, pulverizó los tópicos sobre Cervantes; Reikiavik, escrita y dirigida por Juan Mayorga, nos recordó que la Guerra Fría fue un gran juego ahora que americanos y rusos se han puesto de acuerdo en reavivarla y Danzad malditos, de Félix Estaire y Alberto Velasco, reciclaba la novela de Horace McCoy para describir la malsana competitividad de hoy.