David Bowie era junto a Warhol y quizá Damien Hirst y Banksy, el artista que mejor ha sabido llevar su carrera desde un punto de vista mediático y además ayudó a toda una generación a descubrir una forma de libertad donde estaba implicita una forma de sexualidad.
La mente tiene muchas maneras de protegerse, otros le llaman engañarse y los expertos: fases del duelo (la primera es la negación). Así que cuando me he enterado de la noticia de la muerte de Bowie, lo primero que he pensado ha sido que era otra de las estratagemas de promoción del cabrón de David. Conociéndole no hubiera sido tan raro. Es, perdón, era... junto a Warhol y quizá Damien Hirst y Banksy, el artista que mejor ha sabido llevar su carrera desde un punto de vista mediático y, está claro, la vida, es decir, la muerte, le ha ayudado a conseguir la jugada maestra: fallecer cuando acababa de publicar un disco que, ahora que sabemos que él tenía claro que el final estaba a punto de llegar, es un álbum conscientemente póstumo. De salir por la puerta grande.
Está claro que Blackstar es una despedida y también un legado, un aviso a navegantes, un testamento y un cierre de telón perfecto. De las fiestas siempre hay que irse cinco minutos antes y la Parca de Bowie ha sabido escoger el momento perfecto.
El comienzo del vídeo de su canción Lazarus es toda una metáfora y hoy lo es más claramente. Él, la gran diva, sabe, como todas las divas, que hay dos partes del cuerpo donde la edad no puede disimularse: las rodillas y las manos. Lo primero que se ve en ese magnífico videoclip de una canción que habla de la degeneración, de la pérdida de esperanza, es decir, de la muerte, son las manos de un anciano. Pálidas, teñidas del azul de las venas y agarrando una manta, en una cama de un cuarto de hospital desolador. Y luego, la cara arrugada, en una imagen absolutamente pertubadora, como del Cabeza Borradora de Lynch, de un hombre mucho mayor de lo que era realmente, del Bowie idéntico al que habíamos visto caracterizado en la escena final de El Ansia, aquella película que a muchos nos perturbó hasta casi el orgasmo en la que él y Catherine Deneuve hacen de vampiros que pierden la eterna juventud.
Hoy, con la noticia tan fresca, somos muchos los que nos vemos incapaces de volver a poner ese vídeo de Lazarus. Y no lo digo como una boutade, es absolutamente cierto. David Bowie ha sido para toda una generación una especie de amigo, de hermano mayor, que nos ha descubierto una forma de entender el mundo... y, en mi caso y sé que en el de muchas mujeres y hombres que ahora rondan los 40 años, nos ayudó a descubrir una forma de libertad donde estaba implícita una forma de sexualidad. Y abordo este tema porque sí, Bowie es de esos artistas que hacen que cambie la vida de la gente, en eso consistía el arte, aunque a veces nos hagan olvidarnos. En mi caso, con el vídeo de China Girl (el beso, el quitarse el carmín con el reverso de la mano, el revolcón en la orilla de la playa) pasé, por decirlo finamente, de niña a mujer. Pero con esa ambigüedad, esa androginia provocadora, me consta que sin Bowie muchos homosexuales que se identificaron con él en su adolescencia no habrían salido del armario tan fácilmente. Sólo por poner un par de ejemplos. Mi Facebook y mi móvil están llenos de mensajes de condolencia, como si hubiera muerto un familiar y leo comentarios en los que se habla de "orfandad"... sí, toda una generación ha perdido a alguien que va más allá de ser una estrella de rock. Podría decirse, sin exagerar demasiado, que hoy el siglo XX ha muerto definitivamente. Y una parte de los que estamos a mitad de nuestra vida también. Disculpen el dramatismo, pero así es.
Pero volvamos a su testamento puramente musical, que también es importante y recalco el "también". ¿Qué es exactamente Blackstar? ¿Qué nos está diciendo con ese disco que se presenta con un vídeo de 10 minutos? Bowie deja una nota de despedida clarísima. En la era de internet, en la época en la que la gente oye dos minutos de canción y pasa a la siguiente, el futuro de la música está en volver al concepto de los 70, a hacer un disco conceptual, a sacar un vídeo con cada canción y en tener un hilo narrativo. Él, anciano, con los ojos vendados, como personaje principal, en un mundo distópico que es lo contrario de aquel Ziggy Stardust frívolo, atractivo, sensual, que se comía el mundo. En Blackstar el mundo se lo come a él. Pero en el fondo cierra el círculo de hacer discos que son en el fondo novelas y ese paso de Bowie es importante, él ha sido la guía muchas veces y no se equivoca haciendo canciones de 10 minutos y discos que tienes que sentarte una hora y pico a oír, con estribillos poco pegadizos y arreglos en absoluto cómodos. Bowie se va diciendo algo muy claro. Yo, el frívolo, la rockstar por excelencia, el autor de canciones como Fashion, desde el lecho de muerte os digo que el rock no es una tontería, que no es algo adolescente, es una forma de vida que casa con la madurez. Oiga, que me estoy muriendo y por eso hago algo que se sale de lo corriente y que quiero que sea convulso, que os haga pensar y que os obligue a parar y estar 10 minutos delante del ordenador, sin zapear al siguiente vídeo.
Y bueno, después de esto, probablemente mañana nos despertemos con la noticia de que todo era una broma. Que Bowie está en plena forma e inicia una gira mundial y que esas manos que salen en Lazarus no son las suyas, ni las arrugas tampoco. Que se ha cambiado la sangre, de nuevo, y da una rueda de prensa con esa media sonrisa de dientes imperfectos y el flequillo tapándole el ojo azul. ¿Cómo era? Negación, enfado, negociación y aceptación...