Violette Verdy
La bailarina Violette Verdy ya tenía una carrera más que reconocida a su llegada en 1957 a los Estados Unidos. Su delicada e inteligente interpretación de Giselle, la campesina enamorada y convertida en espectro protagonista del ballet de mismo título, le había forjado un nombre por toda Europa mucho antes de que ingresara en las filas del American Ballet Theatre; sin embargo, su incorporación al New York City Ballet un año después y su encuentro con Balanchine impondrían el sello definitivo a su carrera.Aunque sus primeras estudios de ballet sufrieron los altercados de la ocupación alemana y las idas y venidas de su familia entre París y Pont-l'Abbé, su localidad natal en Bretaña, la pequeña Nelly Armand -ese era su verdadero nombre- obtuvo una sólida base académica gracias a las enseñanzas de Carlotta Zambelli, Rousanne Sarkissian y Victor Gsovsky, y a los quince años ingresó en los Ballets des Champs-Élysées que dirigía el coreógrafo Roland Petit, adoptando el nombre artístico que le haría famosa. En los años siguientes formó parte de compañías de prestigio como el Ballet de la Ópera de París, el London Festival Ballet, el Ballet Rambert o el Ballet de la Scala de Milán. Su posterior salto al American Ballet Theatre le llevó a protagonizar, entre otros ballets, Miss Julie de Birgit Cullberg en 1958 y su nueva vida americana se prolongó durante veinte años más en los que mantuvo su puesto como Primera Bailarina del New York City Ballet.
George Balanchine, el gran coreógrafo de las mil musas, devoto del detalle y la musicalidad, aprovechó el glamour y la ligereza de Verdy para crear algunos de sus ballets más importantes y regalarnos piezas que cambiaron la perspectiva que desde Europa se tenía del creador ruso-americano. Violette Verdy, forjada en la tradición de las escuelas de ballet rusa y francesa, no nos parecía una bailarina adecuada a la estética americana que empezaba a verse caricaturizada erróneamente desde el viejo continente, pero Verdy podía moverse con la ligereza que exigía Balanchine y además brillaba en sus port de bras -o movimiento de brazos- tan afamado de la Escuela Francesa; sabía caminar con elegancia y lucir los más sofisticados peinados. Era una estrella. Para su maestría técnica creó Balanchine ballets como La Source (Delibes, 1968); para su chispeante musicalidad, el archiconocido Tchaikovsky Pas de Deux, cuyas misteriosas cuentas en la parte final del solo femenino sigue siendo objeto de discusión para aficionados y expertos. El coreógrafo Jerome Robbins también se sirvió de la exquisita presencia de Verdy, creando para ella uno de los solos más comprometidos del ballet Dances at a Gathering (Chopin, 1969) y el pausado y elegante pas de deux central de In the Night (Chopin, 1970).
Su retirada de la escena sucedió por la puerta grande, cuando en 1977 se convirtió en la primera mujer al frente del Ballet de la Ópera de París. Allí se enfrentó a la rigidez del sistema burocrático que impera en la compañía y tres años más tarde volvió a los Estados Unidos, esta vez como Directora del Boston Ballet durante cuatro temporadas.
Violette Verdy se entregó de forma generosa y alegre a la docencia y la divulgación de la danza, y más allá de clases, cursos y coreografías, escribió artículos e incluso un ya célebre libro de danza para niños: Of Swans, Sugarplums and Satin Slippers. Recibió doctorados honoríficos en Boston Conservatory, Goucher College y Skidmore College, y obtuvo dos importantes reconocimientos del gobierno francés: La Orden de las Artes y las Letras en 1971 y la Orden Nacional de la Legión de Honor en 2009. Participó en múltiples documentales y películas de danza y actualmente seguía vinculada a instituciones como Indiana University, School of American Ballet, En Avant Foundation y sobre todo el Balanchine Trust, colaborando en el montaje de los ballets de Balanchine por todo el mundo.
Uno de esos ballets, Emeralds (Esmeraldas) -de la trilogía Jewels (Joyas), estrenado en 1967- ha dejado una imagen de Verdy que ha marcado a generaciones de jóvenes bailarinas. Enfundada en el bellísimo vestido verde que Madame Karinska creara para ella, Violette Verdy mantiene su mirada desafiante, sin inmutarse. Balanchine había pasado una noche frente al escaparate de la famosa joyería Van Cleef & Arples y tuvo la idea de inspirarse en el brillo de las joyas para crear ese ballet. La música de Gabriel Fauré y la maestría aristocrática de Violette Verdy hicieron el resto.