Martha Argerich. Foto: Adriano Heitman

Hace ya décadas que Martha Argerich prefiere comparecer acompañada en teatro y auditorios. Su faceta como solista en sentido estricto ha dado paso a una sucesión de recitales colectivos, en los que se rodea de cómplices de su confianza: los pianistas Nelson Freire y Alexandre Rabinovitch, el chelista Mischa Maisky, el violinista Gidon Kremer... También su amigo Barenboim, con el que han dejado grabado en el recuerdo de muchos melómanos veladas memorables sentados a un mismo piano. Pero Argerich, a sus 75 años, también se muestra generosa y abierta en su confianza: no es extraño verla embarcada en aventuras a la vera de músicos jóvenes. Esta última faceta es la que nos va a regalar en su minigira por la península ibérica.



Para pasearse por aquí los próximos días ha escogido al Cuartego Quiroga. Es decir, a Aitor Hevia (violín), Cibrán Sierra (violín), Josep Puchades (viola) y Helena Poggio (violonchelo). Las escalas de su tournée, urdida por Ibercámera, La Filarmónica y el CNDM, son: Palau de la Música Catalana (miércoles, 5), Auditorio Nacional (jueves, 6) y la lisboeta Fundación Gubelkian (viernes, 8). Con la formación española, que acaba de estrenar el último cuarteto de Cristóbal Halffter en el Palacio Real con los Stradivarius palatinos, interpretará un programa a la medida de su talento y sus querencias.



En atriles figurará el Quinteto en piano en mi bemol de Schumann, pieza en la que ha dejado a lo largo de su carrera su impronta intransferible, consolidada a base de una técnica portentosa y una musicalidad hermanada con el duende, que ya despuntó cuando era apenas una niña de cinco años. Esa precocidad llegó a oídos de Juan Domingo Perón, que intervino inmediatamente para que la cría superdotada la refinase en Viena. La solución fue colocar a su padre en la embajada argentina de la capital austríaca.



Allí empezó a profundizar en los arcanos del instrumento de la mano de Friedrich Gulda, de quien todavía hoy valora su sinceridad directa: "De todos mis profesores -recuerda Argerich- el que me ayudó en mayor medida. Sus explicaciones eran muy claras, me criticaba realmente y me grababa casi siempre. Podíamos trabajar juntos hasta tres horas seguidas. Me decía que yo podía tocar directamente ciertas cosas, sin trabajarlas previamente. Todo se resume, a la postre, en una cuestión de concentración. Conocía mejor que yo mis límites".



Los premios no tardaron en caer: en el 65 venció en el prestigioso Concurso Chopin de Varsovia. Fue el primero de la larga retahíla que vendría después: los Grammy por los conciertos de Bartók y Prokofiev, por Cinderella de Prokofiev con Mikhael Pletnev y por los Conciertos 2 y 3 de Beethoven con la Mahler Chamber Orchestra bajo la dirección de Claudio Abbado; el Premio Gramophon a la Artista del Año, Mejor Disco del Año de Concierto de Piano por los conciertos de Chopin; el premio del Sunday Times al Disco del Año; y Premio de la Revista Musical de la BBC por su disco de Shostakóvich (EMI, 2007).



En Europa empezó un peregrinaje por distintos países que fueron decantando su estilo. Varios profesores contribuyeron en tal proceso: Seidlhofer, Magaloff, Lipatti y Askenase... Aunque Argerich siempre ha fiado su evolución al instinto y las corazonadas. En ese tiempo fue incorporando compositores en su repertorio: Chopin, Liszt, Debussy, Ravel, Franck, Prokofiev, Stravinski, Shostakóvich y Chaikovski. Y, como dijimos, Schumann, al que le une una especial afinidad. La del signo zodiacal, al que Argerich (géminis) da mucha importancia: "Un verdadero geminiano fue Schumann, por quien siento una admiración profunda; su obra y su vida son las de un hombre desgarrado por la dualidad", decía en una entrevista publicada en La Nación 1969.



Bach también hay que incluirlo en esa lista de preferencias de Argerich. Hace unas semanas Warner Classics dio cuenta de su último trabajo discográfico consgrado al Cantor: junto Ithak Pearlman grabó su Sonata para piano y violín n°4. En esta gira tendremos el privilegio de disfrutar de su Partita n°2. Rara oportunidad de verla en solitario, frente al horror vacui y a uno de los hitos compositivos del barroco. Promete.



@albertoojeda77