Leonard Cohen
Desde el interior de la caverna Leonard Cohen comprendió que música y poesía eran una misma cosa. Lloramos la muerte de uno de los bardos más sensibles y vulnerables que ha dado el siglo XX.
El autor de So Long, Marianne buscó en el mundo interior esa belleza de las sombras de la que nunca se separó, sin barcas de Caronte ni pactos fáusticos. Desde el interior de la caverna comprendió que música y poesía (pregunten en Visor por su poemario Flores para Hitler) eran una misma cosa. Por eso quiso apartarse del ruido refugiándose en las míticas geografías griegas y quizá por eso escarbó en los laberintos espirituales del budismo. "No es un grito/ lo que de noche oyes./ No es nadie que haya visto la luz./ Es un frío y desgarrado aleluya". Rezaba en Hallelujah, ese taladrado lamento en el que nos refugiamos ahora para cantar la muerte de uno de los bardos más sensibles y vulnerables que ha dado el siglo XX (amenazó con irse de EEUU si ganaba Trump y vaya si lo ha hecho). Cohen se ha fugado acompañado de las sombras de la creación, herido, y seguramente asfixiado, por una coyuntura social y política que remató la insoportable levedad del poeta. En su testamento, su reciente You Want It Darker dejó claro que iba en serio: "Si eres tú quien reparte las cartas, yo estoy fuera del juego./Si tú eres el que cura, eso significa que estoy maltrecho y cojo./ Si tuya es la gloria, entonces mía debe ser la deshonra./ Quieres más oscuridad, / apagamos la llama".
Con Lou Reed y Patti Smith reivindicó a Lorca. Lorca fue la chispa que encendió al poeta y, culebrones aparte, Lorca se llama su hija. Uno de sus más bellos homenajes a nuestro país, y uno de sus más bellos discursos, lo realizó en 2011 con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, sí, de las Letras. "Solamente cuando leí las obras de García Lorca comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado su voz. Yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia". En 1988 tocaría la cima de ese ego artístico que Cohen siempre consideró en permanente formación con su versión del Pequeño vals vienés del poeta de Fuente Vaqueros. Lo llamó TakeThis Waltz y lo incluyó en el álbum I'm Your Man. "Quiero, amor mío, amor mío, dejar, violín y sepulcro, las cintas del vals".
Sólo nos queda, pues, seguir con su música hasta que, como repetía en Dance Me To The End Of Love, el amor se acabe, hasta que el timbre de su voz deje de resonar en nuestro tiempo y le pongan a los pies del olvido. Ojalá no ocurra nunca. Ojalá el vals siga sonando en el desván de los niños, en la cama de la luna, en los tejados de los mendigos, en las ondas oscuras, en los melancólicos pasillos, en aquel salón vienés con mil ventanas y, por su puesto, en nuestras quebradas cinturas. Violín, sombras y sepulcro para Leonard Cohen. Muerte y coñac para su memoria.
@ecolote