David Afkham tras un concierto con la OCNE en el Auditorio Nacional. Foto: OCNE

El Requiem de Verdi, junto con la Novena de Beethoven, es una composición fundamental en cualquier programación. La versión que ofrecerá la OCNE los días 30, 1 y 2 promete. David Afkham podrá mostrar una faceta más de su juvenil y tornasolado arte. Deberá penetrar en ese drama del día del Juicio Final, "magnífico por su intensidad y por la compasión de su trágica visión de la condición humana", en palabras de Osborne. El músico de Busseto utilizó parecidos procedimientos a los que aplicaba a sus obras escénicas. Se trataba de alumbrar una obra dramática destinada a ilustrar un texto. La diferencia venía dada porque dicho texto era litúrgico. De ahí el tono no ya dramático, sino incluso abiertamente teatral. Lo curioso es que la composición, aunque trata de la muerte, aparece conectada con el mundo de los vivos. Es, no obstante, lógico, conociendo el agnosticismo del músico, que, en contra de la tradicional práctica cristiana, no se ofrezca una consolación postrera.



Pero no puede negarse que la si se quiere ingenua y tonante visión tremendista de esta misa de muertos, que se debate "entre una combustión miguelangelesca y una aristocrática respiración a flor de labios" (Gustavo Marchesi), tiene un poder de convocatoria extraordinario. Sobre todo si se cuenta con los mimbres adecuados para darle forma. Como parece ser el caso. El cuarteto solista se nos antoja de garantías; o casi. La nórdica Camilla Nylund es una soprano lírico-spinto, con caudal, con metal, con vibrato, puede que no por completo en el secreto del canto legato. Veronica Simeoni es una mezzo lírica de buenas hechuras y suficiente extensión. Saimir Pirgu, lírico-ligero en sus comienzos, es hoy un tenor musical y amigo de las medias voces. Más reservas tenemos respecto al barítono, que no bajo, Christopher Purves, pues su opaco timbre y su emisión levemente engolada no son los idóneos para una parte tradicionalmente servida por voces oscuras y campaneantes.