Simon Rattle en Granada. Foto: José Albornoz

El director británico llega al Festival de Música de Granada para dar dos conciertos con la Sinfónica de Londres. El domingo acometerá la Trágica de Mahler y el lunes se sumergirá en la poética y delicada Segunda de Brahms.

El año pasado por estas fechas hablábamos de la participación de Sir Simon Rattle en el Festival de Granada al frente de la Sinfónica de Londres, conjunto a cuya titularidad va a acceder en breve tras su periplo berlinés. Vuelve el director al mismo certamen andaluz. En esta ocasión ofrece dos conciertos, el domingo y el lunes. El más relevante es el primero, con la caudalosa, compleja, contradictoria Sinfonía n° 6, Trágica, de Mahler en atriles.



Es muy aclaratoria la siguiente frase de Gustav Mahler dirigida a su amiga Natalie Bauer-Lechner: "El término sinfonía significa para mí construir un mundo con todos los medios técnicos a mi disposición". El levantamiento del edificio podía tener luego mayor o menor equilibrio en su estructura externa, pero era difícil que lo tuviera en su esquema subterráneo, en el que se abrían constantemente vías emocionales a veces aterradoras, conductos por los que se descargaba continuamente un apasionado torrente de vivencias, sensaciones y virulentas tempestades.



Curiosamente, en esta sinfonía Mahler derrama amor a raudales. Amor por Alma, su mujer; amor por sus dos hijas, amor por la naturaleza -una constante en su obra-. Las cosas le iban bien en los años 1903, 1904 y 1905, en cuyos veranos la sinfonía se va gestando -"Soy un compositor de estío", gustaba de decir-. Basta escuchar, por ejemplo, el segundo tema del primer movimiento, bautizado como "el de Alma", una melodía ancha y calurosa, sentimental y apasionada, en fa mayor. El amor se desprende asimismo del trío del segundo movimiento, Scherzo, que establece la calma después del impetuoso comienzo. Había aquí, según Alma, una referencia a la vida familiar y la anotación de anticuado, gracioso es una alusión a los juegos de Mahler con sus dos hijas.



La etérea tranquilidad de las Canciones para los niños muertos, de aliento familiar, podríamos decir, es la que encontramos en el Andante moderato, que Cooke llama "pastoral lejana y abandonada". ¡Menudo contraste el que nos depara Mahler en el turbulento y ciclópeo Allegro moderato de cierre! El compositor tenía, como de costumbre, cosas que decir al respecto: "Mi Sexta planteará enigmas a los que sólo podrá osar enfrentarse una generación que haya hecho suyas y asimilado mis primeras cinco sinfonías". Y aquí, en este monumental movimiento, hallamos la respuesta a tantos interrogantes: la felicidad era engañosa, porque había en la mente del autor un presentimiento de tragedia, que plasmó en esos furiosos pentagramas en los que el destino, como en la Quinta de Beethoven, golpea tres veces a lo largo de una estructura de sonata, a la que se atiene la obra en su conjunto.



A la ejecución y desarrollo de esta enorme partitura, que nos deja sin resuello, se entregará, pues, Rattle. Recordemos una vez más la finura de su batuta, su capacidad para aclimatarse a cualquier estilo. Calibra milimétricamente los planos, maneja el ritmo con autoridad y proyecta siempre texturas claras, con lo que su discurso siempre es aireado, nunca pesante. Características que resplandecerán también, sin duda, en el concierto del día siguiente, en el que orquesta y director acompañan a la refinada Janine Jansen en el Concierto para violín de Sibelius y tocan por su cuenta la obertura de El carnaval romano de Berlioz y la Segunda de Brahms.